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Feijóo, el escapista

Alberto Núñez Feijóo, a su llegada a una reunión a puerta cerrada con embajadores de la Unión Europea mientras se producía la moción de Vox en el Congreso.

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Me imagino aquella noche que, según las crónicas, engendró la moción de censura celebrada ayer en el Congreso: cierta intoxicación etílica, algo de apuro en las próstatas, risotadas aquí y allá, y todo el rato, ¡presente! ¡presente!, la salvación de España. Nada ha reflejado con mayor fidelidad la hybris superlativa de la derecha española desde que un Albert Rivera ascendido a los cielos decidió suicidarse estrellando el avión de su partido contra el suelo.

La competición entre momentos esperpénticos es reñida en la historia de España, aunque lo de este martes me recordó aquel verano de 1870 en que se buscaba un rey para restaurar la monarquía en nuestro país. Cuando los alemanes propusieron a Leopoldo de Hohenzollern Sigmaringen, el casticismo madrileño tardó poco en apodarlo “Olé-olé si me eligen”. Pues algo así. La fonética de Tamames es más sencilla, pero la pirueta política era mucho más difícil. Le salió regular.

Era la estrella de la sesión, tal como quiso Vox, llevando al límite la condición espectacular del Congreso. Al comenzar su discurso se le veía desorientado, de manera literal y metafórica. Literal, porque no hablaba de pie, ni en la tribuna, ni en nombre de un partido, que es como suelen hablar los candidatos a presidir el Gobierno de España. Metafórica, porque su intervención, que arrancó con una defensa del 78, derivó enseguida hacia el 98, o sea, el pesimismo decadente y pelmazo. Estar ocupando el escaño de Abascal y citar a Machado, que murió en el exilio de Colliure, revelaba el tamaño de la desubicación. 

El candidato perseveró y pronto logró contagiar la desorientación en círculos concéntricos. El primero que cayó bajo el embrujo del caos fue el propio Abascal, que ocupaba el lugar contiguo a sí mismo, como si quisiera desdoblarse en una cosa y la contraria, igual que el candidato. Físicamente se alejó de Tamames todo lo que pudo con su escaño de ruedas, para evitar el desquicie que él mismo había propiciado, o al menos que no le pillara dentro de plano. 

La mancha aceitosa del desconcierto siguió avanzando: se extendió a los diputados de Vox. Sus caras al descubrir que la dictadura franquista, en la que ellos creen, encarceló al candidato que van a votar reflejaban el esfuerzo de mantener la compostura. Enseguida se desubicaron los diputados del PP: otra moción de censura sin su líder, qué malos recuerdos. La envolvente caótica cercó pronto al conjunto de sus señorías: el candidato criticó la ley electoral actual porque según dijo -sin aportar evidencia empírica- favorece a los nacionalistas. Para que nadie se despistara recordó que esa ley se aprobó en 1977, en plena Transición inmaculada. No es que Tamames entrara en contradicción con Vox, como había anunciado, sino consigo mismo en cuestión de minutos. Concluyó y resultaba difícil haber encontrado algún interés a su discurso. Hay egos que siempre tienen algo que decir, pero olvidan que los demás no siempre tenemos algo que escuchar.

Ahora bien, para pirueta política insuperable, la de Feijóo. Estuvo a la altura del mejor Houdini. El legendario mago, de origen húngaro y de nombre Eric Weiss, se puso el sobrenombre de Harry Handcuff Houdini. Las handcuffs eran las esposas con que se maniataba. Encadenado de pies y manos, con un dogal al cuello, y candados y grilletes atando sus miembros, Houdini siempre lograba liberarse y escapar. Ser escapista ni siquiera es original entre los conservadores españoles. Rajoy se fue a comer atún el día que lo estaban echando del Gobierno. 

La cuestión es si en esta moción a Feijóo le basta con el escapismo. Ya intentó esfumarse sin haber terminado de llegar al liderazgo de su partido, para no tener que dar el beneplácito al primer gobierno autonómico con un vicepresidente de ultraderecha, el de Castilla y León. No lo logró. El numerito escapista no deshará sus ataduras. Al contrario, este martes quedó claro por incomparecencia que a Feijóo le pesan mucho las cadenas de la ultraderecha y los grilletes no lo dejan caminar. A partir del 28 de mayo esos amarres se reforzarán. 

Uno de los trucos más celebrados de Houdini consistía en hacer desaparecer un elefante. El líder gallego tiene en la habitación el de la ultraderecha y ni entra en el hemiciclo para no verlo: ¿no percibe que la moción de censura va contra él? El voto de abstención culminará este insólito ejercicio de escapismo: no pronunciarse es radicalmente impropio del PP. Sería aceptable en un partido marginal, pero no en uno que aspira a gobernar y cada día suelta una soflama apocalíptica. Un candidato sin miedo habría aprovechado esta moción para presentar el proyecto de los conservadores españoles para España. Era una magnífica ocasión de explicar a los españoles su visión de nuestro país, y contrastarla con la del Gobierno actual. Pero para presentar un proyecto político, hay que tenerlo. Ayer quedó claro que Vox sólo tiene ideas extemporáneas. Feijóo, ni eso.

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