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Elecciones, mochilas, banderas y principios básicos

Urna electoral

Rosa María Artal

Metan en la coctelera y agiten. Sobre todo agiten. Aunque será preferible ver el resultado, después, remansada la mezcla. Comienza España su cuarta campaña electoral en menos de cuatro años, en la que estaremos más atentos a los zascas que a los contenidos. Zancadillas e incongruencias están aseguradas sin que causen especial alarma. Promesas al viento del quizás sí, quizás no. Declaraciones magnificadas o sobreseídas al vuelo. Tópicos, bulos, trampas, tapando ideas. El PP, hasta por boca de su crispadora en jefa Cayetana Álvarez de Toledo, hablaría de entendimiento con el PSOE, mientras emprende una gravísima campaña. Con la sospecha de que no tendrá consecuencias. Como casi nada que atente seriamente principios básicos.

En España, en la España guiada sobre todo, las alarmas por hechos flagrantes son muy selectivas. Es el caso de la sentencia del Tribunal Constitucional que ha avalado el despedido por absentismo laboral, aunque las ausencias del trabajo estén justificadas por bajas médicas. Tiemblen los enfermos crónicos, y los propios derechos humanos. Lo ha hecho posible la Reforma Laboral del PP –de Fátima Báñez de la Virgen del Rocío–. Esa que el PSOE viene prometiendo derogar –en sus aspectos más lesivos, dice– desde hace cuatro convocatorias a las urnas.

Existen graves motivos de preocupación, no solo en España, por la vuelta de tuerca del capitalismo feroz que reacciona a su nueva crisis y a las protestas sociales apretando más a los ciudadanos. Es un clásico ya. Temerario incluso en este momento preciso cuando muchas sociedades arden de indignación –como ya comentamos hace días– y crecen los fascismos irracionales que cierran el círculo nacido de la falta de respuestas de la política tradicional.

Los signos son evidentes, abrumadores. “Arde Chile por la desigualdad, Ecuador por la eliminación de los subsidios a los combustibles, Haití por la escasez de gasolina y alimentos”, resume acertadamente la BBC. Mientras The Guardian recuerda –a los que quieran oír– cómo el modelo económico de Pinochet llevó a la crisis actual que envuelve a Chile.

El Chile de Pinochet, el gran laboratorio neoliberal de la Escuela de Chicago. Completo: con su autoritarismo y represión. De ahí viene, justo tras la Caída del Muro de Berlín, el Consenso de Washington que desde hace treinta años rige el mundo occidental. Con sus privatizaciones de servicios esenciales y lucrativos, bajadas de impuestos a las grandes fortunas, desregulación financiera y esa corte de medidas que se siguen produciendo y aun incrementando ahora.

Cuesta creer que el FMI en su reunión de esta semana haya entonado otro “mea culpa” –como hizo la UE con Grecia– precisamente por aquel acuerdo de 1989. Dicen que el Consenso de Washington “generó enormes desigualdades dentro de las economías avanzadas y desequilibrios entre países”. Incluso la ministra española, Nadia Calviño, resaltó las similitudes de los estallidos sociales en distintas partes del mundo. Esa mezcla letal de injusticias varias implantadas con mano dura. “Las escenas de violencia en Barcelona me recuerdan a las protestas de los ‘chalecos amarillos’ en París. Denotan una rabia y una tensión subyacentes que no son propias de una sola zona del mundo”, dijo Calviño.

Aquí, en España, la Ministra de Economía en funciones habla en cambio de la “mochila austriaca”. Esa que cuenta entre sus opciones que el trabajador se pague su jubilación hasta donde le llegue. Lo miren por donde lo miren. Tampoco ha tenido gran repercusión. Incluso hay quien ha comentado que así Austria es un país próspero. Por la mochila precisamente. Con la mental se carga en demasía. Y nos lastra a todos.

Las pensiones. Caballo de batalla, de Troya. La voracidad del lucro desmedido anda rompiendo el consenso social. El sistema de pensiones de Chile, modelo de privatización para muchos, se desmorona, escribe el New York Times. Ah, las pensiones en el malestar de los chilenos. Y la salud, el transporte público, la privatización del agua, la educación y el ascensor social. Y añadan: la corrupción.

El exministro del PSOE, Carlos Solchaga, afirma que los pensionistas “no tienen razón”: “Ninguno ha pagado ni la mitad de lo que percibe”. Si se trataba de un sálvese quien pueda neoliberal igual podíamos haber invertido esos ingresos de otra forma. Como hicieron en Noruega por ejemplo. Su fondo de pensiones –el mayor fondo soberano del mundo– ha superado su récord: invierte ya casi tanto como el PIB de España. Fue creado en 1996 para invertir en el exterior los ingresos procedentes del gas y el petróleo. Noruega solía tener –ahora se viene complicando también– gobiernos socialdemócratas auténticos. “Es que en Noruega tienen petróleo”, oponen los de las mochilas mentales. Arabia Saudí también, respondes.

El recrudecimiento neoliberal avanza con una sociedad distraída en parte. Las banderas, las de Trump y China fundamentalmente, están produciendo una nueva crisis sistémica del capitalismo. La nueva gerente del FMI lo advierte con contundencia, en Europa se le quita importancia. No hay crisis, es el lema, hasta que llega al cuello.

La intensificación de la doctrina ultraliberal está aquí, al margen de las declaraciones. Ucrania se apunta, va a acometer lo que llamaban “un ambicioso plan de privatizaciones”, masivas. España se dispone -y también ha pasado desapercibido- a “liberalizar” el tren. Por supuesto en las líneas rentables: lean. Ya, en 2020. Y a pesar de la experiencia que hundió los ferrocarriles británicos y que el 75% de sus ciudadanos quiere revertir.

La Junta de Andalucía prepara la venta millonaria del monopolio de las ITV, valorado en un mínimo de 200 millones. Es tan bonito vender las gallinas de los huevos de oro. Así podrán compensar la bajada de impuestos a los ricos, o la promoción de la tauromaquia y todo el ideario que expanden.

Cuestión de prioridades. Como aquel tratamiento contra el cáncer que PP y Ciudadanos vetaron en la Sanidad Pública madrileña. Costaba 21 millones. Los dirigentes conservadores prefieren por ejemplo soterrar la A5, en obras de lucrativo cemento. Y nadie les preguntará por su opinión sobre el cáncer y las formas de acometerlo.

Es un mal extendido, a Tasuku Honjo, le dieron el Nobel por descubrir la inmunoterapia para tratar precisamente esta grave enfermedad. Ahora se siente timado por una farmacéutica que comercializó su tratamiento sin darle a él apenas beneficio. Lo venden entre 50.000 y 100.000 euros por paciente, nada asequible precio. El investigador piensa que su fármaco debería ser más barato pero cree, sin embargo, que con una farmacéutica pública sería peor. Carga con esa mochila.

Hay hechos que marcan la distancia entre la vida y la muerte. Los más extremos. Más amplios, los que separan la precariedad de la opulencia. El capitalismo feroz se recrudece ante una sociedad que no distingue lo que haya detrás de las banderas y no siente el peso de las mochilas que va llenando con piedras. Miren a ver si les caben los zascas y las trampas, las sentencias por sufrir enfermedades caras, el hambre de algunos, los palos a otros por protestar, el futuro que el egoísmo cerril dibuja.

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