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Vuelven con renovadas energías a entorpecernos la vida

Pasajeros de la Línea 6 del Metro de Madrid

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Decían que la pandemia nos haría mejores pero se cumple el pronóstico que se avistaba: ha extremado lo más positivo y lo más negativo de cuanto somos y tenemos. En paralelo, el verano ha renovado fuerzas a unos y se las ha ido agotando a otros. Temor en los profesionales de la sanidad y de la enseñanza, en padres y madres, en muchos ciudadanos. El panorama es serio y nos seguimos encontrando con quien facilita el trabajo y quien lo entorpece causando estragos. A conciencia o por pura estupidez. En medio, todos los matices del gris que llevan del blanco al negro.

Vuelven con renovadas energías quienes desde los púlpitos mediáticos tienen la histórica -y seguramente lucrativa- tarea de acabar con el gobierno de coalición. La política publicada es una tediosa repetición de lo mismo. El PP estrena portavoz en un Martínez Almeida que simultanea el cargo con la alcaldía de Madrid, nada menos. El PP “no puede pactar los presupuestos” con “los socios” del PSOE. Casado no irá a la reunión con Sánchez “para hacerse la foto” ni para hacer “cortinas de humo”, ni dar “un cheque en blanco”.

Y mientras Sánchez corteja a la derecha aliada de Vox en gobiernos locales en busca de apoyos, Inés Arrimadas agita a sus escuetos 10 diputados y sus escasos cargos públicos para decir sin sombra de disimulo lo que quiere, lo que quiere el poder que no se presenta a las urnas. Hay en juego una lluvia de millones ¿recuerdan? 140.000 millones, de los cuales 72.000 millones serán ayudas a fondo perdido. La UE los condiciona a ser invertidos en sanidad, transición ecológica, digitalización, movilidad sostenible, desarrollo de la economía de cuidados. A transformar el modelo productivo. El jugoso monto de euros no puede dejarse en manos de la izquierda, concluye Arrimadas.

Otros muchos no vuelven porque no se han ido. No se han ido de sus preocupaciones precisamente. La incertidumbre nos ha acompañado en este extraño verano. Y aquí estamos con los contagios de coronavirus que vuelven a crecer y con un temor al futuro económico que en muchos casos llega al nivel de supervivencia. Autónomos y sectores más fuertemente dañados no saben cómo sobrevivir si esto se prolonga. Y lleva visos de hacerlo, por supuesto. Igual sí se puede lograr una recuperación con esa inyección de Bruselas empleada con criterio y en beneficio del bien común. Las pautas marcadas son alentadoras, cambiar el modelo productivo, ya está bien de fiarlo todo y solo al turismo y al ladrillo. Y hay que volver a frenar la curva de los contagios.

Ante los problemas caben distintas soluciones que van desde afrontarlos -aunque sea incierto el resultado- a negar una realidad molesta. Y hay cola para apuntarse a esta segunda opción. Algunos simplemente, en su infantilidad, se han cansado del virus y pasan de tenerlo en cuenta. Otros buscan complots en el origen y hasta en las soluciones. Las plagas medievales se adjudicaban directamente a Dios como castigos a los pecadores, poco había que reclamar ahí por tanto. Ahora se inventan conspiraciones inverosímiles para explicarse lo que no entienden. La pandemia de la idiocia –que venía siendo alimentada con gran dedicación- ha crecido tan exponencialmente como el propio COVID-19. Caldo de cultivo de la impunidad, sufrimos sus resultados como aplastante bocanada de fuego.

Y no es que la realidad no ofrezca motivos de preocupación.  Es absolutamente inaudito que Isabel Díaz Ayuso siga siendo presidenta de la Comunidad de Madrid. El meritorio trabajo de algunos compañeros periodistas culminaba el 22 de agosto con este demoledor informe de Manuel Rico en Infolibre: “El Gobierno Ayuso no ejecutó ninguna de las tres alternativas que tenía ante el colapso de la red pública de hospitales: ni trasladó a los mayores enfermos al Ifema, ni usó la red hospitalaria privada para atenderlos, ni medicalizó las residencias. Con ordenes y protocoles firmados”. El 7 de abril de 2020, murieron 913 ancianos en las residencias de Madrid. En 24 horas. Y no ha pasado nada. Hay denuncias varias, pero Ayuso sigue haciendo declaraciones como si no fuera con ella. Ni de esto, ni del aumento de los contagios que de nuevo van situando a Madrid en cabeza de España y de Europa. Dice Ayuso que es injusto “el ensañamiento” de Fernando Simón con Madrid, al advertir que es “una zona de alto riesgo” por la proporción de contagios y hospitalizaciones.

