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Los cantos de las obreras de la conserva en el franquismo: “Era la única forma de protestar, nos trataban como esclavas”

Fábrica de conservas vegetales en Molina de Segura

Erena Calvo

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“Sangre, sudor, lágrimas y más cosas me dejé dentro de la fábrica, y como yo las miles de mujeres que sacábamos adelante con nuestras manos la industria conservera”. A sus 84 años, Amparo González no ha perdido ni el entusiasmo ni una memoria -la de la clase obrera femenina que se fraguó durante el franquismo- que no se cansa de poner en valor. Sentada en el salón de su casa en el centro de la capital murciana, recuerda el primer día que traspasó las puertas de una de las fábricas de su pueblo, Molina de Segura. “Tenía solo nueve años pero estaba muy contenta de trabajar y ser útil en casa, de que mi madre pudiera ir a la tienda sin que le fiaran”, explica esta mujer, la más pequeña en una familia de ocho hijos que creció en la huerta, en el extrarradio. “Cuando gané mis primeros 20 duros hice corriendo los tres kilómetros que separaban la fábrica de mi casa para darle el dinero a mi madre, pero pronto me di cuenta de que allí dentro había muchas injusticias”.

Era 1946. Y aunque la Guerra Civil frenó mucho la actividad, y tras la contienda hubo problemas de exportación y escasez de azúcar y hojalata, la industria conservera vivió en esos años una fuerte expansión en la Región de Murcia, con materias primas muy asequibles y una mano de obra todavía más barata, principalmente femenina. El empleo era estacional y con una fuerte irregularidad en los contratos. “Hay mujeres que empezaron a trabajar de niñas y no cotizaron nunca”, se queja Amparo. Las diferencias salariales por género estuvieron institucionalizadas hasta 1970. En 1941 los salarios mínimos diarios eran de 9 pesetas para los obreros especializados y 6,50 para la misma categoría de mujeres, según una investigación de Domingo A. Manzanares Martínez, decano de Ciencias del Trabajo en la Universidad de Murcia (UMU).

Para reconocer su memoria, el PSOE ha presentado en la Asamblea Regional una moción para que la Cámara inste al Consejo de Gobierno a homenajear a estas mujeres obreras durante el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer. “El sometimiento de estas mujeres no solo venía del discurso moral que proponía el marco político del momento, sino que también estaba plasmado a través de castigos que no podían denunciar”, expone la moción.

Efectivamente, “había muchas cosas por cambiar, y aunque era muy difícil porque la gente tenía mucho miedo de perder su pan, desde pequeña tuve esa iniciativa de concienciar a las mujeres”, relata Amparo Martínez, presidenta de honor del PSOE en Murcia. “Entonces había dos clases, los explotadores y las explotadas; nosotras no éramos nada, solo esclavas”. Su primera reivindicación fue pedir que les dejasen unas cajas de la fruta a las mujeres más mayores para que pudieran sentarse un rato, “las veía de pie y lo pasaba muy mal”. Fue la primera vez que se enfadaron con ella, y que le negaron volver al trabajo al día siguiente. “Siempre nos insultaban, nos decían que éramos unas marranas, unas vagas y unas hijas de puta, nos ponían a parir desde un púlpito, te controlaban hasta las veces que ibas al baño y a qué ibas, había que pedir permiso hasta para beber agua”.

Trabajar a ritmo del rosario

Les pedían que rezaran el rosario para trabajar al ritmo de sus letanías, “entonces fue cuando empecé a enseñarle canciones a las mujeres; yo era de la Juventud Obrera Cristiana (JOC), porque era el único lugar donde nos podíamos reunir tranquilos y sabía muchas canciones”. Con su ritmo todavía en la cabeza, entona algunos cánticos: “Para ser de las JOC, hoy en día no hace falta ser un Salomón, somos gente sencilla con orgullo de trabajador” y otra que decía, “Consumidores y productores todos a un tiempo queremos ser, que unos produzcan y otros lo luzcan nunca lo podremos comprender”. “Era la única forma de protestar, pero como muchas veces era yo la que se las enseñaba, luego no me dejaban entrar en la fábrica y me recorrí todas las del municipio y algunas de la capital”. Su intención era “despertar la conciencia de clase”, cuenta esta menuda mujer que tras tres décadas de duro trabajo en las conserveras y el servicio doméstico consiguió sacarse Enfermería y terminó su vida laboral en el Hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia.

