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¿Por qué debería asustarte el coronavirus?

Víctor Martín

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Solo en nuestro país y solo durante el año pasado, más de medio millón de personas se infectaron con el virus de la gripe. Al menos 6300 murieron. No hubo un repunte significativo, son las cifras habituales: unas seis mil personas fallecen cada año por esta causa. Un rápido vistazo a los datos del INE demuestra, además, que sumando el resto de enfermedades infecciosas y parasitarias como la hepatitis, el SIDA o la septicemia, la cantidad, como mínimo, se dobla. Ninguna de estas causas, sin embargo, ha llevado hasta el momento a la cancelación de grandes eventos, a cuarentenas generalizadas en barcos, hoteles o ciudades enteras, al asalto de farmacias y hospitales en desesperada búsqueda de unas mascarillas que (como intentan explicar con poco éxito los expertos) de nada sirven o al cierre de instituciones, estaciones, aeropuertos o fronteras.

Hasta el momento, el nuevo coronavirus ha demostrado ser igual de contagioso que la gripe, provocar unos síntomas parecidos y tener una tasa de mortalidad bastante más baja, como queda patente en este excelente resumen de Newtral. No obstante, esta reciente enfermedad debería preocuparnos y mucho. Pero no porque, como en toda enfermedad vírica, puedan producirse mutaciones imprevistas, quizás el mayor riesgo de esta nueva dolencia que, en realidad, como afirma el experto en enfermedades infecciosas Oriol Mitjà: “es muy leve y no hay riesgo para toda la población”; sino porque si algo ha demostrado este coronavirus es la pavorosa y enorme capacidad de los medios de comunicación para dirigir a la sociedad y su opinión pública. Ante un problema que, según todos los datos disponibles, tiene una importancia bastante moderada, millones de personas parecen haber renunciado, empujadas por el alarmismo morboso y amarillista de unos medios de comunicación a la búsqueda de audiencias, a ejercer una mínima capacidad crítica.

Como bien saben los psicólogos, los políticos y cualquiera que se haya acercado a los numerosos estudios que lo demuestran, el miedo nos hace conservadores. Por miedo, como ya quedó patente tras los atentados del 11-S, estamos dispuestos a casi cualquier cosa: renunciar a derechos humanos básicos, invadir países, justificar torturas. Por miedo avalamos el autoritarismo, condenamos al vecino y renunciamos, en definitiva, a la razón y la lógica que deberían guiar nuestras decisiones, especialmente las que tomamos en común, como sociedad.

Y excitar este miedo, así lo demuestra el estudio que Darío Pescador recogía en este artículo para eldiario.es, es insultantemente fácil: bastó con hacer reflexionar a un grupo de personas sobre su propia muerte durante unos minutos para que, automáticamente, sus respuestas en un cuestionario posterior fueran más conservadoras que las del grupo de control. Que los medios de comunicación, no solo privados en su inmensa mayoría, sino en manos, por lo general, de grandes grupos empresariales con evidentes conexiones con el poder político tengan esta enorme capacidad de manipular nuestros instintos más primarios, de provocar pánico con ciertos temas o ignorar por completo otros, de conducir, en definitiva, el pensamiento de grandes grupos de personas o de sociedades enteras es algo que debería preocuparnos, al menos, tanto como el coronavirus. De otro modo y hasta entonces, este mismo poder de influencia, esta capacidad para dirigir nuestras opiniones que estos días se usa para generar audiencias se seguirá usando (los ejemplos a lo largo de la historia son innumerables) para guiar la opinión de los votantes ante unas elecciones, justificar la aprobación de nuevas leyes o seguir minando nuestras maltrechas e imperfectas democracias al antojo y conveniencia de los únicos que de verdad gozan de libertad de prensa: los dueños de la prensa.

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