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¿Podrá Pedro Sánchez darle la vuelta a esto?

Archivo - El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se dirige a una sesión de Control al Gobierno en el Congreso de los diputados

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Mientras persiste la conmoción por la rotundidad de la victoria de Isabel Díaz Ayuso, dos cuestiones deberían centrar la reflexión política del momento:

1. ¿Será capaz el PP de alcanzar a escala española el gran nivel de movilización que ha alcanzado en Madrid?

2. ¿Tienen recursos Pedro Sánchez y el PSOE para salir del marasmo en el que ha caído la capital española?

Puede haber sospechas e intuiciones al respecto, pero ninguna de las dos preguntas tiene respuesta clara en estos momentos.

Para avanzar en esos terrenos, lo primero que habría que saber es cuánto tiempo se dispone para dilucidar esos asuntos. Es decir, cuánto falta para las próximas elecciones generales. Y tampoco eso está claro. En principio, pero solo en principio, el PP necesitaría tiempo, al menos un año, para consolidar los buenos augurios que le han llegado de Madrid. Y también, y puede que sobre todo, para aclarar quién manda en su interior y quién será su candidato a las generales. Lo normal es que fuera Pablo Casado. Ayuso aún debería esperar, aunque haya demostrado ser mejor candidata que su presidente, al menos para Madrid. Pero tiene que resolver muchas cosas antes de afianzarse en ese puesto.

En definitiva, que el PP no va a presionar para un adelanto urgente, aunque lo más probable es que su discurso público desde este momento vaya a ser el de urgirlas, aduciendo, muy en su estilo, que la situación política es insostenible.

Obviamente el PSOE quiere que esos comicios tengan lugar lo más tarde posible. Pero la situación de partida puede no ser estable, como sus portavoces no dejan de transmitir. El hundimiento de Ciudadanos en Madrid, al que pueden seguir, más pronto o más tarde, otros desastres en ese partido, han privado a Sánchez de una opción que ha tenido en cuenta, sin duda demasiado y erróneamente, en estos últimos años: la de pactar un acuerdo de gobierno con el partido que fundó Albert Rivera.

A partir de ahí, el PSOE no tiene más remedio que mantener el gobierno de coalición, el pacto con Unidas Podemos, y confiar en que el debate sobre el gobierno catalán se resuelva dejando a Esquerra la posibilidad de apoyar al gobierno de Madrid para que este logre la mayoría parlamentaria en los momentos en los que lo necesite.

Pero esa opción está todavía en el aire. Junts se resiste a aceptarla o pone unas condiciones que Pedro Sánchez difícilmente podría cumplir. Cabe esperar que las posiciones de ese partido y el de Oriol Junqueras se acerquen. Con todo, hay un escollo que ahora parece muy difícil de superar para un entendimiento con el gobierno de Madrid: el del indulto a los condenados por el “procés”. Si hace unos meses,esa opción parecía viable, hoy está mucho más lejos. Porque si hay algo que moviliza al electorado del PP y a los cientos de miles de ciudadanos que han terminado votando a Ayuso habiéndolo hecho anteriormente a otros partidos son los acuerdos entre el gobierno PSOE-UP y un sector del independentismo catalán. La concesión de un indulto en esas condiciones sería muy negativa para los intereses electorales de Pedro Sánchez. Pero la negativa a promulgarlo podría poner en cuestión la existencia misma de su gobierno.

Ese sí que es un dilema. Por tanto, hay que ser cautos a la hora de hacer previsiones sobre cuándo habrá elecciones generales. El futuro de Unidas Podemos, que es incierto tras la desaparición de escena de su líder omnímodo, también puede terminar siendo una incógnita en ese capítulo. Las elecciones andaluzas, que podrían adelantarse o no, asimismo contribuyen a la incertidumbre. Porque todos los sondeos pronostican una victoria sin paliativos del PP en las mismas. Y ese resultado, que posiblemente tardará unos cuantos meses en llegar, podría animar a Pablo Casado a presionar en serio por un adelanto a escala nacional.

Hay, por tanto, incertidumbre sobre los plazos de la política. Y también sobre las dos cuestiones planteadas al comienzo de estas líneas. Sobre las perspectivas de movilización del electorado de derechas en todo el territorio español, cabe intuir que puede ser grande, aun siendo muy específicas las condiciones de Madrid, en donde la derecha siempre ha sido potente y siempre se ha notado en la calle. Más allá del estilo de la candidata, que ha terminado siendo atractivo por su desparpajo y por una cierta frescura, en todos los sentidos de la palabra, la campaña de la candidata madrileña del PP ha dejado unas notas bastante claras.

Una, que la derecha ha dejado atrás el síndrome de la corrupción, que su electorado considera que el partido ya ha pagado por ello. Otra, que no necesita reivindicar las bondades del franquismo o su proximidad a la Iglesia para ser muy derechas. Y eso le facilita las cosas. Y una tercera, que atacar sin consideración democrática alguna a la izquierda es muy rentable. ¿Por qué no han de funcionar esos mensajes en el resto de España? Incluso añadiendo alguna insidia contra la inmigración, un asunto que solivianta a muchos votantes de derecha y sobre el que la izquierda sigue sin expresar más que lugares comunes y ninguna idea nueva.

Ese mismo estigma pesa sobre buena parte de la propuesta política del Gobierno de coalición y particularmente sobre el PSOE. La necesidad de expresarse en un lenguaje común con Unidas Podemos -sin que eso, además, haya valido para evitar un largo enfrentamiento que sin duda ha producido negativos efectos electorales- ha limitado la capacidad de comunicación del PSOE, cuya expresión pública ha terminado siendo acartonada, tan vieja como la imagen de Gabilondo.

Renovar ese lenguaje, conseguir que el Gobierno presente una nueva imagen y acabar con la sucesión de incomprensibles errores de gestión política que se han dado en los últimos meses son las condiciones necesarias para salir del marasmo en el que el PSOE, Unidas Podemos y el Gobierno de coalición han caído tras las elecciones madrileñas. No es fácil. El futuro inmediato está sembrado de minas y no se le va a perdonar el mínimo error. Como el que ha estado a punto de cometer con el asunto del peaje de las autovías, que sugiere otro grave problema: el de la coordinación interna del gabinete.

En el activo del Gobierno pueden caer a corto y medio plazo dos novedades importantes: la de que en unos meses la pandemia puede empezar a estar de verdad controlada y la de que el dinero europeo va a empezar a llegar después del verano. Pero también esos activos tendrán su coste. Por ejemplo, los fondos de la UE vendrán acompañados de reformas que pueden repercutir negativamente en amplios sectores sociales.

Con todo, la duda mayor es si Pedro Sánchez, un político que nunca ha dado muestras de tener un diseño amplio de su tarea, estará a la altura de los retos que se le plantean en estos momentos. Y que por mucho asesor que tenga solo él podrá afrontar. Sobre todo, si los asesores pinchan tan claramente como en los últimos tiempos. Por no hablar del CIS, cuyo presidente podría ser sustituido sin que al Gobierno le pasara nada. 

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