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Los que cortan el bacalao
Esta expresión proviene según quien lo explica como mínimo de dos historias diferentes. Una transcurre a partir del siglo XVI. Cuenta que los capataces de las plantaciones de las colonias de ultramar eran los responsables de cortar el bacalao en salazón uno de los principales alimentos de los esclavos explotados en esos territorios. Por otro lado también proviene de la costumbre del propietario o el encargado de una bacaladeria, responsable de cortarlo para aprovechar las piezas lo mejor posible, dejar los trozos limpios y sin espinas
En ambos casos siempre se refiere a personas que mandan en su espacio de trabajo, toma las decisiones o responde frente a terceros. Como en todos sitios, en la política, en los aparatos del estado, existen estas personas que mandan, vaya que cortan el bacalao. Personas que dirigen los designios de un país, una ciudad o un territorio y el de sus ciudadanos. Unas veces desde puestos prominentes, otras como asesores o integrantes de los poderes fácticos, utilizando en muchos casos artimañas varias para el propio beneficio de terceros o de su partido.
El problema en el Estado español es que tenemos entre los que cortan el bacalao hay muchos que conocen perfectamente aquello de “quien parte y reparte se lleva la mejor parte”.
Consiguen sus beneficios de diferentes formas y formatos, a veces la mejor parte del corte es ocultar las triquiñuelas para enriquecer amigos y familiares o hacer ocupar sillones en organismos públicos a personas próximas ideológicamente para entorpecer el sistema, aletargando investigaciones o proyectos que no les benefician. Pueden exigir comisiones dinerarias de gastos públicos a proveedores a cambio de más trabajo, en ocasiones se trata de poder dar acceso a familiares a subastas públicas o ventas amañadas de bienes del Estado, o colocarlos en organismos que les justifique un sueldo.
También pueden otorgar ventajas fiscales a ciertos sectores de la sociedad que luego se sentirán en deuda, o utilizar fondos reservados en el propio beneficio político. Desde luego saben gobernar para unos, olvidando a la mitad de la población de un territorio que no piensa como ellos u obstaculizando la convivencia.
Hay todo un abanico de maneras para aprovecharse con un interminable número de formas de aparcar la ética y justificar movimientos partidistas. Eso sí, siempre asesorados por conocedores de aquello de “hecha la ley hecha la trampa”, además de ser profesionales de todo tipo de estrategias para evitar ser encausados o eternizando los pleitos y los litigios.
Todos intentan cortar el bacalao para beneficiarse de una manera u otra, con plusvalía no solo económica sino también política. Muchas veces regresiva y en desacuerdo con los tiempos que corren en pleno siglo XXI. Se intenta acaparar los órganos de gobierno de los diferentes poderes del Estado, convirtiéndolos en herramientas de ideológicas restrictivas legislando y administrando la justicia con claros tintes políticos.
Podríamos hablar de la manera de conseguir plusvalía política como ha ocurrido con la implantación del PIN parental en algunas comunidades, gracias a la presión de un partido político que se posiciona frontalmente en contra de la libertad de los ciudadanos, chantajeando con sus votos en presupuestos o nombramientos para, a cambio, eliminar partes claves de la educación que ayudan a entender la igualdad, la pluralidad y la libertad de elección individual.
Como vivimos en un país de orgullosos nacionalismos, estos también desean tener los cuchillos “Bacaladeros”. Así pues, por un lado unos creen que representan a la democracia en primera persona, como si el resto no lo formara parte o dispusiera de ella, monopolizando este término como si solo tuviera sentido con una única finalidad y aspiración. Pero han estado acompañados durante años de los que siempre han utilizado los cuchillos para repartirse lo mejor.
Ahora bajo la máscara de la defensa de la patria. Por otro lado los que quieren llevarse históricamente la mejor parte se asocian a los escogidos por una población abducida por un nacionalismo del que también se sienten orgullosos, convertido temporalmente en un tótem, basado en el autoritarismo heredado de la dictadura, capaz de hacerles renunciar a libertades básicas con tal de imponer su parecer y principios.
Estos días hemos visto que ciertos políticos negaban hechos concretos del holocausto. Pensemos en las simpatías de cierto partido actual hacia la Falange y la afinidad de esta última hacia los nazis alemanes y encontraremos que los 27 puntos del programa de 1934 de la Falange coincidían mucho con los 25 puntos de Munich del NSDAP. Tal vez a nuestros coetáneos no les gustaría tomarlos como propios 85 años más tarde, si no les parece tan mal lo ocurrido durante la 2ª Guerra Mundial en los campos de exterminio. Muy peligrosos estos posicionamientos respecto al pasado, por cierto hablando de pescado, sinceramente, huele a pez podrido.
En definitiva vivimos en un territorio donde abundan los chorizos, las bacaladerias, los repartidores de “rebanadas”, vaya un buen lugar para todo lo que tiene que ver con la “pesca” y donde se han colado unos “talibanes occidentales”. Un estado en que los políticos, los bancos, la Iglesia, las patrias, los medios de comunicación, las empresas energéticas, las multinacionales sanitarias, los partidos políticos... y el presidente de la comunidad de vecinos donde vivo quieren cortar el bacalao.
Sinceramente, viendo tanta estulticia colectiva yo me quedo con el último, que se encarga de hacer reparar el ascensor o de llamar al seguro cuando se rompe algo, dado que uno ya tiene una edad subir 5 plantas a pie cargado con la compra, se le hace, valga la redundancia, cuesta arriba, por lo que debe ser agradecido con los que le facilitan la vida, al margen de admirar que solo corte el bacalao vocacionalmente no intentando nunca ética y moralmente llevarse la mejor parte. Cuántos deberían aprender de él, vaya un buen gestor.
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