Hoy lo revolucionario es llegar a acuerdos
Ahora que va quedando claro que la causa principal de casi todos nuestros problemas es que medio país quiere meter en la cárcel a la otra mitad, ha llegado el momento de hacer algo realmente revolucionario y llegar a algún acuerdo con alguien sobre algo.
Hoy un acuerdo sería algo tan sedicioso que seguramente la Fiscalía también se querellaría contra su autor intelectual, mientras el comando de patriotas que se ha hecho fuerte en la mayoría de los medios de Madrid pediría que fuera embreado en la plaza Mayor como escarmiento. Aun así merecería la pena. Sería histórico.
Artur Mas se pasea por Barcelona como si fuera Gladiator rodeado de una corte de convergentes que le aplauden cada vez que respira, Oriol Junqueras reclama elecciones con el entusiasmo de quien pide hora en el dentista, Rosa Díez hace de viuda de España y se desgarra las carnes por la patria por todas las televisiones, en Podemos están ocupados eligiéndose a sí mismos, Pedro Sánchez bastante tiene con ir haciendo apostolado federalista entre los suyos sin que se le reboten y Mariano Rajoy guarda silencio seguramente por miedo a que si dice algo, lo que sea, los suyos lo metan también en la cárcel. Resulta todo tan previsible que da miedo.
Si alguno ahora tuviera el coraje de proponer un consenso viable y sensato, no sólo lo petaría ante la mayoría de la opinión pública, sino que dejaría tan descolocados a los demás que seguramente hasta podría tomar ventaja para eso que parece ser lo único que importa de verdad: las elecciones.
¿Y cómo se llega a acuerdos? Habitualmente no es fácil y en este país se ha perdido mucha práctica. Llegar a acuerdos se ha convertido en algo sospechoso, síntoma inequívoco de alguna oscura corrupción o apaño inconfesable. Pero la política no consiste en tener razón. La política sirve para alcanzar consensos entre gente que maneja razones diferentes.
Para llegar a acuerdos, suelen resultar imprescindibles tres condiciones. La primera es tener voluntad. La segunda es comportarse con lealtad durante las negociaciones y renunciar a sacar ventaja con el engaño. La tercera es no pedir cosas imposibles.
Por ejemplo. No se le puede pedir a Mas que le diga a los catalanes que lo siente mucho, pero que eso que llevan años pidiendo en la calle no puede ser porque dice el Gobierno que es ilegal. No se le puede pedir a Rajoy que negocie un referéndum que media España ni entiende ni acepta. A partir de ahí, todo se vuelve mucho más fácil.