El problema se extiende cuando el consejero de Transportes de Madrid asegura que “ya no rige el principio de distancia de seguridad en el Metro”. Es mucho más barato que poner más trenes y más conductores. En principio, ni mucho menos a la larga.

Cuesta entender que un país conviva con esta gestión que cabe calificar como poco de desalmada. Ocurre gracias a la complicidad de la que goza Isabel Díaz Ayuso. Ignacio Aguado, su vicepresidente, de los mismos Ciudadanos que Arrimadas, también anda preocupado por la distribución del dinero de Bruselas y encantado de conocerse en el resto. Los voceros de los medios audiovisuales son venerados por su “menudo repaso” (al gobierno progresista) que triunfa en el circo mediático. Sobre las vidas de miles de personas. Ya ni disimulan. Hay que echar a Podemos del Gobierno. Incluso se asombran de no haberlo conseguido todavía. ¿No lo dicen todos ellos día sí, día no?

La pandemia sigue. Y no es una gripe. Sus muertos, las secuelas de algunos contagiados supervivientes, no son un invento. Sin duda, la incidencia de muertes baja porque la primera oleada se llevó a los más vulnerables, fundamentalmente por el colapso sanitario labrado en recortes previos. España y otros países abrieron un respiro en verano en aras de “la economía”. Igual era mejor perder un verano para ganar muchos más. Pero es cierto que no se puede detener la actividad por los otros riesgos que conlleva. Las medidas esenciales de contención pasan por la distancia de seguridad en los transportes públicos, en todos, diga lo que diga el consejero de Ayuso. Los colegios exigen extremar esa separación. Más aulas, más profesores. Más ayudas a los padres. Y cuesta dinero que los gobiernos neoliberales no están dispuestos a pagar. Hay precios, en salud, muy difíciles de costear para las familias conscientes.

Es imprescindible reforzar la Sanidad Pública. Que vuelva a funcionar la Atención Primaria a pleno rendimiento, que no lo hace. Es necesario poder acudir al centro médico ante una enfermedad, no a urgencias como si durante meses se estuviera en festivo. Y prestar la atención que antes tenían las patologías crónicas. Indaguen cuántas espirometrías respiratorias de control se están haciendo. Vayan pensando en reforzar el cuidado de la salud mental. Aliviar a los sanitarios agobiados por la sobrecarga de trabajo y dotarles de más medios para agilizarlo. Todo cuesta dinero. Lo hay. Es imprescindible dedicarlo a lo que necesitamos y no van por ahí las directrices de gobiernos autónomos y de partidos ultraliberales.

Y los ancianos. Vuelven a pensar en restringir las visitas a las residencias. Para protegerles. ¿De quién? ¿De las miradas? Otro informe demoledor, éste de Médicos Sin Fronteras, describe las brutalidades sufridas. “Golpeaban las puertas y suplicaban por salir”, dicen. Y allí siguieron… hasta la muerte. Por miles.  ¿Han pensado en cómo se sienten los mayores ahora ante el trato recibido por toda una generación? ¿Cómo es posible que no sea un clamor lo ocurrido?

Se habla ya de “el curso más difícil de nuestras vidas”. Así debe ser cuando no se tiene mucho vivido o no se han asumido las dificultades de la propia existencia. Pero el momento es complicado y no se pueden volver a repetir los errores.  Regresar a lo mismo, a las palabras huecas, a las negociaciones que ponen por encima de los ciudadanos los intereses de siempre de los de siempre, a la impunidad de los infractores, a los corifeos mediáticos que avalan conductas hasta posiblemente delictivas, es desolador. Por todo el dolor que pasamos, los abrazos que no dimos, las esperanzas que mantenemos, disipen esta niebla, que no hay derecho al daño con el que nos sobrecargan en una pandemia tan devastadora de nuestras costumbre como el coronavirus.

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