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A propósito de Suárez

Adolfo Suárez, en la presentación de un libro de Juan María Bandrés en 1998

Suso de Toro

Adolfo Suárez fue probablemente el político más osado y valiente desde Azaña y por ello fue duramente castigado. El limbo en donde acabó sus últimos años fue el lugar del destierro luego de ser maltratado.

En el fondo, el destino de Suárez estaba sellado desde y por su origen: no pertenecía realmente a los vencedores de la guerra, a los propietarios de la victoria y del Estado. En cierto modo su historia fue un disparate: hijo de un perdedor de la guerra, acabó ocupando la secretaría del partido político de los vencedores. Esa peripecia alocada la resumió él en uno de sus desahogos sinceros, “lo que me duele es que mi padre se murió creyendo que su hijo era un facha”. Y siendo de origen más humilde que soberbio y de un pueblo que no ocupaba espacio en los mapas, acabó siendo el presidente de Gobierno con mayor capacidad de decisión y dirigiendo la operación política más audaz desde la conspiración contra la República hasta la actualidad.

La vida de Suárez fue la de un joven ambicioso y arribista en un tiempo donde todas las oportunidades eran únicamente para los franquistas, pero sus rasgos y también sus cualidades son las de las personas comunes. Fue un triunfo de un hijo del franquismo sociológico, y por eso fue visto con simpatía por tantas personas que reconocían en él a “uno de nosotros”.

Entiéndase que esto está escrito desde la distancia y después de la discrepancia política: reconocer al político Suárez supone recordar que fue un representante político del Régimen que detenía, reprimía, perseguía y quitaba dignidad a la vida en España; pero recordar también que se tomó tan en serio como tarea establecer una democracia que acabó enfrentado a todos los poderes actuantes en aquel momento y ahora. A los norteamericanos, al Rey, al PSOE respaldado por la socialdemocracia europea, a todo el aparato del estado franquista y particularmente al Ejército, que fue quien verdaderamente lo depuso.

Estos días ha sido noticia la recuperación de una entrevista en la que él confesaba, off the record, que había calzado al rey y a la monarquía en la Ley para la Reforma Política. Creo que la periodista que recibió esa confidencia bajo esa condición no tenía la opción de publicarla. No se trata de respetar las fuentes, se trata de respetar la palabra, y si quien trabaja con la palabra no la respeta entonces no vale nada. Otra cosa es que tenemos derecho a preguntarnos si la periodista y el medio para el que trabajaba siguieron una línea editorial teniendo en cuenta ese hecho, si mantuvieron informada a la opinión pública de que la democracia española ya había nacido atada.

Pero sería absurdo ignorar que, con independencia de lo que Suárez pensase, rey y monarquía eran un designio del estado franquista consensuado y pactado con la potencia que protegía al Régimen, los EEUU. Para ello el príncipe Juan Carlos había sido traído de Italia y educado y designado por el propio Franco como su sucesor. Tan es así que inmediatamente antes y después de la muerte de Franco, Juan Carlos I acudió allí a formalizar el acuerdo y la continuidad de esas relaciones y, para que no cupiesen dudas, lo que selló el pacto fue la inmediata entrega del protectorado del Sahara con sus habitantes a Marruecos.

Suárez no tenía otra intención ni otra opción que calzar la monarquía, cosa a la que, más allá de la retórica para la galería, ya se habían comprometido las fuerzas políticas de la oposición que luego redactaron y suscribieron la Constitución, de los socialistas a los comunistas. Pero se puede decir a favor de Suárez que llegó a enfrentarse al rey Juan Carlos en su creencia de que el voto popular que había recibido era la legítima fuente de poder político. Como sabemos, el pulso lo perdió Suárez y reinó Juan Carlos sobre la Junta de Jefes del Estado Mayor.

Aquellos años entre 1977 y 1982 fueron un momento fugaz e irrepetible, en que Suárez creyó que la Historia estaba por escribir y el tiempo estaba abierto. Pero los límites de lo que nos era concedido los marcó el golpe del 23-F y el pacto “del capó” y las indicaciones que trasladó el día siguiente en la Zarzuela el rey Juan Carlos a los partidos de ámbito estatal. Hasta hoy. No es cierto que esta democracia haya madurado, por el contrario se pudrió.

Hoy a Suárez la Audiencia Nacional lo metería preso con la “Ley mordaza”, la de titiriteros o cualquier otra. Descanse en paz.

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