El cinismo mata
Hamás es una organización terrorista y lo que hace es terrorismo, Israel tiene legítimo derecho a la defensa, pero debe ejercerlo respetando el derecho internacional humanitario. Así podrían resumirse las tres ideas donde la comunidad internacional, especialmente la UE y los USA, parece haber encontrado una cierta zona de confort para posicionarse sobre el crimen que se está perpetrando en Gaza a diario sin tener que asumir más responsabilidad que comentar con horror las imágenes terribles del día.
Las tres afirmaciones son ciertas, pero no son toda la verdad. Es más, formuladas así, como un conjunto de premisas conectadas entre sí que llevan a una inevitable y obvia conclusión, resultan la peor de las mentiras: una media verdad.
Nadie mejor que los propios palestinos -que no pueden votar desde 2006 porque ni unos ni otros se lo permiten- para saber del carácter de Hamás y su talante autoritario y terrorífico. Pero ni Hamás es el pueblo palestino, ni la franja de Gaza delimita el territorio de un supuesto estado terrorista controlado por Hamás. Al igual que el gobierno de Netanyahu tampoco es el pueblo israelita.
En la posición dominante en Occidente, Palestina y los palestinos parecen haber dejado de existir como parte interesada, como actores políticos con derecho a ver respetados sus derechos y los mandatos de la ONU que le reconocen la aspiración a tener un Estado propio. Se han convertido en víctimas a quienes se intenta salvar por razones humanitarias; no ciudadanos con derechos y libertades que deben ser garantizadas. El problema no es que se les obligue a huir de un lado a otro de la ratonera. El problema es que no se les da tiempo suficiente para hacerlo “de manera humanitaria”.
Hablar de derecho a la legítima defensa, cuando el gobierno y el ejército de Israel hablan de guerra y se comportan en consecuencia, resulta cínico e introduce un sesgo encubridor. Hamás no es el ejército de un supuesto Estado palestino, Gaza no es el territorio de ese supuesto Estado. El blanqueamiento de una guerra criminal, librada contra más de dos millones de personas encerradas en una jaula, con la apelación a la supuesta legítima defensa facilita a Netanyahu extender la supuesta respuesta al terrorismo de Hamás a una ofensiva indiscriminada contra todo el pueblo palestino, destinada a ocupar el territorio del enemigo por cualquier medio necesario.
La tercera pata de la posición que más escuchamos repetir a líderes y mandatarios occidentales resulta igualmente inquietante. La apelación al derecho internacional humanitario parece llevar implícita la asunción de que, hasta ahora, se habría estado respetando y el ejecutivo de Netanyahu estaría a punto de dejar de hacerlo por culpa de los terroristas y los palestinos que les protegen.
Nada más lejos de la realidad. Gaza es la prisión a cielo abierto más grande del mundo. El derecho internacional humanitario no se respeta desde la desconexión en 2006, tras el triunfo electoral de Hamás. No es que el gobierno de Netanyahu vaya a dejar de respetar el derecho internacional humanitario; es que va a violarlo aún más y de manera más masiva. Pedir un alto el fuego al todavía primer ministro israelí por razones humanitarias es un comienzo. Pero debe exigirse y obligarlo por razones de pura justicia. Es una obligación moral, no una opción estratégica.
Existe una frontera entre el lenguaje diplomático y el cinismo que conviene no traspasar. Siempre que se cruza, muere más gente.
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