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Trump y la élite de los ignorantes

Trump agita de nuevo el fantasma del fraude electoral en EE.UU.

Jose A. Pérez Ledo

Descubro por un amigo que existió en Estados Unidos un movimiento llamado Know Nothing (Saber Nada). Operó a mediados del siglo XIX y dio lugar a un partido político, el Native American Party, que permaneció activo apenas dos décadas.

Su base ideológica era la pura xenofobia, proyectada fundamentalmente contra irlandeses y alemanes. Su eslogan: “Native Americans Beware of Foreign Influence” (“Protegiendo a los nativos americanos de la influencia extranjera”). Sostenían que solo los auténticos americanos (o sea, los protestantes) debían tener acceso al sistema educativo y al empleo público, y que debían reforzarse las fronteras porque solo así se mantendría pura la mentalidad y el espíritu de la república.

Al enterarme de todo esto me pregunto si soy el primero en vislumbrar un paralelismo con la figura de Donald Trump. Obviamente, no lo soy. Google me muestra una docena de artículos, en blogs y periódicos estadounidenses, que comparan, punto por punto, las ideas xenófobas de Trump con las del partido decimonónico.

Descubro también que, en la jerga política de aquel país, la etiqueta Know Nothing ha ido desviándose de su sentido original y ahora se utiliza para aquellas ideas o personas que, además de ser crudamente xenófobas, son también crudamente ignorantes (dos características que, en efecto, casi siempre aparecen unidas). Y también en este sentido, mitad xenófobo mitad ignorante, parece encajar como un guante el candidato Trump.

Porque, si bien las ideas xenófobas del magnate y showman republicano parecen tener un cierto componente estratégico (dice el cómico John Oliver que a Trump solo le disgustan los inmigrantes cuando no están buenas), su ignorancia da la impresión de ser del todo genuina. Ejemplos los hay a patadas, tantos que se podría publicar un exhaustivo tratado sobre la idiotez con un capítulo dedicado a cada una de las ramas de las ciencias y las humanidades.

Veamos. Trump ha reavivado el bulo de que ciertas vacunas causan autismo, afirma que el cambio climático no es producto de la acción humana y ha elegido como vicepresidente a Mike Pence, un tipo que no tiene claro que la teoría de Darwin sea correcta ni que el tabaco mate.

Un ejemplo florido de las lagunas culturales del candidato: en mayo, Trump estaba gritando sus alucinógenas ideas a un grupo de mineros en Virginia Occidental cuando, sin venir a cuento, les preguntó qué opinaban de su peinado. Cerrada ovación al estilo americano, con mucho grito agudo y mucho yeah! Trump, complacido, les explicó entonces que se aplica laca cada mañana y que no entiende qué relación puede haber entre esa acción y la capa de ozono. “Si me doy la laca en mi apartamento, que está cerrado, vosotros me diréis cómo puede afectar eso a la capa de ozono”.

Trump no solo airea sin complejos su ignorancia, también quiere propagarla. Considera que el Estado gasta demasiado en educación y ya ha anunciado que, si llega a la Casa Blanca, recortará el presupuesto de ese departamento. ¿Su justificación? Que “ningún burócrata de Washington debería determinar qué es mejor para nuestros hijos”.

Donald Trump representa algo así como el reverso del movimiento ilustrado, lo opuesto a los padres fundadores, el New Know Nothing. La élite de los ignorantes. Es, sin duda, un síntoma de los tiempos.

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