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Palabrotas: ese lenguaje emocional tan mal visto… que podría mostrar inteligencia

Fotografía de Jonathan Cooper

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Llevamos toda la vida oyendo que usar palabrotas “está feo”, que es “de mala educación”, que es “pobreza lingüística”. Tanto lo oímos que pudiera parecer una verdad intocable. 

Pero esas voces infaustas vienen de los juicios y prejuicios de la moral, porque no hay balanza en el mundo que pueda pesar la ordinariez de joder. En todo caso, se puede sopesar, en función de cómo se dice (la entonación, el contexto…), en función de la época (hace 50 años era una tiritona y hoy es uno de los tacos más suaves) y en función del lugar (no es lo mismo el Parlamento que la barra del bar).

Aunque, ¡un momento! 

Antes de seguir adelante vamos a delimitar de qué hablamos: de palabrotas y solo palabrotas. Esto no va de insultos ni de discursos de odio (eso es harina de otro costal). Asociar las palabrotas a la agresividad es quedarse con un solo pico del octógono. Los tacos sirven para muchas otras cosas: potencian el humor, sacan un susto del cuerpo, como aquí:

Muestran sorpresa (“¡Hostias, mira qué bicho!”), llaman la atención (“¿Qué coño es eso?”) y meten prisa (“¡Que he dicho que vengas, cojones!”). También expresan alegría (“¡Coño, que es mi número de la lotería!”), emoción (“¡Vamos, joder, que lo pillas!”), admiración (“Mira Bolt, ¡cómo corre el hijo puta!”) y hasta cariño y compadreo (“Miguel, cabronazo, ¡qué bueno verte!”). 

Y ahora, hecha esta aclaración, ¡sigamos palante!

Los tacos son pequeños sustos lingüísticos que hacen referencia a los tabúes de la época, y es imposible medir el espanto exacto que provocan porque no hay un estándar: depende de la sensibilidad de cada persona. Hay quienes se sobrecogen en cuanto escuchan uno y quienes los sueltan en metralleta: ¡#*@$¥₩|°{%!

Pero los científicos no atienden a moralinas y los miran de otro modo. Timothy Jay, profesor emérito de Psicología en el Massachusetts College of Liberal Arts, dice que las palabrotas llevan milenios con nosotros y eso significa que son necesarias e imprescindibles. Si no sirvieran para nada, ya hubiesen desaparecido. 

Dice, además, que si no investigamos este aspecto del lenguaje, nos perdemos una parte importante de la naturaleza humana. Él ha estudiado las palabrotas durante más de 40 años y ha llegado a la conclusión de que son lenguaje emocional. ¡Es más! Usarlas puede ser un signo de inteligencia y creatividad. 

Es fácil asociar estas palabras a lo emocional porque nos producen un pequeño sobresalto. Es como si todas llevaran un gritillo dentro y unos signos de exclamación delante y detrás. No pasan de largo como una silla o un peine. Los tacos van cargados de alegrías, de enfados… y muchas veces son una forma de enseñar los dientes.

Por eso, más que “feas” o “vulgares”, yo creo que fatigan. Escuchar a un palabrotero cansa porque te tiene todo el tiempo alerta. Cada palabrota es una llamada de atención. El taco es una palabra con más relieve en la frase; es como un anuncio en la radio (de pronto sube un poquito el volumen). Que te hablen todo el rato con el énfasis o el enfado o la emoción o el susto o la determinación de las palabrotas es agotador porque es un lenguaje de alarma. 

El psicólogo Timothy Jay dice que las palabrotas son muy eficaces porque expresan nuestros sentimientos de forma inmediata. Pocas palabras son tan efectivas (“¡Que no me toques, coño!”). Y afirma que son la forma más física y expresiva del habla. Por eso, muchas veces, antes de decirle a alguien que controle su vocabulario, habría que preguntarle por qué está tan alterado o tan enfadado o tan espídico. Primero habría que dominar la emoción y después se vería el reflejo en su lenguaje.

Pero lo más llamativo de los estudios de Jay es que pone patas arriba la creencia popular de que los palabroteros son más incultos y menos inteligentes. El profesor emérito en Psicología piensa lo contrario: decir palabrotas podría ser una señal de superioridad verbal e inteligencia.

El autor de Why We Curse no se saca esto de la manga. Lo afirma después de hacer un estudio con más de 10.000 personas y añadir otras investigaciones de la Neurología, la Sociología y la Psicología. Jay hace esta relación: las personas que dominan con destreza el vocabulario soez son buenas en el lenguaje y las personas que dominan bien el lenguaje son inteligentes. 

Además, Jay considera las palabrotas una herramienta social muy sofisticada. Por eso, dominarlas, saber cuándo y dónde decirlas, podría ser también una muestra de inteligencia social. Él lo compara con el armario y la etiqueta: uno tiene que saber cuándo ponerse las pantuflas y cuándo sacar las lentejuelas. 

Dice también que pueden mostrar ingenio. Los tacos parecen tener más que ver con el hemisferio derecho del cerebro (la parte que se asocia a la creatividad). La periodista y experta en neurociencia Emma Byrne cuenta en su libro Swearing is Good for You que las personas que han sufrido un infarto y les ha afectado a su lado derecho suelen perder emotividad, les cuesta más hacer bromas y entenderlas, y suelen dejar de decir palabrotas aunque antes las dijeran a destajo.

Incluso puede que tengan efectos medicinales. A los tacos se les atribuye un cierto poder anestésico. Varios estudios han demostrado que es más fácil soportar un dolor si a la vez se grita una palabrota. Bien que lo comprobó el valiente que, en uno de estos experimentos, metió su mano en agua helada para ver cuánto aguantaba mientras decía “fuck, fuck, fuck” (joder) y cuánto mientras decía “table, table, table” (mesa). ¡El doble! Aguantó el doble de tiempo gritando fuck!

Por haber, hasta hay estudios que afirman que los que dicen palabrotas son más honestos. Incluso que es bueno decirlas para liberar la ira y no acabar a guantazos.

Pero lo que más pone en entredicho esa idea de que las palabrotas son la basura del lenguaje es algo que dijo Byrne en una entrevista en The Guardian: “No creo que hubiéramos llegado a ser los primates que dominan el mundo si no hubiésemos aprendido a decir palabrotas”.

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