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No hay pelotas

Un grupo de antidisturbios. EFE/J.M.GARCIA

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Se debe hacer todo tan sencillo como sea posible, pero no más sencillo.

Albert Einstein

Está visto que no hay pelotas para asumir que lo mejor suele ser enemigo de lo posible y que la tarea de un político es muchas veces tener que explicar a su electorado algo tan evidente como esto. No hay pelotas para mejorar los estándares democráticos de tu país -sea en el porcentaje que sea- sobre todo cuando estás a dos meses de unas urnas en las que te conviene distanciarte de tu competencia en el territorio. 

No hay pelotas. En la Ley de Seguridad Ciudadana -ley mordaza, tras su paso por el PP- no hay ningún artículo que hable de pelotas ni de goma ni de las otras. Parecería imposible armar un discurso en el que se justifique tirar a la basura año y medio de negociaciones usando como argumento la no prohibición de las dichosas pelotas. Ya ven que no, que hasta ese punto se puede ser inventivo y falsario. La realidad es que es muy cabreante lo que acaba de suceder. Resumiendo, que se ha preferido una ruptura claramente electoral a retirar gran parte de la espada de Damocles democrática que pesa sobre la mayoría de la población española y exponernos a que un gobierno pactado con la ultraderecha tenga en sus manos un instrumento de represión de ese calibre.

Vamos primero con la cuestión de los materiales antidisturbios. Desde el principio estos partidos, ahora estupendos, pidieron la prohibición de las pelotas en la ley, aunque era un tema que no figuraba en ella. Era un añadido, no una reforma. Hasta donde sé, el Gobierno siempre mantuvo la postura de que no podría tocar ese tema en la Ley de Seguridad Ciudadana pero que estudiaría qué se podía hacer con los protocolos, que son los que regulan el uso de este material policial. En los últimos tiempos, la oposición de Interior y de los propios policías, junto a la dificultad inherente al tema, llevó a proponer sacar esta cuestión de la negociación de la reforma de la llamada “ley mordaza” para crear una comisión a doce meses que estudiara de forma global el tema antidisturbios. Parecía muy sensato, no crean, porque no podemos asumir de forma acrítica que el Estado deba quedar desprotegido ante determinadas amenazas o que la única opción sea flores o balas. Estas cosas de la izquierda son las que la alejan de una visión realista sin remedio. A mí, por ejemplo, si tras unas elecciones perdidas un grupo de trumpistas, disfrazado de toro ibérico en vez usar caretas de búfalo, quisiera entrar por la fuerza en el Congreso, me gustaría que hubiera material antidisturbios con el que defender la sede de la soberanía ¿o es que pretendemos que la única opción sea que los masacren a tiros? Lo dicho, que es un tema que no es tan obvio ni tan de blancos y negros. Hay diverso material, más y menos peligroso, y formas de ordenar los momentos y los modos en los que se utiliza. 

La cuestión es que después de meses negociando y quedando todavía semanas de negociación, los grupos de izquierda nacionalista han reventado la posibilidad de seguir adelante, aplaudidos por un Pablo Iglesias cuyo partido ha votado en sentido contrario. Huelgan comentarios. Ellos dicen que ya habían avisado de sus líneas rojas y a mí lo que me parece es que una de ellas era el número de semanas que les separaban de los comicios locales. Y es que, no lo olvidemos, ambos partidos tienen que jugar en otro eje en sus territorios y alejarse de lo que los oponentes, igualmente nacionalistas pero conservadores, iban a suscribir en Madrid en este tema es una forma como otra cualquiera de marcar paquete. 

Así que este asunto nos deja sobre la mesa algunas conclusiones bastante desilusionantes. Una es que hay un tipo de electorado tan fanático que está dispuesto a aplaudir que no se anulen restricciones democráticas obvias si no se salen con la suya del todo. Votantes para los que la diferencia es en sí un marchamo de exclusividad ideológica. Otra es que hay políticos dispuestos a ofrecerles esa medalla de auténticos y verdaderos e irreductibles de las libertades, aun con el coste de romper con la racionalidad.

Al final puede que sea todo cuestión de eso: la línea roja de la racionalidad, del pragmatismo y de la verdadera intención de lograr cosas que mejoren la calidad democrática y las libertades. Negociadores que se han pasado años hablando de las recomendaciones de Amnistía Internacional y a los que AI junto con otras tantas organizaciones ha echado un rapapolvo por romper estas negociaciones. “No continuar con la tramitación parlamentaria de la reforma de la ley mordaza es una oportunidad perdida y una noticia pésima para los derechos humanos en España” han dicho. Con todas las letras. Me temo que es muy difícil argumentar otra cosa excepto, insisto, que tengas las urnas en casa a la vuelta de la esquina. 

Otra oportunidad perdida. Otra demostración de que en la oposición es fácil centrarse en lo esencial de la lucha -la necesidad de derogar la reforma claramente restrictiva realizada por el PP- y que cuando hay poder por medio se difuminan esos grandes objetivos para convertir las negociaciones en una suerte de chantaje de máximos o en la interposición de arbitrarias líneas rojas, que permitan siempre sacarse de la chistera un marbete de verdadera izquierda pata negra con el que intentar obtener alguna ventaja en las elecciones. 

No hay pelotas de poner por encima el interés común ni de apostar por lo posible aunque no creas que sea lo perfecto. Y tampoco está claro que sea perfecto dejar al Estado sin posibilidad de defensa, otro gran error de alguna izquierda. 

Veremos qué pasa si Vox acabara teniendo fuerza para presionar con esta ley en vigor. Veremos a quién hay que agradecérselo. Será entonces, cuando no se pueda hacer nada, cuando la unidad de la izquierda regrese. 

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