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Desde Transnistria, el enclave prorruso que teme la llegada de la guerra: “La gente está nerviosa”

Un mural de Yuri Gagarin, astronauta de la Unión Soviética, en una de las calles de Tiraspol

Gabriela Sánchez

Enviada especial a Transnistria (Moldavia) —
27 de abril de 2022 22:30 h

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Un par de soldados rusos observan cada vehículo que atraviesa el check-point entre Moldavia y su región separatista de Transnistria, donde oficiales fronterizos analizan con lupa pasaportes y permisos extranjeros. En la orilla oriental del río Dniester, la bandera bicolor ornamentada con la hoz y el martillo ondea a la misma altura que la tricolor de Rusia. Alcanzada la capital, una enorme estatua de Lenin vigila el ‘Soviet Supremo’, la sede gubernamental y parlamentaria de la autoproclamada república, enclavada en Moldavia y apenas reconocida a nivel internacional. 

Parecemos estar en un territorio comunista estancado en su pasado soviético, pero en Transnistria no todo es lo que parece. 

Frente a la imponente escultura, varios coches de lujo recorren la calle 25 de Octubre, los múltiples negocios del conglomerado empresarial Sheriff -propiedad del oligarca Viktor Gushan, exagente del KGB y dueño de un club de fútbol propio- salpican cada esquina y las cafeterías hipsters se esparcen por Tiraspol, la capital del territorio independiente, que funciona con gobierno, parlamento, policía, ejército y moneda propios desde inicios de los 90, y donde el Kremlin conserva alrededor de 1.500 soldados de “mantenimiento de paz” tras el final de la guerra entre Moldavia y Transnistria.

El centro de la ciudad, limpio e impoluto, transmitía hace tres semanas, cuando elDiario.es visitó la región, una calma que chocaba con los últimos titulares internacionales acerca del enclave prorruso y algunos de los miedos expresados ya entonces, con sigilo, por parte de su población desde el inicio de la guerra en Ucrania. Tras las explosiones detectadas en la región esta semana, el temor ante la posibilidad de que el territorio separatista se vea envuelto en el conflicto del país vecino ha aumentado entre sus ciudadanos.  

Este lunes, varias explosiones impactaron en la sede del Ministerio de Seguridad del Estado de Transnistria, que se encontraba vacío debido a la celebración de la Pascua ortodoxa. El martes, otras dos detonaciones sacudieron dos antenas de radiodifusión de la región. Los ataques, que no han sido reivindicados por ningún grupo ni país, han desencadenado acusaciones cruzadas entre Rusia, Ucrania, Transnistria y Moldavia.

El Gobierno transnistrio ha apuntado a las autoridades ucranianas como responsables de un tiroteo cerca de la localidad de Kobasna, donde se localiza un importante depósito de armamento de la época soviética. La inteligencia de Ucrania defiende que las explosiones en Transnistria fueron “una provocación planeada por los servicios especiales rusos” para “infundir pánico y un sentimiento antiucraniano”.

Desde principios de abril, el Estado Mayor de Ucrania ha acusado a Rusia de estar efectuando un “redespliegue” de sus fuerzas rusas concentradas en la región de Transnistria desde el alto el fuego de 1992. Tanto el Gobierno transnistrio como el moldavo lo negaban y transmitían el mantenimiento de la calma en la zona.

La semana pasada, sin embargo, las declaraciones de un alto comandante ruso incrementaron las alertas. Según confirmó por primera vez Rusia, el objetivo de la actual ofensiva rusa era hacerse con el control del sur de Ucrania y mejorar el acceso a Transnistria, donde, según aseguraba, “hay hechos de opresión de la población de habla rusa”. Apenas cuatro días después, comenzaron las primeras explosiones, de las que aún se desconoce la autoría. 

“Estamos pensando en migrar”

“Estaba en el centro de Tiraspol y escuché una explosión y me fui a casa corriendo”, explica por mensajes Yoan (nombre ficticio), ucraniano que huyó de Odesa a la región separatista prorrusa tras el inicio de la guerra en su país. Con familia en Transnistria, el joven confiaba en encontrarse en un lugar seguro y no llegaba a creerse la posibilidad de que el conflicto llegase a Moldavia, hasta este lunes. “Estamos pensando en migrar otra vez. Pero no sabemos dónde. Creemos que puede ser peligroso seguir en Transnistria”, dice ahora el veinteañero. 

