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Los mercados de abastos sobreviven a la pandemia gracias a la venta a domicilio

Celestino, dueño de una charcutería en el mercado de La Cebada.

Marta Maroto

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Los mercados de abastos madrileños han sobrevivido a la pandemia. Al pie del cañón durante las semanas más duras del confinamiento, estos centros se vieron obligados a poner en marcha sistemas de reparto a domicilio que han resultado ser su tabla de salvación en plena crisis sanitaria y económica. Además, estos servicios les han permitido ampliar la clientela.

“El coronavirus nos ha afectado para bien, se ha mantenido un equilibrio. La mitad de la facturación provenía de la hostelería, pero el aumento de clientes de la zona ha suplido esa carencia”, explica Marta González, gerente del histórico mercado de La Cebada en el barrio de La Latina de Madrid.

La declaración del estado de alarma y el cierre de comercios pilló a todos los comerciantes por sorpresa. Las primeras semanas fueron de mucho ajetreo, adaptación a los envíos e incluso de “ventas de productos raros”, según recuerda Celestino, dueño de una charcutería en el mismo mercado de la capital. Pero ese nerviosismo inicial que agolpó multitudes hambrientas de papel higiénico en las puertas de las tiendas pasó rápido y el negocio volvió a estabilizarse.

Los mercados locales mantuvieron una facturación incluso superior a la habitual mientras las grandes superficies como Mercadona suspendían las entregas a domicilio o dificultaban sus abarrotados sistemas de envío. Todos perdieron, en cualquier caso, la distribución a los bares y restaurantes, que en la mayoría de los puestos de los mercados convencionales supone cerca de la mitad de la facturación.

“La hostelería es un 50% de la venta, pero hemos equilibrado un poquillo con gente joven que ahora venía porque tenía más tiempo. Esto no ha compensado las pérdidas, pero ha sido una ayuda porque no se ha perdido todo”, explica Raúl frente a su pescadería, en la que no ha tenido que poner en ERTE a ninguno de sus tres empleados.

La crisis ha puesto en primera línea a los mercados de abastos. “Hemos demostrado tener humanidad y volcarnos en nuestros vecinos porque somos personas y no grandes empresas”, explica Mercedes Moyano, gerente del Mercado de Antón Martín, a pocos metros de la plaza con su mismo nombre.

La mayoría de los propietarios de este tipo de comercios no confían, en cambio, en que estos nuevos clientes sigan comprando sus productos una vez se culmine la desescalada y, de hecho, ya se empieza a notar que la vuelta paulatina a una relativa normalidad devuelve a la mayoría a los viejos hábitos. Santiago, pollero, lo llama “teletranquilidad”: “La gente vuelve a sus rutinas de compra de siempre y se olvidan del pequeño comercio”.

El olvido es algo a lo que los mercados locales ya están acostumbrados. Santiago, además de la Pollería, antes tenía también una barra de degustación que ya decidió cerrar en enero, cuando la baja afluencia de clientes le forzó a darse por vencido. En La Cebada, los únicos locales que permanecen cerrados hasta nuevo aviso son los de las siete barras de degustación, que en muchos casos terminan haciendo las veces de bares.

“Estamos en el limbo, no somos restauración ni alimentación”, señala María, dueña de los dos locales gourmet enfrente de su frutería. La frutería ha ido bien, cuenta, las compras eran más grandes de lo habitual y se notaba que los niños no estaban en el comedor. En todo caso, el ligero incremento que haya podido registrar la tienda no compensa los otros dos negocios cerrados, con dos empleados en ERTE en la época que mayor turismo registra la capital.

A medida que se ha avanzado en la desescalada, en el mercado de La Cebada poco a poco se han incorporado otros servicios como la relojería, la zapatería o tiendas de ropa. En febrero, del más de medio millar de puestos que alberga el mercado, estaba funcionando un 80%. Ahora, en plena desescalada, rondan en torno a un 65%, según explica la gerente del mercado.

Con menos capacidad, unos 60 puestos, los porcentajes son algo más reducidos en el mercado de Antón Martín. A los comerciantes de este centro también les ha salvado el envío a domicilio, sobre todo a personas mayores, pero la mitad de sus locales son barras de degustación, que se van a ver mucho más afectadas que la alimentación esencial, según explica su gerente.

Espacios tan conocidos como el del mercado de San Miguel, cerrado por la pandemia, todavía debaten cuándo será el mejor momento para la apertura. Y mercados en el que casi todos los puestos son de degustación, como el de San Fernando, en Embajadores, lucen prácticamente vacíos. Se encuentran abiertos al 20%, frente al 70% en el que se encontraban antes de la pandemia, explica su gerente, César Canora.

“Catastrófico, un crack, la pandemia nos ha devastado”, arguye Felipe, presidente de la directiva de la Asociación de Comercio de San Fernando y dueño de un colmado en el mercado que hace años amplió con una barra de degustación y que supone casi el total de su facturación. “Me es más rentable vender cerveza que galletas”, resume.

Durante los próximos meses, el mercado tratará de abrir una terraza exterior y de reorientar los puestos hacia las tiendas de alimentación. Algunas de estas barras, que no podrán abrir hasta la fase 3 y todavía se desconoce con qué aforo, han vuelto a levantar la persiana reconvertidas en tiendas de comida para llevar.

“Me doy con un canto en los dientes si facturo un 40% de lo que facturaba antes al año”, explica Kristos, que ha abierto su restaurante griego hace apenas dos semanas. No es el único valiente. En plena pandemia, y ante la caída de la distribución de los vinos en la hostelería, José Luis ha abierto un puesto de venta en el mercado de La Cebada. “Tenemos que hacer algo, no nos podíamos quedar parados”, sentencia. Cómo él, todos los comerciantes esperan lo mismo: que el consumo local, de los vecinos del barrio, les salve de la quiebra.

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