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De la mano de Vox

Feijóo y Ayuso en un mitin de la campaña del PP en Getafe.

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Lo que suceda con los mandatos de las municipales es otro asunto. La ola azul marca un cambio de ciclo en muchísimos ayuntamientos, de norte a sur, de este a oeste, y la nacionalización de los plebiscitos le ha funcionado al Partido Popular (y a Bildu en Euskadi y Navarra). Pero la gobernabilidad de esos ayuntamientos no plantea tantas preguntas como la de las autonomías que replican los cambios municipales. Es una noche aciaga para las izquierdas, pero no se trata de un simple cambio de ciclo a una derecha moderada, razonable, como la que Juanma Moreno ha pretendido vender en Andalucía. En todos esos gobiernos autonómicos, Vox aspira a extender el modelo de Castilla y León: quieren y exigirán gobernar. Y Feijóo estará obligado a permitir que sus nuevos y flamantes presidentes autonómicos comiencen su camino de la mano de Vox.

¿Qué pasará con las políticas de igualdad de la Comunitat Valenciana? ¿Qué hará ese Gobierno contra la política lingüística? ¿Qué cargos exigirá un candidato de Vox, con resultados autonómicos muy cercanos a los de Compromís, que fue condenado en su día por violencia psíquica a su mujer? “Te voy a estar jodiendo hasta que te mueras”, le dijo. ¿Es aceptable que un hombre así ocupe un cargo público? ¿Era aceptable que fuera candidato? ¿Podrá tragarlo el Partido Popular? Sí, lo tragará. Más aún cuando, sin pactar con él, no existe mayoría ni para Mazón ni para nadie.

¿Qué pasará en Aragón, donde sin Vox el Partido Popular tampoco alcanzaría una mayoría? ¿Y en Murcia, donde Vox le pisa los talones hasta al PSOE? Como en la Comunitat Valenciana, ¿qué haría Vox en el Gobierno de las Islas Baleares? ¿Cómo gobernaría María Guardiola, del Partido Popular de Extremadura, que ha llegado a afirmar que el derecho al aborto ha de quedar fuera del debate político de la región, con quienes querían instaurar en Castilla y León el latido fetal? No es sólo incomodidad. Es que quizá se cruzarían líneas rojas para los votos prestados por los decepcionados del PSOE, aquellos a quienes algunos barones populares han tratado de conquistar halagando al votante socialista y denigrando al fantasma del sanchismo.

Más allá de la moderación por las palabras, lo que veremos a partir de mañana será la radicalización del Partido Popular a través de los actos. Lo atestiguará su acción de gobierno. Y entre las pocas esperanzas que la izquierda puede tener de cara a las próximas generales se encuentran las consecuencias de esa acción, el rechazo que esa gestión pueda generar. Lo terrible de esa esperanza (o del deseo del “cuanto peor, mejor” de algunos) es que el deseo pueda cumplirse; que, perversamente, a lo que conduzca esa gestión no sea al rechazo, sino al emponzoñamiento; a la gradual intoxicación de la sociedad española, a la extensión de la victoria de Ayuso en Madrid de 2021 y sus consecuencias a toda España.

Hay un camino aún peor. Es el del eterno resistencialismo cortoplacista. El que, una vez más, como en 2019, tornaría al miedo al lobo y la alerta antifascista como estrategia: la reducción de toda la oferta de la izquierda a la oposición a la extrema derecha, el pensamiento conspiranoico sobre la mutación del pueblo en un sujeto imbécil, enfurecido, al cual ya se ha renunciado a encarnar. Si la perspectiva es esa, si no hay una construcción seria de alternativa a medio plazo, todas las elecciones por venir también serán derrotas. Y ni siquiera será esta la más triste de las noches.

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