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The Guardian en español

Símbolos ultra, teorías de la conspiración y 'Matrix': así es la protesta de camioneros antivacunas en Canadá

Un manifestante entre los camioneros con un cartel cerca del Parlamento en Ottawa.

Tracey Lindeman

Ottawa —

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El humo del diésel y la marihuana invade el ambiente frente al Parlamento de Canadá a medida que la protesta del llamado ‘Convoy de la Libertad’ contra los requisitos de vacunación comienza su tercera semana. Filas de camiones de gran tamaño, camionetas y autocaravanas llevan desde el 28 de enero bloqueando el corazón de Ottawa, la capital. Tras recorrer miles de kilómetros para llegar hasta aquí, cientos de manifestantes, entre ellos muchos niños, acampan en sus vehículos.

Los manifestantes también han bloqueado el puente internacional Ambassador, que une Detroit (EEUU) con Windsor (Canadá) y otros dos pasos fronterizos menores, lo que hace temer un grave impacto económico.

El primer ministro Justin Trudeau, la Casa Blanca e incluso el sindicato de camioneros Teamsters han pedido que termine la protesta. Pero los acampados en el centro de Ottawa insisten en que no se marcharán hasta que sus exigencias sean atendidas: el fin de las restricciones por la COVID-19 y de los requisitos de vacunación.

Lo que comenzó como una reacción contra la exigencia de la vacunación para los conductores de camiones que entran en Canadá se ha convertido en una protesta cada vez más amplia contra todas las medidas de salud pública relacionadas con la COVID-19, y ha inspirado manifestaciones similares en Estados Unidos, Francia, Bélgica, Australia y Nueva Zelanda.

En Canadá, el Gobierno de la provincia de Ontario ha declarado este viernes el estado de emergencia por las protestas, en el quinto día de bloqueo del principal cruce terrestre con EEUU. El primer ministro de Ontario, Doug Ford, ha anunciado que las autoridades impondrán multas de hasta 100.000 dólares canadienses (69.300 euros) y penas de hasta un año de prisión a quienes bloqueen o impidan el tráfico de vehículos.

Hogueras, estufas y carteles

En una noche helada de esta semana, los manifestantes se reunían en torno a sus hogueras y estufas de propano ante la mirada de los policías, que no parecían con muchas ganas de hacer cumplir la prohibición de introducir combustibles en el centro de la ciudad.

La atmósfera era más relajada que la de los primeros días de la protesta, cuando los camioneros enfurecían a los residentes de la zona haciendo sonar el claxon hasta altas horas de la noche. Tras una demanda colectiva presentada por vecinos que no podían dormir, el lunes se dictó una orden judicial para vetar las bocinas durante diez días. En vez de eso, un conductor encendió ruidosamente su motor y comenzó a lanzar columnas de humo negro al cielo nocturno.

“Sin duda, era el momento de posicionarse”, dice Spencer Bautz, un joven de 24 años que desde el primer día vino a protestar con su camión desde la provincia canadiense de Saskatchewan. Vestido con un sombrero vaquero negro, Bautz tacha los requisitos de vacunación de “segregación médica” y dice que excluir a los no vacunados es violar sus libertades. Sus puntos de vista, explica, se han visto muy influenciados por el pensamiento de Jordan Peterson, profesor canadiense de psicología y conocido provocador.

“No voy a fingir que sé lo que pasa en las altas esferas o en el Gobierno, solo soy un chico de campo de Saskatchewan”, dice Bautz. “Pero sé que cada vez que se habla de silenciar a la gente, cada vez que se habla de quitarle libertades a la gente... hay que tomárselo en serio”.

Esta forma de enfocarlo como una lucha del bien contra el mal se repite en los cientos de carteles pintados a mano que hay por toda la valla que rodea al Parlamento, pequeñas muestras de resistencia contra las medidas para controlar la COVID-19 que, según el propio Trudeau, han sido “una mierda para todos los canadienses”.

Pero, en cuanto se rasca un poco bajo la superficie, aparece la misma corriente de populismo que impulsó el movimiento de los chalecos amarillos y el asalto al Capitolio de Washington del 6 de enero de 2021: una poderosa corriente alimentada por la desinformación, las teorías de la conspiración y la profundización de las divisiones sociales.

La 'píldora roja'

“¡Despierta Canadá! Te están mintiendo. ¡Tómate la píldora roja y avanza!”, dice un cartel colocado sobre la rejilla delantera de un semirremolque aparcado. Originada en las películas de Matrix, el concepto de ‘la píldora roja’ se ha convertido en un símbolo para incels ['célibes involuntarios', un movimiento misógino virtual de hombres que se dicen incapaces de tener relaciones sexuales y románticas] y ultraderechistas que dicen estar “despiertos” ante la forma en la que funciona el mundo de verdad.

