Aunque haya gente que lo pretenda ignorar, existen ciudadanos que viven absolutamente ajenos a la polémica suscitada estos días en Murcia sobre la instalación de las luces navideñas en sus avenidas, calles y plazas. Es el caso de Antonio, un hombre que malvive, por así decirlo, en el centro urbano. Quise conocer su opinión sobre este debate que ha mantenido a algunos en un sinvivir y si le parecía oportuno que, por ejemplo, los 350.000 euros que suponía sacar a concurso el árbol de Navidad de la Plaza Circular se destinasen a familias necesitadas del municipio, como aseguran que se hará desde el actual equipo de gobierno. Le pregunté por esto compartiendo un café con leche y, de entrada, dijo que le sonaba a medida populista: “¿Pero no decían que el árbol lo pagaban empresas? Aunque, si fuese verdad que van a dar ese dinero, sería lo mejor que se puede hacer en estos casos”, me contestó.
Antonio lleva años asistiendo a un comedor social. Duerme en la calle, rodeado de cartones, cuando la temperatura lo permite. Si no, busca acomodo en Jesús Abandonado o en alguna pensión. No se considera un desheredado de esta sociedad a pesar de lo mal que le han ido las cosas en los últimos años. Por supuesto que conoció mejores navidades que las cinco o seis últimas. Tuvo un pasado en el que nunca se dibujaba en su horizonte llegar a verse así.
Reconoce que las luces ayudan a crear ambiente en estas fechas en las calles, e incluso que motivan a muchas personas a ser más generosas con los sintecho, imbuidas por eso que damos en llamar el espíritu navideño. Lo que no entiende es que se haya llegado a esta situación de controversia por culpa de una clase política acostumbrada a echarse en cara todo lo que sea menester. “En mi otra vida”, me dice tras dar un sorbo a la taza con cierto tono irónico, “yo sí recuerdo que me encantaba ver luces y árboles por la ciudad como símbolo de esa época del año en la que parece que todos nos volvemos mucho mejores”.
Antonio no se cuestiona si los actuales gestores del Ayuntamiento son enemigos declarados de la Navidad, como pretenden dejar patente, algunos de forma machacona en las redes sociales, desde las formaciones de derechas. “Yo comprendo que se quieran evitar aglomeraciones en la Redonda con lo del coronavirus. La cosa no está solucionada y parece que los casos se disparan otra vez”, me aclara. Han sido varios los años en que Antonio ha merodeado por esa plaza mientras las familias acudían a presenciar actuaciones a los pies del gigantesco árbol. Y sí, reconoce que había quienes le daban más dinero de lo normal, envueltos en aquella suerte de embriaguez solidaria mientras por la megafonía sonaban villancicos como Noche de Paz o El tamborilero.
Se cuenta que cuando en 1954 el escritor Josep Pla viajó a Nueva York, quedó sorprendido al contemplar el espectáculo de luminotecnia que decoraba las avenidas de Manhattan. Y que el literato ampurdanés preguntó impactado a sus acompañantes: “Y esto, ¿quién lo paga?”. A los políticos siempre les ha ensimismado gastar con alegría del erario, sabedores de que el dinero no sale de sus bolsillos particulares. Tenemos múltiples ejemplos en nuestra tierra de proyectos etéreos, a la mar que costosos. Aquí, por desgracia, sabemos mucho de eso e incluso de ambiciones megalómanas. No les duele esquilmar al ciudadano y que sus proyectos lleguen a costar a veces hasta el doble, el triple o vete a saber cuánto más de lo presupuestado. Y no suele haber muchas excepciones. Y luego está ese ciudadano-tipo del terruño, al que parece que le preocupan más los arcos y los leds de la Gran Vía que el porcentaje de pobreza o de desahucios que hay en su municipio.
El título de este artículo se corresponde con la película que en 1986 rodó Fernando Trueba con guion del imprescindible Rafael Azcona, uno de los mayores genios que ha dado este país para el cine. Sin duda que el escritor riojano hubiera tenido materia de sobra, en esta Murcia actual, para escribir un texto sobre los desaguisados que el árbol y las lucecitas están provocando y las reacciones de unos y otros. Antonio, que podría ser un personaje de Azcona en Plácido, aquella genialidad que filmó con Berlanga hace 60 años, cree que los políticos van por un carril distinto al que se permite circular a la gente normal. Y me explica que su única preocupación diaria es comer algo y dormir caliente. “Que por una noche los duros de corazón sean generosos, que por una noche cenen los pobres”, decía con énfasis uno de los personajes en Plácido. Quizá sea cierto eso de que la sabiduría de convivir pueda radicar en eliminar lo que no nos es indispensable.
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