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El cambio climático es más serio de lo que leemos

Foto: Greenpeace

José Luis Gallego

La duda es el motor de la ciencia. Dudo, luego investigo: dudo, luego compruebo. Dudar incluso de lo indudable (probablemente mañana saldrá el sol): en eso consiste el método científico. Por eso cuando la ciencia señala una certeza debemos aceptarla como incuestionable.

El clima está cambiando, nosotros somos los culpables y sus efectos resultan hostiles. Tres certezas científicas incuestionables. Tres evidencias irrefutables que hacen del negacionismo una creencia: como el creacionismo o la homeopatía.

Sin embargo, la adicción a la duda del método científico lo hace vulnerable a los que mercadean con ella. Es la falta de contundencia en sus revelaciones lo que permite a los negacionistas desnudar a los científicos ante sus feligreses.

Desde su creación, en 1988, los informes elaborados por el Panel Internacional de expertos en Cambio Climático (IPCC) han servido para establecer sus bases científicas, técnicas y socioeconómicas, identificando las causas, las posibles repercusiones y las estrategias de respuesta que deberían llevarse a cabo. Pero el lenguaje con el que están redactados dichos informes puede generar una falsa sensación de incerteza, de falta de convicción. Cuando no es así.

La prudencia del lenguaje científico no está relacionada con la vacilación ni con la falta de confianza en las conclusiones, sino con esa necesidad de mantener la duda para seguir profundizando en el conocimiento.

Por eso cuando leemos los informes del IPCC debemos comprender el carácter extremadamente prudente de sus metodologías de evaluación y hacer un ejercicio de traslación al lenguaje real para interpretar los “likely” y “very likely” como lo que son: todo lo más que un científico puede aproximarse a la certeza.

Eso es lo que intenta explicarnos en un excelente artículo divulgativo publicado en el número de este mes de Quercus, la revista decana de la prensa ambiental española, un grupo de científicos de las Universidades de Bristol y Adelaida y del CSIC.

Bajo el título “Evaluaciones tibias del clima de la Tierra” los profesores Salvador Hernando-Pérez, Corey Bradshaw, Stephan Lewandowsky y David Vieites afirman que el lenguaje utilizado por el IPCC en sus informes no refleja la emergencia climática en la que nos encontramos.

Los autores apelan a Naciones Unidas, impulsora del panel de expertos, para que incorpore un grupo de trabajo formado por comunicadores, educadores, lingüistas, pedagogos y psicólogos a fin de trasladar mensajes más efectivos y más afectivos: que muestren una conexión mucho más clara entre la certeza que aportan los miles de resultados científicos evaluados y la que transmite el redactado final de sus conclusiones.

Porque el cambio climático es mucho más serio de lo que leemos, necesitamos que la ciencia lo diga más alto y más claro. Solo así apagaremos los últimos rescoldos del negacionismo y nos libraremos de tener que soportar afirmaciones tan lamentables como las del gurú económico del Partido Popular y “very likely” diputado electo tras las elecciones del próximo día 28 (va como numero 4 por Madrid): el inefable Daniel Lacalle, para quien el cambio climático es la mayor falacia inventada por los políticos.

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