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Control ideológico (en la prensa)

Jose A. Pérez Ledo

Como el periodismo está fatal, los medios tienen que buscarse las habichuelas con fórmulas más o menos creativas. Lo de regalar Pretty Woman los domingos ya no cuela, seguramente porque el español medio tiene tantas copias de Pretty Woman en casa que puede usarlas como posavasos.

La apuesta de este periódico ya la conocen: por unos eurillos, el suscriptor puede leer las noticias un pelín antes que el resto de los mortales. Otros medios optan por malvivir de la publicidad o por los muros de pago, que, como su nombre indica, son unas estructuras defensivas erigidas para protegerse del enemigo exterior.

También hay medios que, de pura desesperación, están llevando la profesión periodística un poco más allá. Son, digámoslo así, los nuevos pioneros.

Hasta ahora, todo el mundo lo sabe, los periódicos cobraban por hablar bien de uno. A eso se le llamaba publicidad y, gracias a ella, el tinglado este del derecho a la información ha ido tirando millas. Pero ahora algunos medios han decidido innovar cobrando también por hablar mal de la gente.

Es el caso de una radio y tres diarios vascos, todos del mismo grupo, que, según revelaba este martes El Mundo, han ingresado 20.415 lereles por decir que la ley Wert es una desgracia. Si bien es cierto que siento la causa como propia (hasta el punto de que yo mismo firmaría tal cosa gratis), el problema aquí está en las formas.

Las piezas de la polémica, contratadas por el Gobierno vasco a finales de 2013, no fueron insertadas como publicidad, sino como información. Se trata de unas conversaciones, ese género tan de moda por culpa del Banco Sabadell, donde expertos en el ámbito de la docencia desgranan los desaciertos de la LOMCE. A todos, por supuesto, les parece una ley lamentable; de ahí que se llame “conversación” y no “debate”.

En respuesta parlamentaria, la consejera de Educación del Gobierno vasco ha admitido que sí, vale, que se trata de publicidad (no dice propaganda, supongo, por lo feo que queda la palabra en boca de un político). Deja así la pelota en el tejado de los medios que publicaron las piezas, allá se las arreglen los plumillas y sus gestores.

Y lo cierto es que el episodio no tiene fácil justificación desde un punto de vista periodístico. Salvo, claro está, que al gerente de la empresa mediática le de un arrebato de sinceridad radical y suelte algo así como: “No hemos puesto que es propaganda porque la clave, obviamente, es que parezca periodismo”.

Mucho me temo, sin embargo, que no oiremos semejante explicación, dado que esos medios, como muchos otros, viven de la publicidad institucional, esos bonitos faldones multiusos que lo mismo anuncian la campaña de la Renta que impiden que los periódicos se desmanden.

Sólo en una cosa fueron completamente sinceros los artífices de la pieza propagandística. En el título: “Miedo, control ideológico y esperanza”. Pues sí, oigan. Y tanto.

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