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Comandante Che ZP

José Luis Rodríguez Zapatero, en el acto electoral del PSOE en Valladolid

Antonio Maestre

15 de julio de 2023 22:40 h

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Las corrientes de fondo emocionales que marcan los momentos de época de cada tiempo se muestran de manera evidente pero sin que les prestemos demasiada atención. Son llamadas de atención clamorosas que ignoramos. Una de las razones por las que creo que lo que ocurrirá estas elecciones pinta mal para la izquierda son las renuncias que se están haciendo para intentar capear un momento reaccionario y que nos enseñan las proliferaciones de halagos a quien antes se discutía. Quizás el faro que nos está mostrando de manera más luminosa esta derrota es el idilio que vive el espacio poscomunista con José Luis Rodríguez Zapatero, que más allá de caer bien ha definido unas políticas económicas y de continuidad con la transición que han servido de bloqueo democratizador. La debilidad de una alternativa a la izquierda queda patente cuando el expresidente se ha convertido en el máximo referente en campaña. Un protagonismo que solo es posible olvidando el legado que nos define como espacio ideológico y que precisamente se ensalzó al contraponerse al gatopardismo socialista que asumió todos los postulados de austeridad económica y del “no hay alternativa” de la Treuhand. El PSOE siempre ha sido un freno para plantear las grandes reformas de calado que España necesita, ocurrió con Felipe González, ha ocurrido con Pedro Sánchez y también con Zapatero aunque ahora se le quiera convertir en Comandante ‘Che’ ZP.

La izquierda poscomunista de la última década creció en contraposición a un bloque bipartidista que protegía una serie de privilegios al margen de la ciudadanía. Nada ha cambiado al respecto desde que el 15M estalló y se articuló políticamente a través de Podemos, pero ahora uno de los principales antagonistas que hicieron saltar la espoleta de la indignación se ha convertido en héroe por el simple hecho de expresar con vehemencia una serie de obviedades que ya habían quedado superadas para esa izquierda que quería competir al PSOE. No hay oportunidad en la que haya que dejar de denunciar el adanismo y la falta de memoria de una parte de la izquierda actual. Nos enfrentamos a un drama y es la existencia de un espacio militante sin cultura política previa que solo se expresa con memes, insultos y un antagonismo infantil, y que se configura a través de una memoria a largo plazo que solo alcanza a lo ocurrido la última semana. Una masa acrítica incapaz de mostrarse firme ideológicamente, sin coherencia y con una percepción de la realidad que es incapaz de hacer una diagnóstico de época que trascienda al seguidismo mesiánico de turno. 

La sensación sobre el ambiente progresista es funesta y es que la derecha ganará con un resultado amplio porque la campaña se está moviendo en el plano de las emociones que más les interesa en un momento en el que los estados que se dirimen en las urnas son más nerviosos que racionales. Una configuración política visceral que se está basando en la izquierda en una asunción de la derrota mientras la derecha solo está evaluando cómo será de amplia su victoria. Esas sensaciones empapan el ánimo de la ciudadanía y son tremendamente pegajosas. No es que la izquierda pueda perder, es que culturalmente ya ha perdido estas elecciones y el 23 de julio solo se certificará cuán de dolorosa es la derrota de forma numérica. Todo está perdido cuando solo hay renuncias ideológicas y todo el mundo está mirando a las identidades personales zaheridas del ídolo adorado que la fase política le brinde. 

La falta de memoria es un obstáculo difícil de superar, por eso hay que ejercitarla para que sepamos ubicarnos ideológicamente sin dar bandazos de un proceso electoral a otro. La memoria es un mapa que nos sirve de guía para no refrendar con nuestras alabanzas a quien censurábamos. El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero tomó unas medidas económicas en 2010 de las que todavía no nos hemos recuperado. El presidente eliminó la ayuda de 426 euros a los parados de larga duración, rebajó el sueldo un 5% a los funcionarios, aumentó la edad de jubilación hasta los 67 años con un aumento de la cotización hasta los 37 años, privatizó empresas públicas como AENA o Loterías del Estado. Declaró por primera vez en la historia mediante un Consejo de Ministros extraordinario un Estado de Alarma para militarizar a un colectivo de trabajadores en medio de un conflicto laboral. Aprobó una reforma laboral que abrió el camino a la del PP años después y de la que todavía no se han recuperado todos los derechos perdidos con la nueva reforma laboral ahora vigente. Una reforma laboral en la que se aprobó la reducción de jornada por causas económicas, la suspensión de  la vigencia de los convenios laborales, reducción de la indemnización por despido de 45 a 33 días o la calificación de despido procedente por pérdida de las empresas. La memoria, al menos, no nos la pueden extirpar para crear una espacio ideológico que merezca preservarse.  

Zapatero puede caer bien personal y humanamente y hay que reconocerle los avances en materia de derechos civiles, su compromiso y su bonhomía, pero de ahí a ensalzar, idolatrar y elevar a los altares su legado hay un camino muy largo que la historia reciente no debe dejar emprender. No por tener nada en contra del expresidente, sino porque desnuda la debilidad de quien antes fue poderoso y ahora solo sirve para rendir las armas. Esa memoria que como corolario Zapatero dejó maltratada en una intervención en Al Rojo Vivo al respecto de su tibieza a la hora de emprender reformas democráticas de calado. Preguntado por la escasa ambición de sus leyes de memoria democrática y por no haber emprendido en más de 45 años un proceso de restitución patrimonial y de indemnización a las víctimas del franquismo dio una respuesta que hiela la sangre de quien tienen sensibilidad memorialista y deja en evidencia todos los males del PSOE y de Zapatero que en ningún caso alguien de izquierdas puede validar: 

“No creo que eso se deba reabrir. Me conformaría con que los representantes de esos familiares fueran respetuosos y tuvieran un poco de compasión con las víctimas y las familias que están buscando en las fosas comunes. Me gustaría que tuvieran esa compasión. Eso ya sería extraordinariamente positivo para reconciliar. Tener esa sensibilidad con las personas que sufren las consecuencias de la dictadura. Cada vez que oigo que van a derogar la ley de memoria democrática, pienso en mí mismo y me digo, por qué quieren borrar a la gente que solo quiere saber dónde está su abuelo o su tía abuela en una fosa común y hacerle un pequeño homenaje. A quién puede eso dañar”. Manuel Romero me recordó una frase de Robespierre para cerrar esa intervención de Zapatero: “Castigar a los opresores es clemencia, perdonarlos es barbarie”.

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