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La salud y la libertad no son un asunto individual

Catedrático de Ética en la Universitat Autònoma de Barcelona
Sin la libertad de los demás para seguir vivos, la nuestra es puro egoísmo, y reclamarla es una enorme desfachatez / EFE/EPA/ANDREJ CUKIC/Archivo

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A los que niegan que el virus de la COVID-19 exista porque aún no lo han visto y, en cambio, están dispuestos a creer a pies juntillas cualquier teoría conspiranoica sobre la voluntad de cientos de gobiernos y empresarios y millones de médicos y científicos de todo el mundo para inocular la maldad a través de la vacunas futuras contra ese virus invisible.

A esos no les puedo decir gran cosa para convencerles de su injustificable error de apreciación. Supongo que pertenecen a esa parte de la humanidad a la que también le cuesta calcular la diferencia moralmente trágica entre la letalidad que un virus provoca en un 0,6% de una población de un millón de personas contagiadas en contraste con la probabilidad baja de que la reacción adversa imprevisible de una vacuna acabe matando a una persona -pero no a más de una- de toda esa población. Otra cosa son los inductores de las teorías estrambóticas sobre la pandemia, que ignoran o menosprecian deliberadamente los datos fiables al alcance de todos con el objetivo de propagar entre los incautos sus oscuros intereses económicos y políticos.

Me dirijo, en cambio, a todos aquellos individuos que anteponen su libertad personal a la obligación social de llevar la mascarilla en lugares públicos y de guardar la distancia social de dos metros para evitar contagios, y a los que rehúyen una vacunación contra la COVID-19 considerada segura y eficaz por los estándares clínicos internacionales. Me dirijo, pues, a los que aman la libertad y no aceptan de buen grado que nadie les diga en qué consiste la propia felicidad o les mande lo que deben hacer para alcanzarla. A ellos y ellas, les quiero decir dos cosas. La primera es que la libertad no es una coartada para el egoísmo insolidario, ni se puede confundir con él. La libertad es originariamente una idea relacional: se es libre siempre con otros, junto a otros, respetando a los otros. La independencia absoluta respecto a los demás es un mito y la base ideológica de la indiferencia política y moral ante el sufrimiento ajeno. La segunda es que la libertad no es enemiga del bien común, sino que, en una sociedad democrática y liberal, es parte indisociable de él: no se puede proteger adecuadamente la libertad de alguien sin el compromiso público con la libertad de todos. Por eso, la libertad personal tiene su límite en la libertad de los demás; y por eso, una sociedad verdaderamente liberal está comprometida solidariamente con el fomento de la autonomía personal de todos los miembros de la sociedad.

En el contexto de la pandemia actual, el compromiso solidario con la autonomía pasa por proteger la salud de los más vulnerables con respecto a las consecuencias terribles de la infección; y eso se logra, entre otras medidas, usando la mascarilla, guardando la distancia social, respetando las cuarentenas, compensando equitativamente a quienes se ven obligados a realizarlas, financiando y distribuyendo una vacuna universal y, llegado el caso, vacunándose para lograr la inmunidad comunitaria, el objetivo epidemiológico que nos permitirá controlar la transmisión social del virus y, de este modo, liberarnos del miedo y la enfermedad que atenaza a tantísima gente. La libertad y la salud no son asuntos individuales. Del mismo modo que no somos libres en una sociedad que desprotege la libertad de expresión y de prensa, tampoco podemos alcanzar la salud deseable si nuestra comunidad no está suficientemente libre de virus letales. Sin la libertad de los demás para seguir vivos, la nuestra es puro egoísmo, y reclamarla es una enorme desfachatez.

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