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Felicia Puerta: “La creación necesita tiempo”

Felicia Puerta

José Miguel Vilar-Bou

No eres amiga de poner título a tus trabajos.

Nunca pongo títulos porque quiero que mi obra, que es una abstracción muy pura, minimalista, sugiera significados o referencias por sí misma al espectador. No quiero ser yo quien los genere poniendo un título. Por eso, como mucho, identifico mis trabajos con un código.

Tu exposición en el Museo del Ruso de Alarcón se titula “Octubre de 2017”.

Es algo casi notarial y también una referencia a la Revolución Rusa.

¿Qué te han dicho quienes la han visto?

Que es muy rusa, muy estructural, muy constructivista. Normalmente soy más sobria, pero esta vez he querido introducir mayores fuerza y dinamismo, con líneas diagonales, espacios intermedios…

La forma es el elemento capital de tus collages.

Mi especialidad docente es el análisis de las formas. A veces quisiera huir de ese formalismo, pero es como una patología (ríe). En mis composiciones también investigo los elementos cromáticos, tonales, matéricos… cómo se ponen en relación, cómo se genera el valor expresivo de las formas.

¿Crear es investigar?

No se puede generar nada intuitivamente sin provocarlo. Soy muy metódica. De hecho, esa es una de las asignaturas que imparto en la Facultad de Bellas Artes de Valencia: Metodología de Proyectos. Si lo enseño a mis alumnos, debo aplicármelo a mí misma (ríe). En el proceso de creación uno debe cuestionarse continuamente lo que hace. El porqué y el para qué. Encuentras obstáculos, pero es al resolverlos cuando generas algo nuevo. Así que sí: crear es investigar. De hecho, eso en el fondo es un fastidio porque cuando logras por fin controlar una técnica y todo te sale muy fácilmente, te aburres y pasas a otra cosa. A lo mejor la gente no lo nota, porque tus obras técnicamente están bien, pero tú ya has perdido el interés. Tampoco estoy a favor de la innovación por la innovación. No creo en esos artistas que de un día para otro cambian de lenguaje. Debe haber una coherencia, una evolución.

¿Qué tal la experiencia de exponer en el Museo del Ruso?

Se trata de una serie muy pequeña, adaptada a las características de la sala. El lugar es espectacular: Alarcón es un sitio turístico, que atrae a mucha gente a la que le gusta la montaña, pasear… Es ideal para un fin de semanan rural. Y de pronto llegas y te encuentras con un espacio de arte contemporáneo. Lo que está haciendo Marisa Giménez Soler (propietaria del Museo del Ruso) en ese sentido es fundamental, porque las áreas rurales, en general, se están quedando sin actividad. Alarcón tiene las pinturas de Jesús Mateo, y su arquitectura histórica, que ya de por sí son un foco cultural. Pero una galería de arte contemporáneo en este contexto genera vida, actividad.

Has definido tu obra como formalista y minimalista, pero tú vienes también del expresionismo abstracto.

En mis inicios introducía más el azar, y la parte visual era más orgánica. En el fondo son los mismos criterios, sólo que con el tiempo se han ido refinando, apaciguando. Me he vuelto más geométrica, aunque me sigue gustando lo hecho a mano, lo artesanal. Con la geometría puramente matemática, racional, no podría. No me parece expresiva.

¿Qué conservas hoy de tus primeras etapas?

El valor del proceso. Para mí lo importante no es sólo el resultado final. El arte es hacerlo, vivirlo. El momento en que se genera la obra, el tiempo invertido… Eso es lo que le da sentido. El espectador la disfruta en el instante de contemplarla. El artista, en cambio, lo hace mucho antes.

Tus collages capturan instantes concretos de tu vida.

Me gusta que la obra sea un trocito de un hecho, de un pensamiento, de un momento en el tiempo.

La tela es la gran protagonista de los materiales con que trabajas.

