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Más que nunca, investigación. Menos que nunca, improvisación

Laboratorio de coronavirus del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC). / Álvaro Muñoz Guzmán, SINC

Senén Barro Ameneiro

Director Científico del CiTIUS-Centro Singular de Investigación en Tecnologías Inteligentes de la Universidad de Santiago de Compostela —

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Nos enfrentamos a una pandemia quizás comparable en virulencia a la denominada gripe española, aunque un siglo después. Por fortuna, los medios y el conocimiento con el que hoy podemos luchar contra este maldito virus no tienen nada que ver con los de cien años atrás, y aun así, las vidas perdidas y los dramas sufridos crecen cada día en el mundo, y la lucha, me temo, va para largo.

No sabemos aún cómo se ha iniciado esta pandemia, pero sabemos que solo la ciencia nos lo dirá y solo la ciencia nos librará de ella. Pero no será de un día para otro. La investigación tiene sus tiempos, su método, el científico, y necesita de los mejores investigadores y de muchos recursos. Pero la investigación es siempre generosa. Devuelve con creces lo que en ella se invierte, aunque no al instante, y muchas veces, además, los mayores logros no se consiguen por encargo, sino por la sana ambición de saber más, de ir más allá, de poner luz donde todavía hay penumbra o la más negra oscuridad.

El drama que vivimos puede llevarnos a todos a confundir la respuesta a lo que es urgente con la que hemos de dar a aquello que ha de tener otro ritmo y otro afán. Lo urgente es desarrollar cuanto antes las herramientas que puedan ayudarnos a combatir con éxito la enfermedad y su extensión: respiradores, modelos matemáticos y simulaciones capaces de predecir la evolución de los contagios en función de las condiciones más o menos estrictas de confinamiento y de distanciamiento interpersonal, aplicaciones para la monitorización de posibles contagios, estudios clínicos de medicamentos, métodos de diagnóstico y, por supuesto, vacunas.

La investigación de largo recorrido, la que nos dirá cómo actúa este virus en todos sus detalles, por qué algunas personas jóvenes y sanas caen fulminadas por él, cómo evitar que se produzca algo así de nuevo y, si no se puede, al menos cómo detectarlo y controlarlo del modo más eficaz y eficiente, requieren de la colaboración y coordinación internacional de muchísimos datos, recursos económicos y medios técnicos y de los mejores expertos e investigadores que existan en el mundo y en los distintos ámbitos implicados. Aquí no valen las prisas ni el sumar a todos.

Es lógico que la sociedad quiera respuestas y soluciones cuanto antes, pero debemos evitar la improvisación y el oportunismo. Los políticos y otros servidores públicos miran a su alrededor buscando algo de luz y se encuentran con quien puede iluminar con potentes focos, otros al menos con linternas, pero también con quien quiere alumbrar con llama de candil o con una simple cerilla. En condiciones normales, sin tantas prisas ni presión, la mayor parte de estos ya no se atreverían a probar suerte y los que aun así lo hiciesen, no pasarían una criba científica algo rigurosa. Sin embargo, con miedo y a oscuras, hasta la luz más tenue puede parecer un farol. Por esto me temo que se van a malgastar no pocos recursos en financiar algunas propuestas de investigación improvisadas, aunque puedan ser bienintencionadas, cuando serían mejor empleados en reforzar nuestro maltratado sistema sanitario público.

Para descubrir el bosón de Higgs se necesitó un CERN, una de las más imponentes infraestructuras científicas, y la colaboración de excelentes científicos de todo el mundo. Nunca se hubiese logrado poniendo a todos los físicos de la Tierra a buscarlo como fuese y desde sus propios laboratorios. Además de no lograrlo, hubiesen distraído muchos recursos y se hubiesen separado de su investigación, en muchos casos bien enfocada a otros fines. Para disponer de una vacuna cuanto antes, y más aún para producirla y distribuirla, necesitamos una respuesta internacional, no cada país dando batalla por su cuenta.

Los científicos somos los primeros ansiosos por aportar respuestas y soluciones. Pero incluso las buenas intenciones tienen que someterse a la cordura. Hace unos días, el presidente del Consejo Europeo de Investigación (ERC, en sus siglas en inglés), Mauro Ferrari, presentó su dimisión tras haber propuesto un cambio de rumbo en la política de investigación de este organismo. Ferrari reclamaba destinar la financiación del ERC, al menos una parte sustancial de la misma, a la lucha contra el coronavirus. Ningún miembro de su consejo científico le secundó. Podría parecernos que es una muestra de insolidaridad de quienes deben disponer la ciencia europea de excelencia al servicio de todos. Sin embargo, si tuviésemos la urgencia en ir a Marte, ¿sería razonable reconvertir el CERN, pensado para conocer lo más íntimo de la materia, en un laboratorio de construcción de naves espaciales? Pienso que no. Sería un mal uso de los recursos ya invertidos y dejar de investigar en un propósito igual de noble. Eso sí, si realmente quisiéramos llegar a Marte, por seguir con el símil, tampoco serviría de nada financiar la investigación de todos los que saben algo de cohetes o incluso de marcianos. Por tanto, menos improvisación y cuidado con el oportunismo, también en la ciencia.

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