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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Rivera pide árnica (a izquierda o derecha)

Albert Rivera, líder de Ciudadanos.

Esther Palomera

En política uno es libre de suicidarse como quiera. Albert Rivera lo ha hecho a su manera. Sin escuchar a quienes desde dentro de su partido le advirtieron de errores estratégicos y dando todo tipo de bandazos en el menor tiempo posible. Nada queda de aquel joven que vino a regenerar la política, sustituir a los viejos partidos y acabar con las etiquetas de “rojos y azules”.

Los que no se han caído del caballo de su falsa centralidad y moderación están a punto de hacerlo. Y si no, al tiempo. Cuando pase el 10N no le quedará un solo entusiasta de los pocos que aún le jalean en las redes al grito de ¡grande, Albert! Todos volverán al PP, en el que él mismo militó hasta tres meses antes de presidir Ciudadanos. Y es que en la que fuera la marca blanca de la derecha después de ser liberal y antes socialdemócrata ya todo es negritud. Y no sólo en las encuestas. La organización naranja es un hervidero de rumores y ninguno sobre expectativa de éxito.

En política basta una mentira, un engaño, un vaivén, una contradicción y se acabó la credibilidad. Es tan difícil recuperarla que, a veces, hasta es el principio del fin de una carrera política. Y Rivera puede estar ante los últimos estertores de la suya porque hasta sus compañeros hablan ya de la última bala con la que Ciudadanos puede salvar la honra o pasar a la insignificancia la próxima Legislatura.

Y es que entre la relevancia y la intrascendencia hay una delgada línea que el líder de Ciudadanos está a punto de traspasar si no lo ha hecho ya. Solo en este contexto, y en la debacle que le vaticinan todas las encuestas, se explica su último giro de abrirse ahora a pactar con Sánchez tras el 10N, como si en la hemeroteca no hubiera rastro de “la banda” que quería acabar con España ni de “la habitación del pánico” en la que cerraba acuerdos con populistas, golpistas y filoterroristas.

Rivera ha levantado el veto al PSOE como en 2016 se lo levantó a Rajoy. Y no porque crea, como ha dicho, que hay “que mojarse” e impulsar juntos una serie de reformas para evitar un nuevo bloqueo político. Si fuera así, lo hubiera hecho antes de la disolución de las Cortes Generales y la convocatoria de nuevas elecciones. Estaba en su mano y era el único partido que, junto al de Sánchez, sumaba mayoría absoluta tras el 28A. Uno no se levanta por la mañana y al mirarse en el espejo de repente se da cuenta de que debe sacar a España de la parálisis. Lo que le ha pasado al líder de los naranjas al despertar es que ya no hay sondeo ni medio de comunicación que le diga que es el más alto, el más guapo y el político mejor valorado. Todo lo contrario. Su pesadilla de cada noche es que quienes le auparon en la escena le han repudiado y retirado su confianza porque fue creado para sustituir a los nacionalistas como partido bisagra y porque le consideran tan responsable o más de la repetición electoral que al propio Sánchez. Y quienes le votaron en primavera hoy están en el PP o en VOX, según dicen las encuestas.

Ciudadanos ha pasado de rozar el pódium hace poco más de un año a ocupar el cuarto puesto, detrás de Unidas Podemos, y empatado a escaños con Abascal. Y es esto lo que ha llevado a Rivera a otro triple salto. Probablemente el último y mortal. Pero, en lugar de reconocer su error y autoenmendarse, lo plantea como su enésimo intento de convencer a Sánchez de “que vuelva al constitucionalismo”. Ya saben que el carné de constitucionalista aquí lo reparten los de Ciudadanos como si el texto del 78 les perteneciera.

Rivera se ofrece a Sánchez porque, si no logra ser decisivo tras el 10N, desaparecerá del mapa y se abrirá en Ciudadanos una crisis que a buen seguro acabará con su liderazgo. “Todos los partidos tienen que recapacitar, tanto los que bloquearon la formación de un nuevo Ejecutivo como los que intentamos sacar al país del bloqueo”, ha dicho sin que se le moviese un músculo y no tuviera responsabilidad alguna en lo ocurrido.

El líder de la formación naranja ha dejado claro, eso sí, que su primera opción será pactar con el PP y que, si los resultados electorales lo permiten, buscará formar un gobierno de coalición “en un mes” con Pablo Casado. Si hay que apoyar a Sánchez, se le apoya. Y si hay que hacerlo con Casado, lo mismo. Más Rivera que nunca. Principios de quita y pon. Da igual la izquierda que la derecha. Lo que cuenta es la supervivencia. Y la suya está más que nunca en juego. Lo que pide es árnica, que es una forma de declararse vencido, para ser vicepresidente de cualquiera que sea el signo del Gobierno. Groucho en estado puro, en versión “España marcha” y, esta vez sin el logotipo de Ciudadanos, que los símbolos -como los principios- también son según convenga y cuándo. Las señales son alarmantes y en la organización ha empezado a cundir el pánico. Y con razón.

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