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Primer aviso

La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en el Pleno del Congreso

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Los ayuntamientos tienen 15.000 millones ahorrados, pero no los pueden gastar porque se lo prohíbe la Ley Montoro; aprobada y aplaudida en su día con entusiasmo por muchos de los alcaldes populares que ahora se quejan de no poder disponer de sus superávits o ser castigados por no haberlos podido generar, como establece la ley que tanto saludaron. El Gobierno central necesita esos 15.000 millones, pero no los puede tener, aunque la administración central y la local sean ambas Estado, porque no ha sabido convencer a los mismos que le votaron para ser Gobierno. Tenemos el dinero, pero nadie lo puede gastar. Es el resultado inmediato y absurdo de la estrepitosa derrota sufrida por el Gobierno con el decreto sobre el superávit municipal. Como diría Julio Iglesias, me encanta España.

El Partido Popular que aprobó la ley que congela esos fondos se autoproclama ahora el defensor de la autonomía local, el Robin Hood de los vecinos, y el PSOE que quería circunvalarla parece ahora el recaudador confiscatorio, el sheriff de Nottingham. Resulta difícil entender cómo ha podido el PSOE alcanzar semejante éxito estratégico, cuando lo fácil era obtener el dinero y dejar a los populares en la ridícula postura de aceptarlo y defender a la vez la Ley Montoro.

Cuesta comprender cómo nadie, ni en Hacienda ni en Moncloa, pudo anticipar que ceder antes los fondos para cobrarlos después a plazos es una astuta maniobra contable pero también muy fácil de manipular por los competidores y difícil de entender para buena parte de la opinión pública. Había que ofrecer una salida a los alcaldes y a los partidos que podían estar dispuestos a apoyar una solución, pero no se les dio: o lo tomaban o lo dejaban. Solo in extremis y el ultimo día el Ejecutivo se avino a negociar con su propio socio de gobierno.

A estas alturas, parece increíble que quede gente que no entienda que la estrategia de que los demás acepten pulpo como animal de compañía únicamente funciona cuando el juego es tuyo, o tienes mayoría absoluta y entonces da igual que lo acepten o no. Caben dos explicaciones a semejante error de cálculo.

La primera es la conocida soberbia ilustrada que con frecuencia exhiben los socialistas y, según la cual, sólo ellos conocen y saben manejar las complejas profundidades de la administración del Estado; los demás somos pobres ignorantes sin mundo ni formación suficiente para entender tanta complejidad y deberíamos limitarnos a dar las gracias. Vista la reacción de profesor enfadado porque los niños no se comportan de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, y sus avisos a lo mala de una de James Bond sobre que ahora se van a enterar, se antoja plausible.

La otra explicación resulta aún más preocupante. A lo mejor el Gobierno y Pedro Sánchez siguen sin entender bien que no es lo mismo que no haya alternativa o plan B y poder gobernar y sacar adelante el Plan A. Que sólo tú puedas gobernar no significa necesariamente ni asegura imperativamente que puedas hacerlo. Cuando todas las opciones se resumen siempre en “o lo que digo yo, o el caos”, llega un momento en que el caos parece una opción perfectamente razonable a los ojos de los demás.

Y si alguien quisiera averiguar cómo recompensa el electorado a los llorones que van a elecciones quejándose de que no les han dejado gobernar los demás porque son muy malos, no tiene más que consultar los resultados de las elecciones de noviembre.

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