Matan la filosofía, asesinan el futuro
La filosofía implica una movilidad libre en el pensamiento, es un acto creador que disuelve las ideologías
¿Qué harían si vieran en un curso incesante de agua, más bien sucia, asomar fugazmente, como pequeños destellos, algunas peticiones de ayuda, llamadas de atención, peticiones de auxilio que la corriente se lleva sin que apenas nadie repare en ellas? ¿Qué harían si supieran que los gritos desesperados que profieren son el anuncio de una catástrofe cierta y demoledora y que nadie desde la orilla parece hacerles ningún caso? Es la sensación que he tenido estos días en redes sociales cuando he visto cómo un grupo de profesores perfectamente desconocidos trataba de llamar nuestra atención sobre el asesinato de la Filosofía para la gran masa de jóvenes a manos, precisamente, de los progresistas que prometieron defenderla.
Es tal vez la noticia más terrible que podría tener que escribir porque, sin duda, es la consagración de todos los terrores que ya nos acechan. Es tanto como oír que van a gripar el motor del verdadero ascensor social o que van a destrozar la posibilidad de tener una población con sentido crítico democrático o que se va a consagrar la definitiva desigualdad entre las clases intelectuales, o que se van a poner los cimientos de un mundo de enfrentamientos ciegos entre ideologías irreconciliables por falta de diálogo o comprensión y que nadie le presta la menor atención. Veo cómo un gobierno progresista le entrega la defensa del amor a la sabiduría a conservadores y se me rompe el alma. Otra pérdida más de banderas, otro fracaso en la visión de futuro, otra traición a los hijos de las clases que no podrán adquirir esas herramientas del pensamiento en ningún otro lugar.
El presidente del Gobierno escribía un tuit hace exactamente seis años que decía: “Me he comprometido más de una vez a meter la Historia de la Filosofía como materia común. Yo estudié Filosofía y uno de mis profesores favoritos, Eduardo Vázquez, fue precisamente en esa asignatura. Es un saber fundamental para poder desarrollar el pensamiento crítico y ayuda a la formación de la persona como ser autónomo. Contáis con mi compromiso”. ¿Qué ha pasado entre esa afirmación, que recoge sintéticamente parte de la “utilidad” de los saberes filosóficos, y la norma del gobierno que preside en la que se consagra que los jóvenes que solo cursen la enseñanza obligatoria no tengan ni por asomo contacto con eso que a él mismo tan precioso le fue y tanto le gratificó? Es difícil comprender cómo un gobierno progresista piensa que a esos alumnos les va a resultar más provechoso cursar asignaturas de “emprendimiento”, como si autoemplearse fuera una tarea constitutiva de la esencia del individuo de las próximas décadas, obligado a separarse de su condición de persona autónoma y crítica para abocarse a la titánica tarea de buscarse la vida consiguiendo sus propios medios de producción, para lo que difícilmente encontrará capital, extrayéndose él su propia plusvalía. Claro que si de Marx y de filosofía marxista se trata, tampoco se los encontrarán en su vida si no llegan a topar nunca con la historia del pensamiento humano.
Yo, como Sánchez, también estudié filosofía en varias asignaturas diferentes durante muchos años de mi vida -filosofía, historia de la filosofía, filosofía política, ética, epistemología, deontología, teología- y tengo clarísimo que sin haberme construido con esas disciplinas, contra esas disciplinas, a través de esas disciplinas, nunca podría haberme acercado a mis lectores como lo hago ahora. También recuerdo perfectamente a uno de mis profesores que en su método casi mayéutico se transfiguraba en cada filósofo que le tocaba explicar y nos introducía en su sistema, hasta el punto de que no encontrábamos otra forma más lógica de explicar el mundo que la de aquel pensador. Así deveníamos primero aristotélicos y luego agustinianos o hegelianos o spinozistas o casi siempre kantianos o hasta sartreanos con la misma pasión con la que ahora uno se llama culé o vikingo. Puede que muchos de los que asistieran a esas clases no sean capaces ahora mismo de recordar alguna nota significativa de cada sistema filosófico, pero lo importante es que todos llevan dentro una semilla que resulta capital e indestructible, a saber: que hay muchas formas de dar respuesta a las preguntas universales y que todas ellas son lógicas y estructuralmente perfectas en ellas mismas por lo que cabe respetarlas todas y, en caso de querer combatirlas, solo cabe hacerlo con los elementos de razón aceptados comúnmente por todos los sistemas. Solo con perpetuar esa enseñanza bastaría para flotar en el amplio caos en el que vivimos e intentar dotarlo de un orden a la medida de lo humano. Con las herramientas que da una mínima formación filosófica, el individuo está preparado para intentar comprender cualquier desafío de la tecnología o de la biotecnología o de la inteligencia artificial porque las grandes preguntas y las grandes dudas del ser humano son siempre las mismas, en cualquier tiempo, y porque hemos sido capaces de desarrollar algunas guías para no perdernos cuando nos superan. ¿Adivinan por qué las grandes tecnológicas están contratando cada vez más filósofos para integrar sus cúpulas directivas? Sin esa soga a la que asirnos para caminar, nos perdemos en la caverna.
Las grandes cuestiones del ser humano: ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? ¿qué hago en el universo? ¿para qué estoy en él? Y sobre todas: ¿cómo debo vivir mi vida? siguen estando ahí y sin una mínima respuesta individual la vida se convierte en un camino vacío de sentido. Consumir no da respuesta a ninguno de esos dilemas y cada vez más vemos cómo adolescentes y jóvenes caen en pozos que algunos quieren etiquetar como problemas de salud mental pero que no son sino el vértigo del vacío. La filosofía es una medicina para eso más potente que el Prozac, que las tazas de Mister Wonderful y que cualquiera de los miles de manuales de autoayuda.
La enseñanza de élite va a seguir incluyendo la filosofía, no lo duden. Nadie que pueda y que tenga la sensibilidad personal e intelectual para comprender todo esto va a dejar a sus hijos ayunos de ello. Lo más probable es que sean los menos favorecidos los que sean arrojados en masa a la vida sin haber tenido siquiera el atisbo de que otros sintieron las mismas dudas y el mismo vértigo vital e intentaron darle soluciones, sin la certeza de que no hay un único discurrir válido ni unas únicas respuestas.
El próximo día 18 a la una de la tarde, un puñado de profesores se concentrarán frente al Ministerio de Educación sin conseguir un hueco relevante en los medios de comunicación y, sin embargo, estarán defendiendo una cuestión capital.
Tal vez Pedro Sánchez pudiera explicarnos por qué ha consentido en privar a tantos adolescentes españoles de ese Eduardo Vázquez que él sí tuvo. Yo, como tantos, no lo entiendo. A mí, me parece una traición a los principios y un asesinato del futuro.
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