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Un mundo beige que ha desterrado el color

El minimalismo no es sólo una estética: se ha convertido en un estándar cultural que influye en cómo vivimos, qué consumimos e incluso en quiénes somos.
7 de diciembre de 2025 21:38 h

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Tenemos color del 2026: Pantone ha elegido por primera vez desde 1999 un blanco, concretamente la tonalidad 11-4201 Cloud Dancer. Lo hace porque simboliza, dicen, “la influencia tranquilizadora en una sociedad que redescubre el valor de la reflexión serena” fomentando “la verdadera relajación y la concentración”. Así que ya es oficial, el mundo blanco-beige ha llegado para quedarse, aunque el espeluznante tono beige triste lleva ya años infiltrándose en nuestras vidas. Lo podéis ver en las cafeterías. Muchas han perdido su personalidad colorística. Todas parecen ahora salas de espera de dentista, el hilo musical decorativo de un ascensor, el arroz blanco con pollo hervido decorativo.  

Lo podéis ver en las casas. Kim Kardashian fue una de las primeras en adoptar el beige en su multimillonario templo minimalista, un lugar en el que la presencia humana se intuye de manera relativa. Y prácticamente todas las influencers, también las españolas, siguieron sus pasos: sus hogares son la pesadilla de cualquier persona torpe. Todo en esas casas (vista una, vistas todas) es beige, blanco, neutro, fresco, limpio, impersonal, aburrido, narcótico. Los sofás, las velas, las estanterías con algún libro del revés (para que todos mantengan el mismo tono), las láminas, los cojines, las mantas, las sillas. Ni siquiera las habitaciones de los niños se libran de la deliberada batalla anticolorista: incluso los peluches son beige, incluso los globos en los cumpleaños infantiles son beige porque lucen más aesthetic en las fotos. 

Según el portal de compras online Etsy, las búsquedas de ropa infantil beige han aumentado casi un 70% interanual. La humorista Hayley DeRoche ha escrito sobre este fenómeno en el libro ‘Dress your baby in sage and taupe’:Bienvenidos al maravilloso mundo de la crianza en beige, donde los recién nacidos se envuelven en mantitas de muselina color topo, relajantes y sofisticadas, y los niños pequeños juegan solo con juguetes de madera en tonos que van desde el avena hasta el arena”. Prohibido el color, prohibido ensuciar. 

También podéis ver este fenómeno en el mundo del maquillaje donde triunfan los llamados “clean looks”, que parecen súper clean, súper cara lavada, súper belleza natural, pero tienen detrás bastantes decenas de euros en productos de buena marca. Y lo podéis ver en la moda donde el nude es el dios al que venerar. ¡Es el color más chic del invierno! ¡Aprende a combinarlo con otras prendas color nude! Todo luce deliberadamente austero, aunque paradójicamente caro. A fin de cuentas, el blanco como estética es algo que, especialmente en las casas, solo la gente adinerada puede permitirse para mantener todo impoluto. 

Lo que atrae del beige, del nude, del blanco, del color tiza, arena, marfil, perla, crema, avena, es su cualidad anestésica, la elección deliberada de una zona neutral, ni de izquierdas ni de derechas, ni feminismo ni machismo: es la Suiza cromática. A medida que nuestra política y cultura se han vuelto más extremas, nuestra paleta de colores se ha apagado. Pensaréis que exagero, son colores sin más. Pero los colores son un reflejo de nuestro estado de ánimo colectivo, siempre moldeado desde afuera. Creo que en estos tiempos que corren hace más falta que nunca el color: su rabia, su potencia, su personalidad, su explosividad, su fuerza. Hace falta más Mattise y menos minimalismo con apariencia fingida de lujo exportado.  

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