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“Corona-virus” en el Congreso y otros equilibrismos

La Apertura Solemne de la XII Legislatura incluirá una parada militar a las puertas del Congreso

Garbiñe Biurrun Mancisidor

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La pasada semana ha dado para todo o casi todo. Y no parece que las próximas vayan a desmerecer. Es lo que tiene estar en el comienzo de la legislatura, máxime cuando hay tantas y tan serias cuestiones pendientes y tantos equilibrios por conseguir.

Así que tocaba –y no ocurría desde noviembre de 2016– que el jefe del Estado fuera a presidir la apertura de la legislatura en el Congreso. Un Congreso en el que se manifestaron todas –o casi todas– las expresiones ciudadanas sobre el monarca, expresiones que se pretenden desconocer de manera directa, pues no solo no se consulta formalmente ni hay la más mínima intención de hacerlo, sino que desde abril de 2015, el CIS no incluye, inexplicablemente, ninguna pregunta sobre la Corona o el Rey.

Un Congreso que lo recibió con ausencias esperables, pero siempre relevantes, pues expresaron con claridad su rechazo a la representatividad y legitimidad de este jefe del Estado por ser, a su entender, una “institución anacrónica heredera del franquismo” que intenta “imponer proyectos y valores antidemocráticos”, al tiempo que reivindicaban los “valores republicanos de libertad, igualdad y democracia”.

Un Congreso que pareció afectado de una manifestación aguda de “corona-virus” que haya inoculado un previamente inexistente amor a la institución en algunos casos o que, en otros, haya llevado hasta el paroxismo el que anteriormente se profesaba –recuérdense los cuatro minutos de aplausos–. Y es que lo que el pasado lunes se vivió resulta muy llamativo y sorprendentemente revelador de carencias y debilidades que necesitaban un apoyo tan excesivo.

Tan llamativo que hubo quienes aplaudieron por mitades, dependiendo de su posición institucional –Unidas Podemos en el Gobierno lo hizo en tanto que la mayoría del grupo parlamentario no lo hizo–. Lo que ha motivado que hayan tenido que prodigar explicaciones de todo tipo, desde la apelación al “respeto institucional”, incluso calificándose como integrante de los “valores del republicanismo”, como hizo la ministra Irene Montero, hasta considerarlo un “peaje”, como expresamente manifestó el secretario general de Podemos Euskadi y la propia ministra de Igualdad había sugerido. Y todo ello dejando al margen el contenido del discurso del monarca, que será el que al Gobierno interese en cada ocasión.

Explicaciones que requieren, a su vez, más aclaraciones o, seguramente, ninguna. Porque, de un lado, lo del “peaje” para lograr mejorar la vida de la ciudadanía resulta tremendamente desalentador, porque la dignidad de las personas no puede estar sometida a tales exigencias y porque no parece que hubiera hecho falta ninguna cesión de este tipo en la anterior legislatura, cuando, con apoyo parlamentario al Gobierno monocolor de Sánchez, se consiguieron avances importantes en algunas materias –véase el incremento del SMI, por ejemplo–. Y porque, de otro lado, no se comprende que el “respeto institucional” no tenga la misma expresión desde el grupo parlamentario que desde los miembros de la misma formación política en el Gobierno. ¿O es que debe más respeto el Gobierno que el Parlamento? ¿O es que no debiera desde ambos poderes del Estado expresarse de la misma manera la ideología que se sostiene?

No se puede negar que las cosas han cambiado. Y mucho. Quizá incluso demasiado, no lo sé, y no solo por lo que ahora comento, sino por más decisiones y actitudes, tal como se aprecia desde algunas visiones dentro de Podemos –no se conocen disensiones dentro de IU, por el momento–. Tanto han cambiado, que es posible que se produzca una nueva maldita escisión.

Sería bueno, en tal sentido, que se aclarara si desde UP se sigue manteniendo el objetivo de abrir un debate constitucional en el que la forma del Estado sería cuestión troncal y la ciudadanía tendría el derecho a decidir directamente entre monarquía y república. Lo contrario supondría seguramente una decepción importante para su electorado, pues no solo de pan, SMI y pensiones se vive.

Como decía, mucho han cambiado las cosas. También Sánchez, el “equilibrista”, ha tenido que moverse en relación al debate sobre el conflicto catalán. Y lleva ya incontables movimientos, tantos que es difícil saber dónde se encuentra exactamente. De hecho, sus movimientos son incoherentes y contradictorios entre sí y revelan poco o ningún convencimiento, aunque sí mucho interés en no perder los apoyos tan frágiles que logró para su investidura y en poder fraguar otro Gobierno para Catalunya. Lo cierto es que el único movimiento coherente está resultando el de negar primero, y retardar después, la formación de la mesa de diálogo pactada en su día con ERC. Y, de momento, lo que también es cierto es que está consiguiendo su propósito, sin mayor oposición de ERC, que, aunque tuvo que exigir que la mesa en cuestión se formara de una vez, lo que parece ocurrirá antes de terminar este mes de febrero, no ha expresado mayor malestar por el retraso. No está “mal”, si tenemos en cuenta que el acuerdo preveía que se iniciarían sus trabajos “en el plazo de quince días desde la formación del Gobierno de España”, lo que ocurrió el pasado 13 de enero. Y ello en un ambiente en el que un mes o un mes y medio es, realmente, toda una vida, pues no parece que esta mesa entre estos dos concretos gobiernos vaya a poder prolongarse muchos meses más, si tenemos en cuenta el anuncio del president Torra sobre el agotamiento político de la legislatura.

Tal vez ese sea el reto de Sánchez, dilatar la mesa y su actividad para que, una vez celebradas las elecciones catalanas, pueda haber un Gobierno autonómico más cercano a sus intereses y que facilite acuerdos asumibles. Pero, en este caso, ¿qué balance ofrecerá ERC a su electorado? Lo iremos viendo.

Nota: Todo lo dicho ha sido con el mayor respeto y apoyo a las personas enfermas de coronavirus en todo el mundo.

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