Homenaje a Harald Edelstam
El 11 de septiembre de 2014 muchos recordamos, con la inevitable serenidad que la historia y el tiempo arrojan, pero sin ceder un ápice al olvido, una fecha fundamental para la historia más controvertida del noble pueblo chileno: el 41º aniversario del Golpe de Estado militar contra el gobierno democrático de Salvador Allende.
Su conmemoración al otro lado del Atlántico, ha sido íntimamente celebrada, un año más, entre sutiles huellas de sufrida frustración y profundo agradecimiento.
Buena parte de los cuantiosos exiliados chilenos, entre los que destacan sindicalistas, maestros, miembros de la coalición de Unidad Popular de Allende y otros activistas por los derechos sociales, recibieron asilo en Suecia y en otros amables territorios europeos, en 1973. Desde entonces, un abundante número de estos «luchadores de la libertad», como los definió Harald Edelstam -embajador del país escandinavo durante el golpe en Santiago- han tenido la oportunidad de regresar a su patria con el devenir de los años. Otros tantos hombres y mujeres, sin embargo, recelosos de una transición que hace apenas poco más de una década se vio forzada a iniciar los trámites de enjuiciamiento contra el exdictador Augusto Pinochet en un bochornoso procedimiento internacional, decidieron en conciencia, no volver jamás.
A esta apreciable y lógica impotencia de las víctimas, se suma en estas fechas un sincero y agradecido reconocimiento a la impagable labor de los gobiernos que dieron su auxilio incondicional a los numerosísimos refugiados, y un sentido homenaje a las arrojadas personas que, con su esfuerzo y su tesón, lo hicieron posible.
En Suecia particularmente, los chilenos recordaron estos días con especial cariño al mencionado diplomático Gustaf Harald Edelstam, El clavel negro -sobrenombre en homenaje a “la pimpinela escarlata” con el que cariñosamente se refieren al él algunos de sus protegidos-. El embajador inició su trayectoria profesional en Noruega, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando, aprovechándose de su condición de legatario del Reino de Suecia, proporcionó asilo y refugio a innumerables seres humanos, violentamente perseguidos por la barbarie nazi al amparo del régimen de Quisling.
En Chile, sin embargo, las circunstancias de aquellos dramáticos días del golpe tampoco resultaron cómodas: “Siempre tenemos miedo de que los soldados (…) se sientan tentados a saltar los muros [de la embajada] y capturen a aquellas personas que deseen” expresaba en una entrevista a la prensa, en diciembre de 1973, el embajador en Santiago, poco después de ser declarado persona non grata por el Gobierno de la dictadura. Harald, tras haber denunciado ante los medios europeos los métodos severos de los que hacían uso los sicarios de la Junta Militar, acabó por expresar públicamente el peligro creciente al que estaban siendo sometidos también sus asilados, el personal a su servicio, y él mismo.
Lo cierto es que el embajador tenía motivos más que fundados para temer tales consecuencias. Apenas unas pocas semanas antes de pronunciar estas palabras, entre el 11 de septiembre -cuando el General Pinochet declaró la ruptura de relaciones con los gobiernos de Cuba y Corea- y el día 13, fecha en la que se expulsó a los enviados de La Habana del país andino, la cancillería castrista fue asaltada al parecer con gran rabia por las tropas chilenas. El fanático coronel Uros Domic, se habría puesto en contacto por vía telefónica con el embajador cubano -Mario García Incháustegui- y su personal en el interior, para ordenarles que abandonasen de forma inaplazable el edificio, so pena de ser bombardeados por la misma aviación militar que apenas unas horas antes había sembrado el pánico en el Palacio Presidencial de la Moneda. Edelstam, tras haber sido informado del hecho, y haciendo valer su inmunidad diplomática, se desplazó hasta allí para hacerse cargo de la sede caribeña en la capital, izando para ello la bandera del Reino de Suecia como símbolo de su dominio sobre la embajada, y evitando así la prolongación de una intervención cuyas previsibles consecuencias conducían a un enfrentamiento cada vez más cruento entre los asaltantes armados y los cubanos atrincherados.
Interrogado entonces por los periodistas respecto a la posibilidad de un rebrote de la violencia contra la delegación de Cuba y sus ocupantes, el clavel negro explicó que “por esa razón me he quedado allí durante la noche protegiéndolos. Durante el día siempre tenemos a una persona de la embajada encargándose también de que eso no suceda”.
En las sucesivas jornadas, y bajo el ocasional estallido de bombas incendiarias arrojadas contra su delegación, Harald Edelstam se dedicó arduamente a proporcionar salvoconductos y asilo a innumerables ciudadanos -sobre todo procedentes de Chile, pero también de otras nacionalidades- que se encontraban detenidos en el Estadio de Chile o presos en el Estadio Nacional, con grave riesgo para su salud y sus vidas, debido a las durísimas condiciones a las que fueron sometidos.
Con el fin de realizar exitosamente tales acciones de absoluta humanidad, el embajador se sintió obligado a actuar con gran celeridad, saltándose todos los cánones que dicta la profesión diplomática, y levantando fuertes suspicacias contra su persona por parte de los militares encargados de la custodia de los rehenes. En este sentido, el propio funcionario sueco dejó clara su posición, al declarar que “cuando hay una situación de vida o muerte, (…) no tienes tiempo para ser diplomático. Tienes que ser humano”.
Este pensamiento le acarreó al embajador unos fuertes costes personales. Expulsado de Chile -algo inédito durante el periodo democrático-, Harald terminó su carrera diplomática en Argelia, donde estuvo destinado durante cinco años, a pesar del apoyo firme y decidido del propio Primer Ministro sueco, Olof Palme. Por su parte, la embajada fue clausurada, y en su lugar se estableció una oficina comercial que perduraría hasta el año 1991, momento en el que se logró normalizar la relación entre ambos países y que Edelstam, desgraciadamente, jamás llegó a ver.
Harald Edelstam falleció el 16 de abril de 1989.