Las democracias no solo funcionan gracias a su sistema de contrapesos sino también a la costumbre, lo que en inglés viene a definirse como juego limpio (fair -play). Aceptar las derrotas, respetar al adversario y sobre todo las reglas del juego permite perder con elegancia reconociendo cuando el otro lo ha hecho mejor que tú. En vez de eso estamos viviendo uno de los ataques más duros a un gobierno elegido democráticamente. Ataque que ha continuado convirtiéndose en un mantra que pone en peligro el propio juego democrático. Las democracias no caen por la economía sino por cambios culturales que fragmentan su funcionamiento. La concepción de democracia como juego limpio estaba, desde mi punto de vista, en la base de la sentencia del Tribunal Constitucional, con ponencia de Ángel Latorre y presidencia de Francisco Tomás y Valiente, que avaló el actual sistema de selección del Consejo del Poder Judicial. La parálisis a la que ha abocado las decisiones del Partido Popular ha terminado por atacar la marca España en el exterior, lo que supone un baldón para el propio desarrollo democrático del país.
Esta deriva del Partido Popular supone un problema grave para el funcionamiento institucional español. A nadie se le oculta que fue el disparo de la retórica independentista catalana la que supuso el retroceso de la culata que dio origen a VOX. Un partido que ha encontrado el terreno abonado ante las decisiones sin contrapesos del mayor bluff de la vida política española, Albert Rivera. Su negativa a actuar como partido contrapeso, pactando con el PSOE en aquellas comunidades como Murcia o Castilla y León donde gobernaba por años el PP, alejó al votante medio de las urnas que lo castigó a él y a su partido, con una parte de electorado que trasvasaba sus opciones mientras la otra parte se quedaba en casa. Ante el hartazgo y la abstención, el votante ha terminado apostando por partidos provinciales que buscan solventar los desagravios de lo que consideran un mal reparto de las inversiones del estado.
La perenne tensión federal española no va a desaparecer y esta tiene también su traslado en la organización de los partidos locales y/o autonómicos incapaces de levantarse la tutela nacional. Esta situación es más clara en los partidos de nuevo cuño y el caso más evidente, por su deriva, es Ciudadanos. Las elecciones de sus líderes autonómicos han sido puestas en duda por sus electores que las han llevado a juicio, lo que ha suscitado cierto desapego. Otro caso diferente es Podemos, que en su constitución construyó un modelo basado en listas planchas desde Madrid dejando a los territorios huérfanos de representación política, lo que le ha pasado factura en las últimas elecciones. Ambos partidos, aunque por motivos diferentes, han sido un fracaso en las elecciones de Castilla y León, en el caso de Ciudadanos por motivos evidentes, en el de Podemos, el diputado electo ha tenido que cambiar de provincia para lograr su elección, mientras los partidos provinciales aumentan su representación.
El PP puede que martillee con su relato de cambio de ciclo, pero los datos nos dicen que ha fracasado en su intento de ganar con una mayoría que reforzara a un Casado que perdió a los votos con Soroya para ganar a los delegados. Pecado capital que ha llevado a Casado y Egea a subvertir el sistema a través del constante empleo de tránsfugas en Murcia o en el Congreso. Su intención de mantenerse en el poder como sea daña el juego democrático, al poner en duda el sistema de votación o desarrollar una política esquizofrénica en Europa. Una deriva que acaba dándole más alas a VOX, que crece mientras el votante medio se queda en su casa ante la deriva del panorama político, una derecha moderada inexistente y una izquierda que no termina de entusiasmar por mucho que articule una reforma laboral o mejore los sueldos de la gente. Reflexionar los motivos da para otro artículo.
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