Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
El éxito de Vox en Extremadura alerta a lo barones del PP
Políticos, músicos y actores: quién es quién en los archivos de Epstein
Opinión - 'Morder el polvo', por Esther Palomera

Las memorias del rey

El Rey emérito Juan Carlos I a su salida de un restaurante el pasado 5 de noviembre.
22 de diciembre de 2025 21:58 h

3

Cuando yo era pequeña, los reyes solo existían en los cuentos que nos leían los mayores y en el Hola, donde veíamos cómo vivían y lucían las Casas Reales de otros países. En el nuestro, de eso no había. Teníamos un Generalísimo que vivía en el Palacio del Pardo sin ningún glamour con una señora más bien poco esplendorosa, por muchos collares de perlas que se pusiera. Había muchos señores vestidos de uniforme y otros señores de traje oscuro, casi todos con bigote y muchos de ellos con gafas negras, como si les molestara el sol aunque estuvieran en interiores. Además había muchos curas, que eran los que más colores ponían en las fotos y llevaban las ropas más lujosas, aunque algo antiguas.

También teníamos un príncipe, alto y rubio como en los cuentos, pero que no era ni bueno ni malo, y, al contrario que en las historias, donde era el protagonista, siempre estaba callado, en segunda fila, detrás del señor bajito, y no se sabía bien quién era ni para qué estaba ahí.

Luego, a la muerte de ese señor, el príncipe silencioso se convirtió en rey, su mujer en reina y los tres niños rubios en infantas y príncipe. Empezaron a salir en el Hola y el país se llenó de chistes a su costa porque nadie acababa de creerse que aquello fuera en serio y tuviera ningún futuro. Más adelante vino el frustrado golpe militar, el 23 de febrero, y ahí, en un alarde de marketing, nos convencieron a casi todos los españoles de que nos habíamos salvado de otra guerra civil gracias a nuestro rey Juan Carlos. A partir de ese momento, hasta republicanos y antimonárquicos empezaron a respetar a ese señor que había traído la constitución y la democracia a nuestro país, tan machacado por todos los decenios anteriores de dictadura, arbitrariedad e injusticias.

Esa sensación de que ahora nos habíamos salvado de algo terrible fue una especie de patente de corso que permitió a ese nuevo rey, que ahora era el bueno y el protagonista del cuento, hacer básicamente lo mismo que otros antepasados suyos, sobre todo en cuestiones de amoríos -eso se sabía y la mayor parte de la población no lo encontraba tan mal- y en otras cuestiones crematísticas que se fueron viendo a lo largo de los años hasta que recientemente se llegó a su abdicación y su salida de España.

Ahora, justo a tiempo para la campaña de Navidad, aparece un libro en el que el rey -emérito ahora y residente en Abu Dabi-, nos cuenta su historia en primera persona desde su punto de vista para que los ciudadanos y ciudadanas (no somos súbditos, a pesar de ser un reino; cosa curiosa) podamos comprenderlo y compadecernos de sus muchos sufrimientos.

Una amiga me lo ha regalado, pensando que al ser española y viviendo en el exterior, me interesaría leerlo. Confieso que aún voy por la mitad del volumen (más de cuatrocientas páginas) y que estoy un poco perpleja. Empieza diciendo que su padre le aconsejó que no escribiera nunca sus memorias y luego lo hace. Se queja de casi todo lo que le ha sucedido en la vida, pero asegurándonos que es un hombre duro, callado y resiliente, como soldado que es. Se contradice constantemente, cosa bastante natural en cualquier ser humano, pero que no contribuye a esclarecer motivos y razones, que es lo que pretender hacer.

