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¿Criminales por criticar los transgénicos?

Activistas de Greenpeace en una de sus campañas en contra de los transgénicos

Alejandro Moruno Danzi

Este es un tema alimentario tan polémico como recurrente en los medios de comunicación, esta vez, debido a la reciente carta firmada por varios premios nobeles en defensa de los organismos modificados genéticamente (OMG) o transgénicos, principalmente el llamado “arroz dorado” (arroz modificado genéticamente para tener un mayor contenido en beta-caroteno, precursor de la vitamina A).

Han habido recientemente debates muy interesantes al respecto, sobre todo cuando concurren científicos representantes de ambas posturas, como ocurrió en este especial del programa de radio Carne Cruda.

También han surgido titulares recientes en prensa afirmando su absoluta seguridad avalada por la ciencia. En realidad, no resulta del todo exacto afirmar que algo es seguro cuando ni siquiera se ha estudiado a largo plazo en humanos, aunque lo afirmen titulares sesgados, a raíz del último estudio de la National Academy of Sciences, tal y como lo explica el Observatorio OMG.

De hecho, no existe tal consenso científico; el año pasado, más de 300 científicos firmaron una declaración, publicada en la revista científica Environmental Sciences Europe, en la que negaban dicho consenso sobre la seguridad de estos organismos.

No obstante, el mayor rechazo hacia los transgénicos suele ser por motivos ambientales.

En cuanto a las afirmaciones de la carta, resulta un verdadero despropósito acusar a una organización ecologista (Greenpeace en este caso) de “crimen contra la humanidad” por criticar a los transgénicos, responsabilizandoles de la malnutrición y el hambre en el mundo. Pero el absurdo es aún mayor cuando analizamos las causas de estos males, así como las enormes desigualdades alimentarias, y vemos que no se trata de un problema de producción alimentaria sino de distribución. Son el puñado de grandes corporaciones de la industria agro-alimentaria que controlan el mercado, los tratados de libre comercio, los cultivos para biodiésel o productos financieros, como los mercados de futuro alimentarios, los que hacen que el hambre cotice en bolsa generando mayores beneficios para los que más tienen.

Si nos centramos en el caso concreto del “arroz dorado”, es sorprendente que se acuse de su fracaso, después de más 20 años de investigación, a las campañas ecologistas en contra de este tipo de cultivos, cuando el propio Instituto Internacional de Investigación del Arroz manifiesta que no se ha podido demostrar aun que este tipo de arroz pueda paliar la deficiencia de Vitamina A en los países afectados. No se sabe si proporcionan vitamina A biodisponible, ni está clara su conservación y tampoco la cantidad que expresa la planta tal y como indica la respuesta a la carta de los premios Nobel por parte de Greenpeace y Ecologistas en Acción.

Desde el mundo de la nutrición, Marion Nestlé, una autoridad mundial en este campo, señala lo injusto que resulta interpretar cualquier crítica al “arroz dorado” como un ataque a la ciencia o a toda la biotecnología, y si se expresan dudas sobre su viabilidad para contrarrestar el déficit de vitamina A, cómplice de la enfermedad y el hambre, es una acusación tan típica como desacertada.

Se pueden abordar otro tipo de soluciones, como programas para la suplementación, productos alimentarios fortificados o la introducción de cultivos ricos en esta vitamina, así como educación alimentaria para lograr mejores patrones dietéticos.

Existen ejemplos como este para evitar la deficiencia de vitamina A en Mozambique o este en Uganda, ambos con batata rica en beta-caroteno, en vez de insistir con el fallido “arroz dorado”, que serviría muy bien como caballo de Troya de las compañías de semillas para introducir los transgénicos, pero que de momento, sigue sin demostrar su efectividad.

De hecho, en Filipinas han reducido significativamente la deficiencia de vitamina A gracias a programas de este tipo, pasando de una incidencia del 40% en 2003 a un 15,2% en 2008, en niños de edad pre-escolar, no obstante, sigue siendo un problema de salud pública de primer orden (FNRI 7th National Nutrition Survey 2008).