En 'Memorias de una piedra sepultada. Los cantares colectivos de las murcianas obreras (1939- 1959)' recoge esta tesis el etnomusicólogo Ibán Martínez. “Nos encontramos con entramados sociales muy interesantes desde un punto de vista antropológico”, explica a elDiario.es Región de Murcia. “En lugares como Totana o Alcantarilla encontré una práctica con un recuerdo muy vivo; la investigación se basa en 60 entrevistas a mujeres que trabajaron en cuatro fábricas, por lo que parto de una memoria contrastada por muchas informantes, todas mujeres obreras murcianas”.

Según ha podido comprobar Ibán Martínez, había cierta permisibilidad con los cánticos durante esos años “porque no se asimilaba todavía con el ocio y ayudaba a sincronizar el trabajo; muchas se improvisaban de forma colectiva con melodías previas, como los trovos, y les ponían las letras que se inventaban y que trataban de cuestiones intergeneracionales, como las faldas cortas de las chicas jóvenes, el pelito a lo 'garçon' o las 'barritas de los labios”. Las más jóvenes, en cambio, “se quejaban de que las madres les vigilaban cuando iban a los bailes o al paseo”. Los viernes, explica el historiador, “tenían que recitar letras bíblicas para expiar sus pecados, no podemos olvidar que además dentro de las fábricas había mucha violencia sexual”.

“Si son ocho yo no lo sé porque trabajo lo menos diez”

En otras letras criticaban “el poder de los hombres, de los amos, como una que decía si el reloj de nuestro amo tuviera buena campana, nos echaría a comer porque ya tenemos gana, o vamos muchachas a trabajar, que son ocho horas y hay que apretar, si son ocho yo no lo sé porque trabajo lo menos diez”. Y en algunas canciones “también se hacía referencia a la violencia doméstica, porque eran críticas que con los cantos pasaban más desapercibidas”.

En Molina, recuerda Amparo González, “cuando era la una tocaban los pitos de la fábrica, y a mí de muy niña me entusiasmaba porque pensaba que mi pueblo era un pueblo trabajador e importante; pero muy pronto cambió mi percepción”. Cuando entró en la fábrica, “habría unas 15 niñas de mi edad, nos dedicábamos sobre todo a llevar los botes de un lado a otro, a la que metía la pulpa, la que luego los cerraba...” Ganaban muy poco, y el problema más grande “es que echábamos muchas horas de trabajo; sabías cuando entrabas pero no cuando salías”. Y todos los días había proceso de selección a las puertas de la fábrica: “Salía el amo e iba señalando con el dedo quién entraba y quién no; por ejemplo no ir a misa era un motivo de despido; no teníamos conciencia de que éramos personas, de que teníamos derechos y dignidad, ni teníamos cultura ninguna”.

Al amparo de este modelo laboral “hubo muchos beneficios concentrados en unos pocos, las cifras de inversión en las empresas estaban motivadas por las condiciones de trato que se daba en el franquismo al empresario y a la clase trabajadora, como esclava”, relata José Miguel Martínez Carrión, doctor en Historia y catedrático de Historia e Instituciones Económicas en la UMU. El 40% de las exportaciones de la conserva vegetal durante esa época era murciana. Y el 90% del empleo de toda la industria alimentaria, señera de la industria murciana, “unos 25 o 35.000 trabajadores eran del sector conservero”. Esos eran los datos oficiales, “porque durante muchos años ni hubo nóminas, ni cotizaciones, ni nada”.

El estadillo, la nómina, no llegó hasta casi los años 70. “Fue un gran avance porque hasta entonces no se nos reconocía nada; si tenías por ejemplo un accidente laboral, y eran frecuentes, el médico te curaba en ese momento y como mucho te hacían un 'regalo' para comprar el silencio, pero nada más”, se queja Amparo.

Mordidas y acoso al trabajador migrante

Las mujeres de las fábricas conserveras de entonces, son la población migrante de ahora. La Región, con un 14% de población extranjera, cuenta con una reserva de mano de obra barata, los empresarios tienen mucha gente a la que acudir y pueden ofrecer condiciones salariales más bajas. La mayoría de empleos se gestionan a través de Empresas de Trabajo Temporal (ETT), con intermediarios que se llevan mordidas inventadas por ayudar a los candidatos a encontrar un puesto de trabajo en un sector en el que la norma suele ser el incumplimiento de contratos y cotizaciones y el pago incompleto e irregular de los salarios. Las jornadas pueden alargarse en temporada hasta las 13 o las 15 horas y se trabaja a destajo, por pieza recogida y no por horas.

Las mujeres migrantes siguen siendo mayoría en muchos almacenes y siguen denunciando prácticas de acoso hacia ellas. En septiembre de 2020 fue detenido en la Región un encargado agrícola por una veintena de agresiones sexuales a temporeras en el Campo de Cartagena en el marco de la Operación 'Yawari'.

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