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¿Dónde está el Gobierno feminista?

Marcha 8M en Las Pedroñeras, Cuenca

Ana Requena Aguilar

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La imagen resulta especialmente desalentadora. Es una plaza del centro de Madrid, al caer la tarde. Las terrazas invaden las aceras, las personas invaden las terrazas, las cervezas compartidas inauguran los cambios de fase, la proximidad de la 'nueva normalidad'. Al otro lado, las cintas rodean un pequeño parque infantil: los columpios siguen clausurados. La convivencia de las dos escenas en apenas unos metros me hace pensar irremediablemente en cómo la vida exterior de los adultos parece ya moverse deprisa mientras la de niñas y niños sigue como esos columpios, clausurada.

Hablamos de la vida de los menores, pero también de la vida de puertas adentro y de todas esas tareas que nos sostienen y que tanto nos costó ver. Durante las semanas en las que la pandemia arreció y el confinamiento era estricto, hablamos mucho de cuidados, de cambiar el paradigma, de aprovechar esta vivencia para valorar lo que dábamos por hecho. Pensamos que era cuestión de aguantar, dos semanas primero, un mes, dos. Se trataba de hacer un esfuerzo, trabajar y cuidar a la vez, pero era puntual, nos decíamos, porque esto iba a ser un punto de inflexión, algo temporal que sirviera de trampolín para un horizonte mejor. Tres meses después, el mundo comienza a girar y lo que pasa de puertas adentro vuelve a caer en el olvido, también en la dejadez política.

Este martes el Gobierno aprobaba el decreto que regula la 'nueva normalidad'. Sabemos cuáles serán las normas de distancia física y uso de mascarillas, sabemos cómo tendremos que utilizar el transporte público, las reglas que deberán seguir los bares y hasta las indicaciones para que la Liga (masculina) de fútbol comience. Pero no sabemos nada de los columpios, ni tenemos idea de qué va a suceder exactamente con el sistema educativo, ni de cómo vamos a seguir exprimiendo la productividad mientras hacemos reuniones de zoom, preparamos lentejas y los niños gritan en el salón.

Para quien trabaja y cuida a la vez o para quien trabaja fuera de casa y tiene que ingeniárselas para dejar a sus hijos al cuidado de alguien -o solos- los cambios de fase son algo que suena bonito pero que no cambian la realidad material más central en sus vidas. De qué fase hablamos, de qué nueva normalidad, cuando la realidad de miles de hogares es el colapso diario.

Está muy bien que Pedro Sánchez diga 'Viva el 8M' desde la tribuna del Congreso y que Pablo Iglesias se dirija amablemente a los niños para darles las gracias por su esfuerzo durante el confinamiento. Pero esperábamos más de un Gobierno que se definió a sí mismo como feminista. Millones de mujeres asisten desde su casas al aumento de la brecha de género en directo, preguntándose, una vez más, si serán ellas que no saben, si serán las únicas, si en la ecuación de vuelta al trabajo, bares, terrazas, turismo y centros comerciales alguien va a incluir, en serio, qué pasa con los cuidados.

Para quien vaya a echar mano del escepticismo o del discurso que señala que 'no todos los hombres', resumo algunos datos y también conclusiones de investigaciones en marcha. Por ejemplo, que en España las mujeres dedican de media un 56% de su tiempo a tareas no remuneradas, mientras que los hombres, un 30%. O que durante el confinamiento los hombres han aumentado su participación en las tareas de cuidados pero de forma insuficiente para compensar el aumento de las cargas. Las mujeres son las principales responsables de todas esas tareas excepto una: hacer la compra. Otro dato: las mujeres que teletrabajan y tienen hijos son las que más acusan las consecuencias psicológicas de la pandemia.

Es un tema complejo, sin duda. El sistema arrastra tales carencias que en realidad habría que construir un armazón entero. ¿Pero cuándo si no ahora? La complejidad no puede ser la excusa para seguir postergando medidas que alivien la situación de las familias (en plural), que corrijan desde ya la brecha de género en los cuidados, que está ensanchándose y que impacta de lleno en la desigualdad laboral, en las expectativas vitales y en la autonomía económica de las mujeres. Medidas que garanticen el derecho de niños a niñas a una educación de calidad y sin brechas sociales, a relacionarse con sus pares en la medida que sea posible, a jugar y a vivir una vida en la que se les tenga en cuenta. Por algún lugar y en algún momento habrá que empezar a construir el armazón.

“Si nosotras paramos, se para el mundo”, decíamos todas en la huelga feminista de aquel 8M de 2018. Lo frustrante ahora es ver cómo la política sigue construyendo un mundo que gira exactamente sobre esa premisa, pero al revés: que el mundo gire que ya cuidan las mujeres.

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