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La maternidad bajo ataque

Pancarta en la manifestación del 8M en Madrid.

Gabriela Wiener

Nos encontramos hoy sufriendo la ofensiva conservadora y patriarcal contra las madres. La hay en un caso como el de la asociación por la protección del menor Infancia Libre. Toda la prensa machista liberal y sus trolls de preferencia se han movilizado y confabulado para juzgar mediáticamente a mujeres que decidieron apoyarse entre ellas después de denunciar a sus exparejas de abusar sexualmente de sus hijos y después de que estas denuncias fueran ignoradas. La difícil decisión de algunas madres, de alejar a sus niños de sus padres y del maltrato suele venir después de un largo camino de obstáculos en el que ni la madre ni los propios niños son escuchados –ni siquiera en el caso de la niña de nueve años que pudo grabar a su padre reconociendo que abusaba de ella se hizo justicia–, porque así de desprotegida está la infancia en este país y así de criminalizadas están sus madres, que deben declararse en insumisión, como explica la escritora Carolina León en este artículo.

Sabemos, además, que no solo se persigue a las madres sino a otras maneras de serlo fuera del sistema. Están bajo ataque las experiencias que no transan con la norma y se niegan a pasar por el aro, por ejemplo, de la medicalización. Que una mujer embarazada decidida a parir en casa e informada haya sido obligada por la policía a trasladarse al hospital por orden de una jueza que ignoró su deseo y la opinión de quienes estaban a cargo del parto, profesionales serios que velan por la seguridad de madre y bebé, solo revela hasta qué punto debemos seguir luchando aún por nuestra autonomía y para que el parto sea verdaderamente nuestro.

Son también expresión de esta guerra contra las madres las dificultades que cada día deben soportar en varias comunidades autónomas, como la de Madrid, las profesionales del parto natural y la salud reproductiva, como matronas y doulas, que acompañan el embarazo, el parto y el postparto, a quienes no se reconoce que hacen un trabajo domiciliario y se castiga económicamente. Hoy deben soportar toda clase de requerimientos administrativos y burocráticos, que repercuten en que cada vez los partos son menos personalizados y menos acompañados en sus ritmos y cuidados. Y es que las leyes siguen sin adaptarse a las realidades de las madres y sus acompañantes. En cuanto a la opinión pública, solo se habla de parto en casa para satanizarlo cuando ocurre una desgracia.

Sabemos también que hay madres consideradas de primera clase y madres de segunda, y es con éstas últimas con las que el sistema se ensaña. Dice la periodista Patricia Simón que entre las castas que muestra El cuento de la criada, las mujeres europeas suelen identificarse ante la pantalla con las criadas, cuando en realidad deberían mirarse más en las esposas de los comandantes que, aunque han perdido derechos, están muy lejos de ser las esclavas gestacionales que son las criadas o las esclavas dosmésticas que son las martas. Si por algo nos engancha esta historia es por los paralelismos que encontramos con la realidad de nuestro presente y la situación de las mujeres en el mundo según el lugar que ocupan en éste o la opresión que padecen.

Aunque se ha mencionado la gestación subrogada y el sistema de adopciones, forzadas o lindando con el robo de niños en situación de pobreza, como algunas de las violencias simbolizadas en el universo de Atwood, hay un drama que no suele mencionarse y que, sin embargo, lo tenemos aquí muy cerca y en su más desgarradora dimensión, y es la quita de custodias a mujeres migrantes muy vulnerables. En ese despojo institucional están implicados hombres y mujeres europeos que terminan siendo parte de la maquinaria de políticas racistas, violencia normalizada en lugar de ayuda real. Entre los factores que se consideran “de riesgo” para la quita de custodia se encuentra el no tener papeles, contar con pocos recursos económicos o ser parte de un núcleo monoparental –todas situaciones forzadas que deben atravesar las familias migrantes–, lo que puede terminar con el ingreso de los niños a un centro de menores o su entrega a familias de acogida. Muchas mamás migrantes se encuentran en pie de lucha por recuperar a sus hijos e hijas de las garras del sistema.

La guerra contra las madres no cesa y la estrategia en marcha desde el poder consiste en tacharlas de locas, irresponsables, brujas y criminales, o directamente pobres e incapaces, para sacar una tajada de ello, para perpetuar la desigualdad que les garantiza el privilegio, para seguir aprovechándose del trabajo no remunerado de cuidados de éstas, para ser padres solo en tanto “dueñidad”, para despojar a las precarias y castigar a las desobedientes, para colonizar cuerpos y vidas por el camino. Al loro con la ultraderecha y su debilidad por las criadas, los vientres y las esclavas. Ante estos ataques maternofóbicos, tenemos que seguir construyendo redes de apoyo solidario entre las madres, aunque nos acusen de mafia, de organización para delinquir o de banda terrorista. Aunque nuestras experiencias maternando sean muy distintas y hasta opuestas. La revolución de las madres también es nuestra revolución.

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