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La vacuna, ¿un bálsamo?

EFE/Kai Försterling/Archivo

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No es fácil saber cuánta gente está harta de que cada día surja una nueva trifulca política. Pero hay mucha y entre ella se encuentren personas de distinta filiación, incluso de derechas. Y los políticos deberían empezar a darse cuenta de que el ambiente ciudadano está cambiando, de que la vacunación cada vez más masiva está rebajando la intensidad del trauma, del horror, de la pandemia y que una cierta percepción, basada en datos reales o forzados, de que España puede empezar a salir del marasmo económico en que se encuentra empieza a extenderse. Y de que no hay nada previsible en el horizonte que haga pensar que esa tendencia vaya a romperse. Ni siquiera los indultos a los dirigentes catalanes encarcelados.

Lo de la trifulca diaria es sin duda preocupante. Por dos motivos. Uno, porque los partidos de la derecha parecen haber escogido la guerra sin cuartel contra el Gobierno, haga lo que haga, como única estrategia política. Y si eso no cambia, que algún día cambiará porque hace imposible avanzar en muchos terrenos fundamentales, en los que alguna forma de acuerdo entre el Ejecutivo y la oposición es imprescindible.

Y, dos, porque alguno de esos conflictos podría seguramente evitarse si los interlocutores y, en particular, el Gobierno, negociara mejor de lo que lo hace en algunas ocasiones. Que las comunidades gobernadas por el PP, y no digamos la de Madrid, se hayan opuesto al Ministerio de Sanidad y anuncien que no van a cumplir los nuevos horarios de apertura de la restauración entra dentro de la lógica del enfrentamiento porque sí entre derecha e izquierda que caracteriza desde hace tiempo a la política española. Que el País Vasco se haya sumado a esa postura es menos comprensible.

Porque a menos que el PNV haya emprendido un giro de alejamiento, cuando menos táctico y puntual, del Gobierno para que Pedro Sánchez no crea que lo tiene para siempre en sus manos, ese desacuerdo puede responder a un fallo de negociación por parte de la ministra Darias. Que el apresuramiento, la necesidad de sacar cuanto antes las medidas para que se vea que se hacen cosas, ha ido en detrimento de un posible acuerdo que podría haber alcanzado si se hubiera tomado la cosa con más calma, esperando a que las circunstancias mejoraran, a que se acercaran las posiciones. No es la primera vez que el gobierno Sánchez falla por eso mismo. Porque está un tanto acelerado. Por no hablar de errores más flagrantes, como el de la moción de censura en Murcia.

A la espera de que ese grave desencuentro se desdramatice, o se resuelva, que todo puede ocurrir, volvamos a lo del nuevo ambiente ciudadano, que no debe confundirse con la campaña propagandística de que las cosas ya están bien, o casi, en la que con sonrisas sin cuento y sin chispa alguna lleva desde hace semanas metido el gobierno.

No hace falta ser un avispado investigador social para llegar a la conclusión de que los casi diez millones de personas vacunadas están actuando como un factor importante de cambio, y además de incidencia creciente cada día, en la percepción ciudadana de cómo están las cosas. Se nota en la calle. Hay menos crispación fruto del miedo. Más sonrisas. Y cada vez hay menos gente, más allá de la fanática, que apoya guerras sin cuartel como remedio para su frustración.

No se trata de descubrir a quién va a beneficiar electoralmente esa nueva actitud que empieza a observarse. Porque no es fácil hacerlo, porque esas cosas sólo se observan cuando están muy consolidadas y porque las reacciones previsibles de los ciudadanos siempre pueden dar la vuelta. Sí, por el contrario, de señalar que ese nuevo clima potencial debería influir antes o después en las estrategias políticas.

Dejando a Vox a lo suyo, que no parece que pueda cambiar mucho, el PP no puede mantener durante mucho tiempo la suya. Bien es cierto que la inquietud interna en el partido, la debilidad relativa del liderazgo de Pablo Casado, su necesidad de mantener a raya al partido de Santiago Abascal, y la competencia con la exitosa líder del partido en Madrid hacen muy difícil un giro a corto plazo.

Pero más adelante se tendrá que ir produciendo. Sobre todo cuando se compruebe que ninguna de las batallas en la que está inmerso el PP se puede vencer como querrían sus instigadores. Particularmente la del indulto a los presos del procés, que la derecha no va a impedir por mucha gente que congregue en la plaza de Colón, algo que está por ver. Y cuando se compruebe, es de esperar, que ese gesto de gracia tiene efectos políticos consistentes por vía del entendimiento, que siempre será parcial y dificultoso, con el gobierno independentista catalán.

Y también cuando los poderes fácticos -económicos e institucionales- empiecen a exigir a Casado que se deje de tanta guerra y empiece a hablar con el gobierno para solucionar cuestiones gravísimas que les están acuciando.

Eso llegará antes o después. Por lo dicho hasta aquí. Porque Pedro Sánchez tiene bastante controlada la situación política y porque el PP no va a llegar al gobierno sólo a base de dar mamporros a la izquierda. En algún momento tendrá que demostrar que podría gobernar. En todos los frentes, el catalán incluido. Si no, se quedará en la oposición para mucho.

Sánchez, por parte, no debería confiarse, como parece que a veces hace. Primero, con lo de las prisas antes citadas. Que pueden ser muy peligrosas, particularmente en materia económica. Porque sí, las cosas están mejorando algo en este terreno. Pero muy poco para tapar el enorme agujero social que la crisis ha generado. Y porque tampoco las perspectivas en terrenos cruciales son tan halagüeñas. Para empezar en lo que se refiere al turismo, capítulo decisivo en nuestra economía.

El reciente anuncio de que el Reino Unido excluye a España de la lista de destinos seguros ha sido un jarro de agua fría. Este verano será mejor que el del año pasado, pero no será bueno del todo. El gobierno tendría que irse dejando de declaraciones entusiastas y ocupándose de afrontar esas realidades preocupantes. Aunque sus asesores, que parece que sólo saben hacer campañas electorales, tuerzan el gesto.  

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