El aborto es una cuestión problemática que causa división en nuestra sociedad. Afecta a principios fundamentales, lo que facilita que las posturas se atrincheren en posiciones de defensa a ultranza de uno u otro de los valores que se ponen en juego. No es un tema silente, sino que hace correr ríos de tinta. Sin embargo falta diálogo sobre el asunto, respecto al que lo que encontramos son monólogos en paralelo con la intención de imponerse sobre la postura rival.
Por un lado encontramos la visión de que el derecho a la vida del no nacido, un sujeto inocente, es un principio absoluto que debe ser defendido a cualquier precio. Según este enfoque, sacrificar la vida del feto postergándola frente a valores de menor categoría que el de la vida es profundamente inmoral y debe ser evitado, con lo que se cierra la discusión.
El enfoque opuesto considera que se trata de una decisión íntima de la mujer que atañe a su propio cuerpo. Una mujer a la que hay que defender especialmente dado que históricamente ha sido víctima de una organización social patriarcal, víctima de un discurso médico androcéntrico y víctima de hombres como yo que tratan de pensar en un modelo de convivencia que la afecta quiera o no. Este abordaje considera que la mujer debería ser libre de la influencia de otros agentes implicados en la cuestión para decidir por ella misma lo que quiere hacer con su gestación. Este enfoque también cierra la discusión, no sólo considerando que otros argumentos van a tener menor peso que la autonomía de la mujer, sino entendiendo que es inapropiado meter perspectivas externas en un asunto privado.
No voy a colocarme ni en una trinchera ni en la otra. Hay muchas voces que ya hacen eso. Sí quisiera permitirme pensar sobre el tema y ampliar el foco de discusión para incluir la perspectiva de otros entes que se ven afectados por esta cuestión y que no suelen ser tenidos en cuenta.
La sociedad en su conjunto se ve afectada por el problema del aborto. Esto es así desde el terreno de la moral, de sobre qué pilares éticos se constituye una comunidad, pero también desde el terreno práctico. El aborto afecta a la natalidad y por tanto es relevante para problemas como la explosión demográfica o el envejecimiento poblacional de los países industrializados. Además, Levitt y Dubner analizan el impacto social del aborto en Nueva York, concluyendo que la legalización del aborto es responsable del descenso en la tasa de criminalidad atribuido a las políticas de Giuliani. Consideran que la mayoría de los fetos abortados hubieran tenido una crianza difícil, en familias cuya capacidad o voluntad de acogerlos estaba comprometida, por lo que tendrían un mayor riesgo de acabar desarrollando conductas delictivas. Más allá de la solidez de estos argumentos, al menos en el ámbito neoyorkino en el que realizan su análisis, las cuentas les salen. Cuando las generaciones “depuradas” por el aborto llegaron a la edad de contribuir a las estadísticas de criminalidad, los delitos se redujeron. Sin llegar a hacer una defensa del aborto como política eugenésica, Levitt y Dubner aportan este trabajo sobre el impacto social del aborto, que abre otro enfoque para la discusión.
Otra perspectiva que suele ser ignorada en la discusión sobre el aborto es la del padre. La decisión de continuar o interrumpir la gestación tiene un gran impacto sobre este, al que tras el nacimiento de un niño la ley le exige hacerse cargo de él, al menos económicamente, durante más de veinte años. Creo que no exagero si digo que, en la práctica, el impacto de la paternidad va más allá de lo económico, constituyendo uno de los elementos fundamentales en la vida de un hombre, incluso si no compromete su cuerpo en la cuestión del modo en que lo hace la mujer durante nueve meses. Sin poner esta cuestión a la altura del derecho a la vida o del derecho de la mujer a disponer de su propio cuerpo, creo que hay algo injusto en que el hombre no tenga voz ni voto en una decisión que le afecta tan profundamente.
Como terapeuta de familia he podido observar que muchas veces, en conflictos polarizados donde las posturas parecen irreconciliables, ampliar el foco para incluir otras perspectivas abre nuevas posibilidades y facilita que aparezcan soluciones que antes no eran visibles. El problema del aborto cumple con este perfil al confrontarnos con posturas enfrentadas en una situación donde no fluye el diálogo. Tal vez la inclusión de otros enfoques, no necesariamente los que he tratado de incorporar en este artículo, ayude a iluminar el camino hacia una solución de consenso. De lo contrario, no veo más camino que mantener el enfrentamiento entre posturas hasta que una aplaste a la otra y gane la discusión, aunque sea a costa de la razón.
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