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¿En qué beneficiaría la victoria de Biden a España y a Europa?

Declaraciones del candidato presidencial demócrata Joe Biden se muestran en un monitor en la sala de conferencias de prensa de la Casa Blanca en Washington, DC, EE. UU.EFE/EPA/SHAWN THEW

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Buena parte de la opinión política europea y española, así como nuestros medios de comunicación, parecen haber apostado decididamente a favor de Joe Biden. Si éste gana, como parece, aunque no sin dificultades, será ésta la primera noticia positiva que se reciba por nuestros pagos nacionales y continentales, después de una racha muy larga de decepciones y desgracias. Pero, ¿por qué gusta tanto el candidato demócrata?

El primer y más claro motivo es que Donald Trump ha generado una animadversión muy amplia, seguramente mayoritaria entre quienes tienen un mínimo de sensibilidad política. Por sus actitudes ultranacionalistas y antidemocráticas, por su agresividad contra los valores más aceptados en Europa, por su animadversión contra la UE. Y en los sectores más a la izquierda, porque ha sido la imagen viva del anticristo que conecta con lo peor de la derecha y que recuerda a Hitler y a Mussolini en algunos extremos de su política.

La esperanza de que un personaje así sea derrotado en las urnas explicaría buena parte del interés en una victoria de su oponente demócrata. Más allá de eso, ¿tienen claro los votantes potenciales europeos y españoles de Joe Biden qué ventajas puede proporcionar su victoria a sus intereses directos, y no sólo emocionales e ideológicos?

Dejemos de lado su colocación en el espectro político. Biden es de centro-derecha, si no del ala más conservadora de su partido sí bastante cerca de ella. Pero lo importante no es eso, al menos no en estos momentos, sino lo que pretende y lo que podría hacer si se convierte en presidente. Y, sobre todo, cómo puede influir ello en la suerte del mundo, y de España y Europa en particular.

La primera impresión, otra cosa será lo que pueda ocurrir después, es que Biden no va a cambiar mucho la política internacional que ha venido trazando Donald Trump. Trabajará sin altisonancias en este terreno, sin muchas declaraciones de principios. Porque no necesita agitar a su electorado, que si le ha votado, izquierda norteamericana incluida, es porque tenía muy claro que Biden le convenía, sin entrar en detalles de lo que iba a hacer. Lo cual no excluye tensiones para más adelante.

Es significativo que la campaña electoral del candidato demócrata haya dedicado muy poco espacio a las cuestiones internacionales. No era ese el asunto que en estos momentos -a diferencia de épocas pasadas y de la George Bush en particular- más interesaba a los norteamericanos que han votado a Biden. Y sí las cuestiones de política interior y la defensa de los valores democráticos.

Cabe suponer, por tanto, que al menos en una primera etapa de su eventual futura gestión, seguramente larga, Biden no va a cambiar mucho los parámetros de la política exterior de su predecesor. El nacionalismo y la defensa de los intereses norteamericanos por encima de cualquier otra cosa seguirán marcándola, aun sin decirlo cada mañana.

Y la guerra, comercial y diplomática, con China seguirá siendo su prioridad. Porque China es mucha China y su crecimiento, cuantitativo y cualitativo, amenaza la posición privilegiada de Estados Unidos en el mundo. Y también la relación de fuerzas en el mercado interior norteamericano, ya fuertemente penetrado por los productos y las empresas chinas.

Seguramente las formas de esa confrontación serán menos duras que las empleadas por Trump, seguramente no habrá golpes de mano arancelarios por sorpresa. Pero el pulso contra Pekín se mantendrá firme, sin concesiones mientras no se abra un proceso de verdaderas negociaciones, del que por ahora no existe la mínima traza.

El hecho de que, si gana, Biden tendrá que vérselas no sólo con un Senado en manos de sus rivales republicanos, sino también con un público favorable a las posiciones de Trump que casi iguala al número de sus electores, abundará también en esa dirección. Porque el nuevo presidente tendrá que calmar algo a ese mundo, o cuando menos no soliviantarlo, si quiere gobernar con un mínimo de eficacia. Esperemos que esa contemporización no se extienda a terrenos como el de la política de seguridad interior o el del trato a las minorías, la negra en particular.

Para Europa esa perspectiva constituye un serio dilema. Porque cualquier intento de acercamiento serio a las posiciones de los Estados Unidos implicará, se diga o no, que la UE, y sus países punteros en particular, se coloquen frente a China casi con la misma fuerza que lo harán los Estados Unidos. Y eso no va a ser fácil. Porque la dinámica de la diplomacia europea, si es que ésta existe o va a existir, debería ser autónoma en este terreno y tratar de tender puentes con Pekín, no olvidando que entre ambas partes también existen intereses contrapuestos y no pequeños.

Por otra parte, no existe ningún indicio de que Biden vaya a dejar de ser tan proteccionista de los productos norteamericanos como lo ha sido su predecesor. Incluyendo en ello, el freno, dentro de lo posible, a las mercancías que vengan de Europa. Porque Estados Unidos está en declive, porque en algunos sectores es cada vez menos competitivo, porque Biden no va a permitir que las empresas estadounidenses se deslocalicen hacía países de mano de obra más barata.

No será lo mismo, habrá matices en la política comercial de Biden respecto de la Trump. Pero los negociadores españoles que quieran mejorar la suerte de algunos de nuestros productos en el mercado norteamericano, tan duramente golpeados por la precedente administración, se las verán y desearán para lograr mejoras significativas.

Todo indica además que Estados Unidos no va a cambiar el rumbo de su alejamiento de Europa que ha seguido Trump. Porque Washington ha decidido hace tiempo que no quiere ya ser el referente de la política mundial con la intensidad que lo fue en el pasado. Simplemente porque ya no tiene fuerza ni dinero para ello.

Sí, seguirá apoyando a la OTAN, porque Rusia le preocupa, pero sin meterse en mayores berenjenales y exigiendo que Europa aumente su esfuerzo defensivo. Y es probable también que Biden congele, si no reduce, la presencia norteamericana en los puntos conflictivos del planeta, con Oriente Medio entre ellos. No así en el escenario asiático, a fin de contrarrestar la expansión china.

En definitiva, y teniendo que ser someros, que el gran beneficio que Europa y España podrán obtener de la victoria de Biden es el golpe, moral y político, que el ultranacionalismo derechista sufrirá en todo nuestro continente como consecuencia de la derrota de Donald Trump. Cuyos efectos no se verán inmediatamente, pero que van a producirse. Porque ese tipo de secuelas siempre se han dado en situaciones similares y porque Trump ha sido el gran referente de esos movimientos. 

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