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¿Por qué fallamos a las víctimas de violencia de género?

Imagen de archivo de una mujer sosteniendo un lazo morado. EFE/LUIS TEJIDO

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Seis asesinatos machistas en cinco días, tres en las últimas 24 horas, 11 en el último mes. Una de las víctimas estaba embarazada de nueve meses, una chica de 20 años ha sido asesinada por la expareja de su madre. Se disparan todas las alarmas en la sociedad, que empieza a conocer cada detalle, cada horror, cada dolor. También en Interior y en Igualdad, que convoca comités de crisis para estudiar las grietas de un sistema que no ha podido prevenir estos asesinatos. En más de la mitad de las muertes registradas en diciembre existían denuncias previas. ¿Qué ha fallado, qué estamos haciendo mal, por qué no hemos podido protegerlas?

El repunte navideño de las muertes no extraña, aunque aterroriza, a los que conocen de cerca la violencia de género. Sucede cada año. El verano y las fiestas navideñas son las fechas de mayor convivencia familiar y en las que los conflictos no se pueden eludir con las obligaciones diarias. También el momento en el que se rompe el aislamiento de sus seres queridos que el agresor machista impone a la víctima. La convivencia forzada se une al hecho de que ningún maltratador quiere espectadores de su violencia cotidiana ni personas del entorno que le puedan reprochar su conducta o proteger a la mujer maltratada. Los días festivos se convierten en una bomba de relojería, tanto para las mujeres que aún conviven con sus maltratadores como para las que les han denunciado o tienen órdenes de alejamiento. Una bomba de relojería que estalla. 

Un gran avance en la lucha contra la violencia de género fue sacarla del armario. Que el maltrato físico, psicológico, sexual, social y económico que se ejerce contra la mujer no se quedara en el horror de cada casa, que fuera público y reconocido. En 2004 se aprobó la Ley de Medidas para la Protección Integral contra la Violencia de Género y en 2017 se firmó el Pacto de Estado contra la Violencia de Género. Desde entonces se están acordando medidas que mejoran la acción de las instituciones públicas en la protección y atención a las mujeres maltratadas. 

Esta política común se vio cuestionada por lo que en principio era una minoría de ultraderecha. Con el paso del tiempo, la normalización de la agenda ultra y los pactos electorales facilitaron que una parte de la derecha, tanto conservadora como liberal, se sumara al mantra de que la violencia machista solo era un pilar de la ideología de género que la izquierda intentaba imponer. Que la violencia no tenía género. En ese momento se rompió uno de los mayores logros alcanzados entre partidos y también una de las bases desde la que legislar y actuar: la consideración de la violencia machista como problema social. Esta situación se mantiene. Hay una parte de la derecha que no acepta que haya hombres que matan a sus parejas porque no las consideran libres, independientes y capaces de tomar decisiones por sí mismas, que las asesinan porque escapan a su control, porque las deshumanizan a ellas y a sus hijos, porque les niegan sus derechos. 

La lucha contra la violencia de género debe contemplarse y realizarse en dos tiempos: a corto y a largo plazo. En el corto plazo está claro que hay que mejorar la protección y atención a las mujeres que hoy están sufriendo maltrato, coordinar mejor a los servicios sociales, jueces, abogados y policía, y establecer mejores protocolos de urgencia para proteger a las mujeres que se han atrevido a denunciar y a las que tienen órdenes de protección. Y evitar las tentaciones de hacer de esta ley una cuestión ideológica que culmine en cambios legislativos en caliente o endurecimiento de penas. No tiene sentido práctico ni legal: muy pocos de los machistas que asesinan a su mujer intentan ocultar su crimen y a casi ninguno le preocupan las consecuencias penales.

A largo plazo, hay que prevenir la violencia de género, que es siempre heredada y estructural y solo se entiende en una sociedad que la permite. Ahí está la gran tarea pendiente. La ley de Violencia de Género contempla en su articulado medidas educativas que no se pueden aplicar porque sus detractores lo consideran adoctrinamiento. Sin embargo, las intervenciones con adolescentes se han mostrado como el método más eficaz para evitar los malos tratos, algo que es muy difícil de parar cuando ya ha comenzado en una relación adulta. Enseñar a los niños a no reproducir la violencia en sus primeras relaciones sentimentales y a evitar la violencia en redes sociales o en grupo son los retos. Con esto, estaríamos cortando la transmisión de la violencia machista. 

Por último, hay que ser más contundentes en la respuesta social. Sigue siendo muy infrecuente que el entorno que sospecha o conoce situaciones de maltrato lo denuncie al margen de la víctima. Y los hombres que tienen denuncias de violencia de género son disculpados y aceptados por su entorno sin ningún reproche o consecuencia 

Fallamos, pero sabemos en qué y por qué. Que no lo podemos permitir más. Y eso, a pesar de este dolor, tiene que darnos esperanza en el futuro. 

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