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En mi calle hemos cogido cariño a un bidé: esperando a los nuevos contratos de limpieza

El bidé de nuestr calle

Luis de la Cruz

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En la película Smoke (Wayne Wang, 1995) el personaje interpretado por Harvey Keitel atesoraba en distintos álbumes 4000 fotografías sacadas a lo largo de una docena de años. Mismo lugar, mismo encuadre y, sin embargo, fotos distintas por una u otra razón. Es el tipo de ocurrencia profunda que nos hacía salivar en los noventa y que hoy me deja más bien indiferente, lo reconozco, pero me viene al pelo para introducir la anécdota con intención que estoy empezando a teclear.

Interludio prematuro (¿precoz?), Keytel interpreta al estanquero de la calle, Auggie Wren –siempre me fascinó su nombre–. He introducido este dato solo para recomendar este artículo de mi compañero Diego Casado, que acaba de ganar un premio contando la pandemia desde el día a día del estanquero de la calle Blasco de Garay.

Seguimos. La semana pasada, cada mañana de camino al cole, mis hijos comentaban la presencia de un váter en una de las esquinas más visibles de nuestra calle. Nuestra calle suele estar sucia, para que nos vamos a engañar. Durante lo peor de la pandemia fue un punto caliente de la aún no suficientemente explicada epidemia de colchones abandonados y los contenedores de reciclaje acostumbran a parecer un bazar bombardeado por la OTAN.

Pasaban los días y el bidé –me fijé en que no era un inodoro, pese a que no descarto que haya sido usado durante estos días por un niño pequeño o un abuelete prostático– seguía allí. La calle cambiaba a su alrededor, como sucedía con las fotografías de Auggie Wren, pero el bidé permanecía. Y empecé a hacerle fotos.

Al poco, los peores augurios anunciados por nuestros mocos se hicieron realidad y tuvimos que quedarnos en casa aquejados de Covid (aquí sigo). Aún pasamos por el bidé para ir a confirmar el positivo en el Centro de Salud y le pedí a mi madre (que nos deja comida en el rellano) que se fijara si la esquina seguía amueblada. En casa dudamos, discutimos, si finalmente el bidé ha estado allí seis días con sus seis noches o han sido siete. Ardo en deseos de poder salir a la calle de nuevo para comprobar si ha dejado un área más oscura en la acera como sucede con las viejas edificaciones de antiguas civilizaciones.

La nuestra solía ser una de esas calles que, triste sino, no estaba marcada como principal en los famosos pliegos de limpieza del Ayuntamiento heredados de Ana Botella, pese a ser una perpendicular a Bravo Murillo; y tampoco los parches y renegociaciones de Carmena la consiguieron convertir en una senda menos sucia.

El pasado 1 de noviembre entraron en vigor los nuevos contratos de limpieza, con los que Martínez Almeida quiere pasar a la posteridad como el alcalde que sacó brillo a la ciudad de Madrid. Como en el famoso meme en el que él mismo se afanaba en frotar un graffitty. En casa, de momento, los hemos llamado los contratos del bidé, a ver si invocamos la limpieza profunda que este utensilio en desuso provee y los de Ferrovial se apiadan de nosotros.

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