Trabajo con telas recicladas: restos de pantalón, camisetas. También cosas procedentes de un restaurante, como manteles, servilletas. Algunas son tejidos de mi propia familia, o me los da mi hermana, con lo que tienen un valor especial, una historia: Son retales de mi vida. Los materiales nuevos, lo plastificado, no me llaman, no me identifico. Me gusta que tengan calidez. Lo natural.

¿La imperfección es parte del arte?

Es una de las características que manejo en mi trabajo: la belleza de lo imperfecto, que en realidad es lo cotidiano, lo real. Hay belleza en una rotura, en una arruga. Lo que hago es manipular una materia para transmitir mi pensamiento, mi alma, pero respetando el objeto en sí mismo, porque ya tiene un “ser”.

Te defines como metódica. Cuando creas, ¿dejas espacio para la improvisación?

Antes de dar por terminado un collage, trabajo muchas composiciones, pero no lo pego hasta estar segura. Pueden ser bonitas, sin embargo algo falta. Es esa idea de la belleza de Baudelaire: Tiene que haber un elemento de extrañeza. Un collage debe estar bien compuesto, equilibrado… Pero también busco el azar y dejo caer las cosas, porque cada obra tiene que producir ese punto de extrañamiento. Y eso no se puede controlar desde la razón, sino desde el azar, que genere formas.

Muchos artistas tienen el taller fuera de casa. El tuyo en cambio está en la alquería donde vives, en plena huerta.

Sí, justo detrás de la Facultad de Bellas Artes, en la que trabajo. Cuando me vine jovencita me pareció la mejor idea. Luego mi vida ha ido cambiando, tengo dos niñas. La vida familiar a veces es poco compatible con la creativa, pero te habitúas y también tiene su parte buena: Mis hijas viven conmigo el proceso creativo, me acompañan. El arte se mete en la vida cotidiana y eso es bonito.

El estudio del artista es algo que está cayendo en desuso.

El nuevo artista es diferente. Los jóvenes sólo necesitan un portátil. Yo soy de perfil clásico. Mis profesores nos decían que lo primero que debíamos hacer era buscar un espacio, aunque fuera pequeño, donde poder aislarse, meditar, tener tiempo, silencio para pintar. Mi manera de crear, de hecho, va asociada al tiempo. Precisamente, uno de los grandes problemas que tenemos los artistas hoy es que vamos siempre con prisa para cumplir con encargos e inauguraciones. Echo de menos etapas en que pintaba y no sabía si iba a exponer o no. La creación necesita tiempo.

¿Y no te importa crear sabiendo que a lo mejor esa obra se va a quedar en el estudio?

Es increíble la cantidad de obra que acumulamos los artistas. Pero es que no todo lo que hacemos es para exponer. A veces me da tristeza tener mucha obra que no se ha visto ni se va a ver, porque es muy temprana y, aunque pudiese, no la enseñaría. Por mucho que la cuides, se estropea con el tiempo. Sin embargo, nadie puede renunciar a la oportunidad de participar en una exposición, porque esa es parte de la vida del artista.

Llevas más de dos décadas como profesora universitaria. ¿Cómo ha cambiado el estudiante de Bellas Artes en este tiempo?

El perfil tradicional se va quedando obsoleto. Los chicos jóvenes ya no se matriculan para pintar ni hacer escultura. Les interesa la ilustración, infantil sobre todo, la animación, el diseño… y todo lo trabajan a través de las tecnologías. No necesitan generar el objeto, sino que parten de elementos ya construidos. Son una generación digital, muy hábiles y con grandes capacidades, pero observo un empeoramiento en el nivel cultural. El saber técnico está muy bien, pero debe ir acompañado de conocimiento, capacidad crítica, tener algo que decir.

Esta evolución habrá trastocado los planes de estudio.

Muchas asignaturas que antes eran troncales, como anatomía artística, hoy son optativas. Una carrera de corte humanista como Bellas Artes se enfoca ahora a lo técnico y lo práctico, lo que jamás ha sido su naturaleza. Las cosas cambian. No es malo ni bueno: es diferente. Yo pienso que todo volverá porque, como cada vez hay menos gente que dibuja bien, el que sepa tendrá un valor que aportar.

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