Siempre nos quedará París
Una boxeadora italiana. Ángela Carini, da rienda suelta a su frustración por verse derrotada en cuarenta y siete segundos tras cuatro años de preparación y se niega a saludar a su rival, Imane Kheliff, sometida desde hacía días a una intensa campaña de bulos y manipulación para convertirla en un hombre que sube al ring a maltratar mujeres entre aplausos extasiados de las feministas y el rojerío en general. En minutos la nueva batalla de la guerra cultural de la ultraderecha quemaba las redes y al día siguiente ardía en los medios y la conversación pública.
Apenas unas horas más tarde Carini se disculpaba ante su compañera y rival y reconocía algo que parecía claro desde el primer momento: un mal día y un mal perder lo tiene cualquiera. Pero ya daba igual. La espiral de odio se había desatado. En su nombre miles de apasionados defensores de la igualdad bien entendida y de la feminidad como Dios manda gritaban blasfemia y juraban venganza y lo seguirán haciendo por los siglos de los siglos.
Siempre se repite la misma historia porque se trata de una estrategia. Lo hemos visto con la ceremonia de inauguración de la propia olimpiada cuando ni siquiera era el cuadro que motivó tanta sana indignación, con los disturbios violentos en Inglaterra y el asesino nacido en Gales, con Trump y sus lecciones a Kamala Harris sobre negritud o sus tentativas de aplicarle la misma jugada que a Obama y repetir dudas inventadas sobre su elegibilidad, con los hombres españoles ofendidos corriendo a escupirle a Ana Peleteiro que se dedique a saltar y se calle de una puta vez.
Ven lo que quieren ver. No están equivocados, son así. Nos equivocamos los demás al empeñarnos en tratar de sacarlos de un supuesto error que para ellos únicamente es un medio para hacernos caer en la trampa de su realidad paralela. No deberíamos seguir permitiendo que nos marquen con tanta facilidad la agenda y el debate. Tanto tiempo, tanto esfuerzo, tanto dinero, tanto conocimiento, tanta paciencia merecen mejor destino.
Echaremos de menos el espíritu olímpico cuando la llama se marche de París. Todas esas horas donde hemos visto a miles de personas de toda condición competir por ser los mejores, felicitar al ganador sin un rastro de odio en sus ojos y volverse a su casa con la mente limpia y el sentimiento de haber formado parte de algo más honorable que una victoria o una derrota. Ellas y ellos no se dejan distraer, ellas y ellos contestan en la pista, ellas y ellos saben qué hay que hacer, ellas y ellos sí aprovechan su tiempo y su esfuerzo para cosas útiles. Ellas y ellos son el ejemplo.
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