Lo peor, de todas formas, es la manera en que está narrado: con frases muy simples, sintaxis muy pobre, falta de ritmo, anécdotas que interrumpen el flujo de lo narrado sin aportar nada, pero que están colocadas ahí de vez en cuando en un intento de aumentar la amenidad de lo que cuenta. Es evidente el esfuerzo por escribir un libro que pueda ser leído literalmente por todo el mundo, sea cual sea su nivel cultural, y por eso se alternan toques de glamour con explicaciones sobre algún desarrollo histórico y político que cualquier persona de formación mediana conoce ya. No sé si es lo que el rey emérito deseaba o si se trata de lo que le han aconsejado tanto la persona que ha escrito el libro como los editores que lo han publicado.

¿No se da cuenta del daño que ese libro va a hacer a su propia imagen, a la imagen de la Casa Real, al concepto mismo de la monarquía, por no hablar del daño que le va a hacer a su hijo, el rey actual, y a su nieta, la futura reina?

Nos dice en el libro que le enseñaron en sus largos años de educación como príncipe a callar y a no quejarse. Sin embargo debe de ser que, cumplidos ampliamente los ochenta, ha decidido liberarse de esa carga y olvidar los consejos recibidos.

Comprendo que un hombre que ha crecido en una familia donde todos tienen títulos, posesiones, fortuna, poder y que están convencidos de ser algo diferente del resto de la población, algo superior por la gracia de Dios, se queje de no ser tan rico como otros miembros de la aristocracia europea, pero sinceramente no creo que sea una buena idea para ganarse la simpatía de la gente de a pie quejarse de su pobreza o quejarse de que se le fiscalicen los gastos. Todos los españoles pagamos nuestros impuestos y tenemos que dar explicaciones sobre lo que queremos desgravar. Él no tendrá costumbre quizá, pero es lo normal para todo el mundo.

Al revés, para él es normal no pagar nunca nada cuando va a comer a alguna parte, tener entradas de primera fila gratis en cualquier espectáculo al que quiera asistir y alojarse en hoteles de muchas estrellas o estar invitado en mansiones y yates de lujo. No se lo reprocho. Me parece que es la vida que lleva un rey y sé que, a cambio, tiene mucho trabajo y mucha presión; pero también conozco a muchas personas que tienen mucho trabajo y mucha presión y apenas pueden permitirse el alquiler del piso donde viven. Lo menos que se le puede pedir a un rey es que no se queje en público y que no trate de suscitar nuestra lástima porque no puede dormir en el palacio o porque su mujer no va a visitarlo después de todo lo que ha tenido que soportar mientras estuvo a su lado. Resulta patético y un poquitín ridículo.

Eso es lo que más conmiseración me provoca: que en lugar de callar dignamente, haya escrito un libro para todo el mundo. Si la necesidad de justificarse era tan grande que necesitaba decirlo, habría sido mucho más elegante escribir sus memorias para su familia, para sus descendientes y, quizá, haber donado un ejemplar de esas memorias personales a la Biblioteca Nacional para que los historiadores del futuro pudieran leer cómo se veía él y cómo justificó su actuación frente a la Historia.

Escribir un libro de estilo sencillito, por no decir ramplón, sacarlo antes de Navidad para que las ventas sean mayores e incluso grabar un vídeo promocional para animar a su compra a toda la población –“un buen regalo de reyes para papá o para el abuelo”, por ejemplo- no es propio de un rey. Al menos no de un rey como los de los cuentos: un rey bueno, sabio, generoso y equilibrado. Un rey que no debería insistir en “mirad todo lo que he hecho por vosotros, y así me lo pagáis”.

Da un poco de pena, pero este rey que se perfila en las memorias no es un Lear; no tiene la grandeza, el dolor y la dimensión trágica de un hombre que lo tuvo todo y lo ha perdido todo (claro, que tampoco lo ha escrito Shakespeare). Es más bien una Megan luchando por sus ingresos en una plataforma de televisión. Y eso, tanto si uno es monárquico como si no, resulta algo bochornoso, de vergüenza ajena.

Como ya dijo Boecio en el siglo V, se tacuisses philosophus mansisses: “si te hubieras callado, habrías seguido siendo un filósofo.

Etiquetas
stats