Transfuguismo es corrupción. No es una afirmación propia. Está escrita en la actualización de noviembre de 2020 del Pacto Antitransfuguismo de largo recorrido desde 1998. Literal: “A los efectos del presente Acuerdo, se entiende por tránsfugas a los y las representantes locales, autonómicos y estatales que, traicionando al sujeto político (partidos políticos, coaliciones o agrupaciones de electores) que los y las presentó a las correspondientes elecciones, hayan abandonado el mismo, hayan sido expulsados o se aparten del criterio fijado por sus órganos competentes”. Eso fue firmado hace apenas cuatro meses por PSOE, PP, Ciudadanos, Podemos e Izquierda Unida –los que nos interesan a efectos murcianos–, además de otra docena larga de partidos políticos del espectro parlamentario. Y eso no se ha cumplido en Murcia por parte de los seis tránsfugas recién aflorados y un séptimo en el alero.
Entre los otros firmantes no estaba Vox. Ni tampoco, como es fácil de imaginar, los expulsados murcianos de ese partido de extrema derecha. Son los únicos, por tanto, que pueden justificar, aunque no de forma creíble, su voto a López Miras en la moción de censura. La presencia de Pablo Casado y Teodoro García Egea ayer en Cartagena para apoyar al lorquino reafirma su disposición a hacer lo que haga falta para mantener el poder.
Junto a ambos, los tres votantes ex-Vox a favor de la ultraderechización del Gobierno murciano son tan tránsfugas –en tanto que expulsados de su partido y aferrados a sus sillones de diputados– como los tres 'traidores' ciudadanos premiados con consejerías y vaya usted a saber qué otras prebendas por el PP murciano, partido que, si nos atenemos a los hechos, es el único que se mantiene en donde estaba: atornillado a la corrupción sistémica con la que tienen atada y bien atada su permanencia en el poder regional desde hace ya 26 años menos dos meses.
Estos casos de transfuguismo harán que la Región de Murcia pase a la posterioridad en la historia de la Democracia española. Con pocos honores, por cierto. A partir de ahora se hablará del tamayazo (auténtico) y del supertamayazo murciano. Quizá hasta sea estudiado en las facultades de Políticas, Sociología o Derecho como paradigma de cambalache inmoral con el fin de que un señor que nunca ganó unas elecciones se asiente en la Presidencia de una Región corroída hasta las cachas por la podredumbre y pestilencia que emana su partido, el “popular”.
Desgraciadamente, ateniéndonos también ahora a los guarismos postelectorales de este cuarto de siglo pasado, hemos de concluir que ese partido del que hablamos es, efectivamente, popular, sin comillas en la Región de Murcia. Tal es el grado de extensión que han alcanzado las redes clientelares y empresariales –sí, también esas– tejidas para garantizar los repartos de beneficios entre los amigos del poder. “Popular”, en este caso.
El transfuguismo, dice el Pacto en otro pasaje, “es una forma de corrupción y una práctica antidemocrática que altera las mayorías expresadas por la ciudadanía en las urnas”. De modo que encontramos otra innovación “murciana”: de ahora en adelante disfrutaremos de un Gobierno de PP con tres tránsfugas corruptos, con apoyo de otros tres expulsados de Vox igualmente tránsfugas corruptos, que posiblemente incorporarán uno de ellos al Ejecutivo de López Miras, realzando así el carácter ultraderechista –pin parental mediante– del nuevo ente gobernante. Se sumará a la fiesta, por lo que se vio ayer, un último puntal orondamente sentado en la Presidencia de la Asamblea, encarnada por un farfullero sí-es-no-es abstencionista, que reafirma su caracterización de “tan untuoso de modales como pérfido de catadura”, escribió Eduardo Mendoza en El Laberinto de las Aceitunas.
Ni los ahora añorados Paco Celdrán o Rosa Peñalver tendrán que levantar la cabeza –vivos y bien vivos están– para contemplar semejante escarnio infligido por el personaje de cuyo nombre no quiero acordarme que preside la Cámara de representación de todos los murcianos. La actitud vergonzante del pregonero radiofonista fue decisiva para que los votos de los tránsfugas de Vox fueran tentativamente decisivos. Así que la primera y la segunda autoridad de la Región acaban de protagonizar estelar aunque no exclusivamente uno de los episodios de corrupción política de libro más clamorosos del llamado régimen del 78.
El resultado es y será un gobierno friqui de extrema derecha que será punta de lanza de las políticas ultras –neoliberalismo radical en lo económico, normas nacionalcatólicas tipo pin parental y profundización del desmantelamiento del estado del bienestar– en todo el Estado, a la espera de que Isabel Díaz Ayuso consiga o no la mayoría absoluta en Madrid sumando con el Vox oficial. Que López Miras encargue la cartera de Educación a uno de los tres “diputados libres de Vox” será la guinda del pastel en lo que a nosotros respecta.
Con su nueva mayoría parlamentaria resultante de la frustrada moción de censura PSRM-C’s, está cantado el pronto cambio de la Ley del presidente para que López Miras pueda por fin ganar unas elecciones autonómicas y continúe con los suyos hinchándose a panceta de cerdo lorquino. El cambalache se habrá consumado y seguiremos disfrutando de la corrupción… política y de la otra.
Mas los pecados originales hay que recordarlos, por mucho perdón que se pida y se conceda: Todo viene del cambio de guion decretado por Albert Rivera en 2019, y seguido a pies juntillas por Inés Arrimadas y la tránsfuga señora Franco del puchero y los otros cinco diputados de Cs, propiciando la continuación de un Gobierno del PP en Murcia. A partir de hoy, mientras el peseremista Conesa se enfrenta al ruido de sables redoblado en su partido, Martínez Vidal corre el riesgo de verse en minoría en su propio grupo parlamentario si el detentador de la Presidencia asamblearia se atreve a ser claro, por una vez y sin que sirva de precedente, y mostrar su verdadera catadura.
A efectos prácticos y políticos, de nada sirve que la frustrada vicepresidenta antes y abortada presidenta ahora, Ana Martínez Vidal, reconozca haberse equivocado en 2019 en otra expresión del friquismo que nos invade. A buenas horas, mangas verdes. Queda instaurado, pues, el friquismo extremocentrista en el Palacio de San Esteban. Próxima parada: Glorieta de España. Vale.
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