Con la introducción de estos programas, se podría aprovechar también de paso para implementar técnicas agroecológicas que permitan mayor resiliencia y biodiversidad en los ecosistemas, mitigar el cambio climático, recuperar suelos, racionalizar el uso del agua y un menor consumo y, por tanto, menor dependencia económica, de fitosanitarios derivados del petróleo, tal y como sugiere la FAO y otros organismos de la UE o el último informe del prestigioso panel internacional de expertos sobre sistemas alimentarios sostenibles, IPES-Food.

Lo que va saliendo a la luz, después de 20 años de uso de cultivos transgénicos, es que estos organismos no resuelven los problemas que prometían respecto a los cultivos convencionales, ni de malas hierbas, ni de plagas, ni de rendimiento en la cosecha. Incluso hay países que piden indemnizaciones a las compañías de este tipo de semillas, como Burkina Faso, por la pérdida de calidad en su algodón.

Tampoco sabemos como pueden afectar a los ecosistemas la presencia masiva de este material genético modificado, al no ser espacios confinados como cuando se aplica la investigación biomédica, la producción de hormonas o aditivos alimentarios.

Ya se retiró del mercado una variedad de maíz transgénico cultivado en España desde 1998 hasta 2005, que contenía un gen resistente a un antibiótico que se usaba como marcador durante su producción y se temió que agravase el aumento de enfermedades resistentes a antibióticos. Hasta entonces, también se afirmaba rotundamente la seguridad de estos métodos de producción antes de comercializarlos. Actualmente se denuncia su posible implicación en la aparición  de nuevas malezas.

Algunos de estos cultivos en la actualidad se encuentran fuertemente ligados al uso de cantidades crecientes de distintos herbicidas tóxicos y al monocultivo industrializado, con gran consumo de combustibles fósiles y deforestación, que a su vez puede acabar en inundaciones con graves pérdidas para la población.

La UE, preocupada por la sostenibilidad alimentaria, señala a la agricultura de monocultivo industrial como la principal causa de pérdida de biodiversidad cultivable y la FAO también advierte que la pérdida de agro-biodiversidad es alarmante; actualmente, el 75% de la alimentación mundial se basa en 12 variedades de plantas y 5 especies animales.

Una mayor biodiversidad también contribuiría a una mayor variedad de productos frescos y mayor variedad en nuestro plato, por tanto, unos hábitos dietéticos más saludables y sostenibles, que buena falta hace.

Este modelo agrario simplificado hace a los usuarios más dependientes de las empresas comercializadoras, socava las posibilidades de buscar sistemas agrarios más resilientes, diversificados y autónomos, que son los que harán de la agricultura una profesión sostenible, ganando soberanía alimentaria para nuestro país y devolviendo la vida a nuestro maltrecho medio rural.

Si realmente se quiere luchar contra las desigualdades alimentarias, no nos hagamos más trampas al solitario y repensemos nuestro sistema agro-alimentario de forma global, no sólo en términos de producción, para ser realmente efectivos y ganar salud y sostenibilidad con las políticas alimentarias.

A nivel local, va siendo hora de ponernos a la altura del resto de Europa, que apenas destina superficie a estos cultivos ya que el 90% de los transgénicos que se cultivan en la UE los tenemos en España. Somos el único país de Europa con una cantidad significativa de superficie cultivada con OMG.

En Noruega, por ejemplo, evalúan los transgénicos también desde la utilidad social o la sostenibilidad y de momento, no han aceptado cultivar ninguno en su suelo. Francia, que tampoco los autoriza, impulsó una iniciativa comunitaria para que los alimentos transgénicos sean evaluados de forma similar a los fitosanitarios o los medicamentos.

Existen conflictos de interés en algunos organismos de la UE , de la ONU e incluso en el gobierno, y las grandes corporaciones implicadas intentan distorsionar las políticas públicas. Pero hay que intentar trasladar este debate a la sociedad civil, de forma sosegada y transparente, para que se disponga de toda la información, posibilitando así, una mayor capacidad y libertad de decisión. Se trata, en definitiva, de avanzar en soberanía alimentaria, ya que este es un tema social, político y cultural también, no sólo técnico.

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