14 millones de ojos y un centenar de lentes para conocer una colección pública de fotografía
Cream, Los Tres Tenores, La Máquina de Hacer Pájaros, Audioslave o La Pandilla Voladora son supergrupos. Es decir, bandas de música formadas por la reunión de artistas que ya habían tenido éxito antes por separado. La idea puede salir mejor o peor, pero a menudo se corre el peligro de poner a competir por las fortalezas de los músicos de la mezcla. Algo así sucede con las exposiciones colectivas, que probablemente son aquellas que necesitan de una mayor curatoría a fin de alcanzar coherencia.
Estos días se puede ver en la sala expositiva del Canal de Isabel II de la calle de Santa Engracia una exposición colectiva de fotografía que, en realidad, enseña las mejores galas de la colección fotográfica de la Comunidad de Madrid conservada en el Museo CA2M de Móstoles. Los visitantes encontrarán 175 fotografías y 15 fotolibros de un centenar de fotógrafos, pertenecientes a la institución creada en 1993. Muchos de estos fotógrafos, por cierto, han actuado antes en solitario en la misma sala del depósito de aguas elevado de Santa Engracia.
La solución que la comisaria de la exposición (Olga Fernández López) ha encontrado para luchar contra la necesaria heterogeneidad de la materia prima ha sido dividir la exposición temáticamente. Las primeras imágenes con las que se encuentra el visitante al entrar por la puerta enseñan una colección de cotidianidades diversas de nuestra ciudad. Retazos del Madrid castizo de Cos Oorthuys en la cuesta de Moyano; o los más conocidos interiores pugilísticos de Ramón Massats, ambientes suburbiales de García-Alix o sublimaciones imaginativas de Ouka Lele. Hay instantáneas míticas, como la pareja desnuda en la Plaza del Dos de Mayo de Felix Lorrio, y otras de autores perfectamente desconocidos para el gran público. En la planta baja, en todo caso, el grupo suena perfectamente ensamblado gracias a la partitura que dibuja la geografía común.
La primera planta deja atrás el blanco y negro –metafórico y real– para centrarse en imágenes de contenido más artístico donde la ciudad de Madrid no aparece ya más que de forma anecdótica. Son los inevitables Chama Madoz y otros artistas menos sonoros, como Ana Casas o Jorge Lens, entre muchos otros.
La siguiente planta nos introduce en las muchas interpretaciones posibles del paisaje y las naturalezas (vivas y muertas). Para terminar, justo debajo de la cúpula del viejo depósito de aguas –seguimos con los temas clásicos– encontramos una muestra de cómo el retrato y la plasmación del cuerpo humano pueden actualizarse para desvelar, por ejemplo, la precariedad.
El concierto de este supergrupo formado por un centenar de artistas no alcanza finalmente a sonar como una orquesta, se queda en combo de jazz venido a más donde cada músico tiene ocasión de tocar un solo. No es, sin embargo, un intento fallido, sino una miscelánea interesante en la que raro será que espectador no se lleve alguna imagen potente prendida de la retina.

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