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El fracaso de la disuasión

Kiev (Ucrania)
24 de febrero de 2022 23:17 h

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La OTAN vive de la disuasión. Pero solo disuade de un ataque externo a sus miembros. Falló en Afganistán. Frente a Ucrania, ahora atacada e invadida por Rusia, esta disuasión de un país con un PIB similar al de Italia, pero con buenas fuerzas armadas, convencionales, nucleares y cibernéticas, y materias primas (muy especialmente gas y petróleo), ha fracasado. La amenaza de sanciones económicas, timoratas ante el reconocimiento de la independencia de Donetsk y Luhansk, y ahora más potentes, incluidas diplomáticas, no ha disuadido a Putin, que había leído bien el mensaje que no se ha cansado de repetir EE UU y la Alianza Atlántica, a saber: que no intervendría militarmente en Ucrania en caso de invasión. La OTAN es una protección para sus Estados miembros, pero poco más (que no es poco), aunque ahora quiera morder la gran manzana china. Ahora bien, sin esa disuasión, los países bálticos, con importantes minorías rusas a veces mal integradas, se sentirían estratégicamente desnudos.

Ni la OTAN, ni la UE, ni EE UU, supieron leer las verdaderas intenciones de Putin, cuando en un extenso artículo publicado en julio pasado “Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos”- lo que se puede considerar como su “telegrama largo” (en referencia al de George Kennan en 1946)- afirmó que “los rusos y los ucranianos eran un solo pueblo, un todo.” El pasado lunes, reiteró esta visión en su discurso y fue más lejos al considerar que “Ucrania en realidad nunca tuvo tradiciones estables de Estado real. Y, por lo tanto, en 1991 optó por emular sin pensarlo modelos extranjeros, que no tienen relación con la historia o las realidades ucranianas”. Ayer jueves de madrugada, en un nuevo discurso, con mismo traje y corbata, Putin negó que Rusia planeara ocupar Ucrania, aunque dejó clara su intención de rediseñar sus fronteras. “Permítanme recordarles que cuando se creó la URSS después de la Segunda Guerra Mundial, la gente que vivía en ciertos territorios incluidos en la Ucrania moderna... nadie les preguntó nunca cómo querían construir su vida”, dijo. Dicho sea de paso, la famosa 11ª edición de la Encyclopedia Britannica (conservo una colección familiar) dedicaba en 1911 solo un corto párrafo a Ucrania: “(‘frontera’) el nombre que se le daba antiguamente a un distrito de la Rusia europea, que ahora comprende el gobierno de Kharkov, Kiev, Podolia y Poltava. La parte al este del Dniéper pasó a ser rusa en 1686 y la parte al oeste de ese río en 1793.” El suplemento de 1922 de la Britannica , tras la revolución bolchevique y la Primera Guerra Mundial, matizaba mucho más una historia compleja y le dedicaba dos páginas. 

Siempre es peligroso alterar fronteras, y más con la fuerza de las armas o el arma de la fuerza. Lo sabemos bien en Europa. El país que más ha alterado las suyas en Europa, Polonia (una parte del antiguo territorio polaco pertenece a lo que es -o pronto, era- la Ucrania moderna. Pero para Putin primero fue recuperar Crimea en 2014 (que Jrushchov había cedido a Ucrania en 1954 dentro de la Unión Soviética) y una parte del Donbast. ¿Ahora es toda Ucrania o veremos si solo una parte, la que también incluso la costa del Mar Negro y Odesa y también Kiev? Aunque es difícil adelantar sus intenciones, los textos y declaraciones de Putin apuntan a los peores escenarios. En todo caso, la opción razonable, a la que tenía que haber optado la propia Ucrania, de una neutralidad, ya no parece tener validez. 

Putin, que se ha hartado de esperar a la solución a los temores estratégicos de Rusia, sí sabe lo que es la disuasión. Temía que la OTAN se fuera acercando más y más a Rusia. De hecho, en un gesto disuasivo, ayer lanzó una amenaza contra “cualquiera que trate de interferir”. No por casualidad, realizó tres pruebas de misiles de largo alcance con capacidad nuclear unos días antes del ataque que ha lanzado, un claro mensaje. No cabe excluir que se lance a una nueva carrera nuclear en Europa, a la que la OTAN responderá, sabiendo las divisiones internas que provocó en los años 80, la llamada crisis de los Euromisiles, en la que, por cierto, la España de Felipe González, entonces, expresó solidariamente su “comprensión” ante el despliegue de los misiles Pershing2 y de crucero estadounidenses en suelo alemán. Hay un cierto paralelismo más que razonable con la política española ante la crisis de Ucrania.

Occidente ha actuado mal. Ni disuasión ni comprensión de los temores rusos a que Ucrania llegara a entrar un día en la OTAN y en la UE. Esta le preocupa también a Putin pues tiene su propio principio de defensa colectiva. El Tratado de la Unión Europea (artículo 42, apartado 7) señala, en línea con el art 5 del Tratado de la OTAN, que cuando un Estado miembro de la UE sea objeto de un ataque armado en su territorio, los demás Estados miembros de la UE deberán prestarle ayuda y asistencia con todos los medios a su alcance. Dicha obligación debe ser coherente con los compromisos adquiridos por los Estados miembros de la UE en su calidad de miembros de la OTAN.

Pero la UE, de momento, no tiene “pegada” en términos militares. A Putin, autócrata, lo que le preocupa de la UE es su fuerza de democratización (pese a los actuales problemas internos con la Hungría de Orbán, entre otros), como se demostró incluso en Ucrania con la revolución del Euromaidan en noviembre de 2013 -que el Kremlin calificó y califica de golpe de Estado, origen en parte de la actual crisis. Reléase el citado texto de Putin sobre la importación de modelos extranjeros. Putin castiga a Ucrania también por sus aspiraciones europeas. Putin, formado profesional e ideológicamente en la KGB, tiene una visión imperial, Cabe recordar que Zbigniew Brzezinski​, ex consejero de Seguridad Nacional en EE UU, consideró, con razón, que Rusia (entonces Unión Soviética) tenía que elegir entre ser un imperio o ser una democracia. Putin quiere reconstruir el imperio, al menos en parte, haciendo caso omiso de la democracia y de los derechos humanos, como ha demostrado en repetidas ocasiones, asesinatos incluidos.

Con lo que volvemos a los límites de la disuasión con sanciones (y algunas armas que se hayan enviado o se vayan a enviar a Ucrania para reforzar su resistencia), que, sin duda, Putin ha previsto (también las dependencias europeas), y ante las que recibirá ayuda de China, aunque todo esto no le guste nada a Pekín, salvo en que distrae a Occidente de su obsesión con el gran país asiático. O la disuasión anunciando EE UU un día sí y un día no de que venía el lobo, de que la invasión era inminente. Esta disuasión por comunicación, con revelaciones -de invasiones o de sanciones- tampoco ha dado los resultados buscados.

Lo que está pasando va más allá de Ucrania, ante una Rusia perturbadora y debe llevar a la OTAN, y a sus Estados y gobiernos -Macron y sus esfuerzos de mediación incluidos, a repensar muy a fondo qué es la disuasión y con qué instrumentos debe contar. De momento, ha fallado. Pero la cumbre de la Alianza en Madrid en junio gana con ello aún mayor importancia, mientras a muchos ucranianos les toca sufrir.

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