“Los movimientos populistas son notoriamente desconfiados con el Gobierno”, dice Amarnath Amarasingam, profesor asistente de la Universidad de Queens. “No confían en los políticos, no confían en los medios de comunicación, no confían en los académicos, no confían en los científicos porque creen que, históricamente, esta 'clase elitista' siempre ha perjudicado a los de abajo, a los desfavorecidos”, dice este experto especializado en extremismo y en movimientos sociales.

El movimiento del ‘Convoy de la Libertad’ ha cristalizado en estos hombres y mujeres vestidos con ropa de franela y con banderas de Canadá sobre los hombres. Acurrucados contra el frío con sus tazas de café de la cadena Tim Hortons, han llegado aquí, sostienen, para hacer que el resto de Canadá “despierte” ante la “tiranía” del Gobierno progresista y de sus “opresivos” requisitos de vacunación.

“¡Libertad!”, grita un hombre que lleva la bandera como si fuera una capa. “¡Libertad! ¡Libertad! Libertad!”, responden otros fuera del Parlamento, el edificio donde a principios de esta semana Trudeau calificó las protestas como “inaceptables”.

El liderazgo de Trudeau, en jaque

El 'Convoy de la Libertad' se está convirtiendo a toda velocidad en un momento definitorio para la presidencia de Trudeau. El primer ministro canadiense se ha negado a dar legitimidad a los manifestantes atendiendo sus demandas, lo que ha llevado a dos miembros de su Partido Liberal a desmarcarse. Por otro lado, Trudeau tampoco ha tomado medidas enérgicas para disolver la protesta, quedando expuesto así a las críticas del resto de líderes del partido.

El desacuerdo dentro del Parlamento ha envalentonado aún más a los organizadores de la protesta, con algunos de ellos pidiendo abiertamente que Trudeau sea obligado a dejar su cargo.

Desde la oposición, el Partido Conservador de Canadá y el Partido Popular de Canadá, han jaleado a los manifestantes y hasta han pedido que la gente haga donaciones a sus millonarios peticiones de crowdfunding. Figuras republicanas de EEUU como Donald Trump y Ted Cruz también han elogiado el convoy. Se cree que parte de la financiación de la protesta procede del sur de la frontera canadiense.

Este apoyo ha dado nueva fuerza a los camioneros, que se han hecho fuertes en la capital y han comenzado nuevas protestas en la frontera con Estados Unidos.

Este jueves, camiones rodearon el aeropuerto de Ottawa obstaculizando el tráfico. Hubo un torrente de llamadas falsas al teléfono de emergencia local y algunos barajaron la idea de desfilar frente a los colegios. En otros lugares, algunos periodistas dicen que les han seguido, sobre todo en los campamentos secundarios fuera del centro de Ottawa.

¿Cómo acabará la protesta?

Amarasingam resume las diferentes formas en las que el duelo puede terminar: en una tragedia, en violencia, o por posibles luchas internas. En este momento, una negociación le parece poco probable. “Si esto terminara con algún tipo de detención masiva, o de violencia, o en algún tipo de tragedia, que alguien muera o que uno de estos tanques de propano explote… ese tipo de punto de inflexión cambia la conversación”.

A medida que se alarga la protesta crece el malestar de muchos residentes por sus nuevos vecinos. Ha habido enfrentamientos violentos por manifestantes que insultaban y acosaban a transeúntes con mascarilla. Para este sábado, se ha programado una contramanifestación.

Los manifestantes son muy conscientes de la imagen negativa que se han ganado en la cobertura, y ahora piden paz y amor de una manera casi agresiva. Un camionero con megáfono dice “te quiero” a todo volumen a cualquiera que pase por allí.

Gurtek Singh es una de las pocas personas racializadas dentro de una protesta que, en su gran mayoría, está compuesta por personas blancas. Dice ser el único sostén en una familia de seis y que el impacto económico de no trabajar vale la pena.

Mientras es entrevistado por The Guardian, al menos una decena de personas que simpatizan con la protesta se detienen para darle las gracias. Singh acepta los efusivos elogios y sonríe amablemente. Los copos de nieve brillan en su tupida barba con canas. Dice que se unió al convoy por el bien de sus hijos, a los que dejado en casa sin ir al colegio por la obligatoriedad de las mascarillas y la vacunación. “Ningún gobierno, ningún otro ser humano, puede decirme lo que es bueno para mis hijos, salvo yo”.

Traducido por Francisco de Zárate.

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