Las autoridades de Transnistria han instalado este martes puestos de control militar en las entradas a las ciudades de la región. Desde su casa de Tiraspol, Marc (nombre ficticio), un hombre de negocios moldavo y residente en el enclave, mantiene cierta calma pero está preocupado: “Estamos en alerta roja, en muchos sitios policías armados registran los coches… la gente está nerviosa”, reconoce a elDiario.es. 

Según advirtieron el 10 de abril los servicios de inteligencia británicos, la fuerzas armadas rusas habían empezado a intentar reclutar nuevos soldados en Transnistria. Alex Gutsaga, guía turístico y activista nacido en el enclave prorruso pero residente en Moldavia, advertía desde el mes de marzo de supuestos “movimientos” de las autoridades transnistrias y las tropas rusas en la región.

A través de un vídeo publicado en Facebook, que acumula casi más de 700.000 reproducciones, enumeraba una serie de hechos que a su juicio evidenciaba la preparación del terreno por parte del Gobierno transnistrio para arrastrar a la región al conflicto. Su hermano, alerta a elDiario.es, recibió la llamada para alistarse en el ejército. “Ha decidido abandonar Transnistria. Se ha ido con toda su familia, no se quería arriesgar”.

Tras las explosiones de este lunes, Gutsaga considera que se trata de una estrategia pactada entre Transnistria y Rusia para “generar pánico” entre la población, desestabilizar la región y empujar el reconocimiento de la independencia del enclave.

Miedo a hablar de política

Cuando aún todo parecía en calma en Pridnestrovia (nombre oficial de la república), Marc (nombre ficticio) ya transmitía su miedos ante la cercanía del conflicto en Ucrania. “Transnistria es un sitio muy pacífico, la gente intenta ser neutral y desligarse de la política. Intento no ser parte”, aclaraba de antemano el veinteañero, nacido en Moldavia, pero criado en Tiraspol y de lengua natal moldava. “Transnistria está entre distintas civilizaciones e informaciones opuestas: Rusia, Ucrania y Moldavia, y la opinión de los transnistrios no importa”. 

“Sinceramente, estoy asustado. Cuando me desperté el 24 de febrero, estaba realmente asustado. He servido en el Ejército de Transnistria, conozco el significado de las armas, y cuáles son las consecuencias”, decía el joven. Su vida sigue siendo la de siempre, pero considera que la situación es “delicada”. 

Su opinión despierta las miradas de algunos señores mayores que le miran con extrañeza. “Es delicado… Pero la situación actual en Ucrania es una guerra y las cosas deben llamarse por su nombre. Mucha gente en Transnistria, especialmente la gente joven debe entender eso. Aunque no todos piensan igual afortunadamente, muchos jóvenes, entienden que esta guerra también es sobre nosotros, porque en cualquier momento podemos estar envueltos en este conflicto”. 

¿Se siente libre? Reía. “No. No, no puedo hablar libremente. Igualmente, ahora, mientras hablo soy consciente de que ese hombre mayor está mirándome raro. Hay un silencio mayoritario, de personas que entienden la realidad pero no pueden hablar en público”. 

No es fácil hablar con libertad de política en Transnistria si las ideas se desmarcan de una posición prorrusa o la repetida bandera de la neutralidad. En un agradable paseo de piedra junto al río Dniester y una gran zona ajardinada, dos señoras de alrededor de 70 años caminan agarradas del brazo cubiertas con abrigos elegantes y gorros de lana. Ellas no temen dar su opinión. Defienden al bando ruso y repiten el argumentario del Kremlin. Dicen haber visto en la televisión que el Gobierno ucraniano ha “discriminado” a los rusoparlantes desde el inicio de la guerra en el Donbás, en 2014, lo que a su juicio justifica la actual contienda en el país. También admitían sentir miedo. La mujer rompía a llorar cuando recordaba la guerra de 1992 y, decía, no quiere que se repita. 

Los medios de comunicación estatales rusos tienen una fuerte influencia Transnistria, y desde su autoproclamada independencia, han desencadenado durante años una postura prorrusa generalizada en la región. No obstante, entre la población joven residente en el enclave, especialmente en la capital, es posible encontrar opiniones que se separan del apoyo a Rusia. Para contarlas, suelen disminuir el volumen de su voz. 

Dos estudiantes de Medicina de 19 años observaban el río sentados en un banco hace tres semanas. “Rusia es culpable por la guerra de Ucrania, pero solo puedo dar mi opinión en círculos de confianza porque se generan muchas discusiones. Es peligroso decirlo en público, porque a veces puede tener consecuencias”, zanjaba Elena (nombre ficticio), quien se refiere a efectos sociales. Él, sin embargo, no lo tenía tan claro: “No sé qué creer de la guerra, porque hay demasiada información y no logro crear mi opinión”. 

Desconexión ucraniana con Transnistria

En la localidad transnistria de Pervomaisc, fronteriza con Ucrania, ya escucharon la guerra demasiado cerca el pasado 6 de marzo. Ante el temor de una posible incursión de tropas rusas a través de Transnistria, el Ejército ucraniano voló la vía ferroviaria que conecta Ucrania con el enclave prorruso a través de varias explosiones en suelo ucraniano. La casa de Nadejda tembló y sus ventanas se abrieron de golpe. Sus cristales resistieron, no como los cristales de varios vecinos que continúan fracturados por el impacto de la onda expansiva. 

“Fue un susto. Tuve miedo al principio pero, luego, entendimos que no era en nuestro territorio, entendí que Ucrania lo hacía como estrategia de seguridad y me calmé”, dice la mujer, trabajadora en un centro cultural y pintora.

Desde el patio de su pequeña casa verde, la primera de una hilera de viviendas en la calle más próxima a la frontera ucraniana con Pervomaisc, puede verse la destrucción de la vía ferroviaria sobre la que ella misma cruzó en 1992 para huir al país vecino durante la guerra civil entre Moldavia y el enclave separatista de Transnistria. “Y ahora ellos vienen aquí”, decía, en referencia a los refugiados ucranianos. 

Los antecedentes de la declaración de la independencia se remontan a 1989, cuando comenzaron los gestos de Moldavia para convertir el moldavo (rumano) en idioma oficial del país. Entonces aún formaba parte de la Unión Soviética pero su aproximación a Rumanía inquietó a parte de la población eslava de la región de Transnistria, que temía perder el ruso como lengua oficial, así como marginación de los rusoparlantes. 

Tras la declaración de la independencia de Transnistria en 1990, comenzaron los enfrentamientos en la región, aunque la guerra estalló el 2 de marzo de 1992, el día en que Moldavia fue admitida como miembro de las Naciones Unidas. El alto el fuego, alcanzado en julio del mismo año, no llegó a resolver el conflicto, que desde entonces se mantiene congelado, con una región independiente de facto pero no reconocida a nivel internacional. 

El enclave, de 470.000 habitantes de mayoría rusoparlante, cuenta con apoyo ruso a distintos niveles, aunque Rusia no reconoce la República. Además de los 1.500 soldados que permanecen en la región, un hecho que mantiene el statu quo en la zona y mantiene a Moldavia en la neutralidad ante el constante temor del estallido de un conflicto, el Kremlin financia pensiones, entrega pasaportes con facilidad y costea la educación universitaria de miles de transnistrios -dado que si estudian en Transnistria su titulación no cuenta con reconocimiento internacional-.

En territorio transnistrio se encuentra además una planta de energía rusa que abastece, a bajo coste, al enclave prorruso y a Moldavia, cuyo Gobierno ya ha alertado de que no puede prescindir del gas ruso.

En Tiráspol, a 20 minutos a pie de la enorme figura de Lenin ubicada frente al edificio gubernamental, una pequeña casa destartalada confirma lo poco que ha quedado de comunismo en la República Moldava Pridnestroviana (nombre oficial del territorio independiente transnistrio).

Es la sede del partido comunista, sobrecargada de cuadros y estatuas de líderes comunistas y recuerdos soviéticos, pero con apenas dos trabajadoras en su interior. Una de ellas es Nadezhda Bondarenko, la actual presidenta en funciones y redactora del periódico comunista PCP. La mujer, de trato cercano, coloca sus brazos entrecruzados para destacar que el cabeza de partido se encuentra en prisión desde 2018. 

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