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Una dimisión esperada en una fecha inesperada

Juan Carlos Monedero

Ramón Lobo

La dimisión de Juan Carlos Monedero no es una sorpresa, sí el momento elegido. Se trata, sin duda, de un revés para Podemos y su primera gran crisis. En la larga entrevista que le hice para el libro editado por Turpial, Conversación con Juan Calos Monedero, sobrevuela su necesidad de recuperar la libertad personal en el decir y la intimidad en el estar. En diez horas de charla no se llega a conocer a una persona, tampoco en los días siguientes de edición y pulimiento del texto, que es cuando el periodista tiene la oportunidad de detenerse y entender mejor lo hablado. Del libro saqué una conclusión: Monedero se va, pero después de mayo. ¿Qué ha sucedido para un final tan abrupto? No hace falta ser muy listo para detectar fuertes tensiones en la dirección política sobre el camino a seguir.

Durante la entrevista modifiqué mi opinión sobre el hasta ahora número tres de Podemos. Era de los que había comprado el discurso ambiental y le había colgado todo tipo de prejuicios y sambenitos. Me parecía un tipo de izquierdas sectario y con escasa capacidad de autocrítica, un comisario político del PCUS. Me equivoqué de manera rotunda. Independientemente de las querellas internas que pueda haber en Podemos sobre la estrategia electoral a seguir, el Monedero que me encontré me pareció un tipo complejo, agradable y crítico con el papel de la izquierda en Europa, tanto en el Este como en el Oeste. No es frecuente en la izquierda española. En eso Podemos trae aire fresco.

Detrás de la imagen de duro que proyecta hay un hombre sensible, tal vez frágil, que no se ha sentido cómodo como diana de todos los ataques contra Podemos, sobre todo desde el llamado caso Hacienda. En el libro desgrana su desencanto con la manera de ejercer la política en España, que se parece más a un ejercicio mafioso en el que prima el navajazo, la mentira y la basura que la confrontación más o menos sosegada desde las ideas.

De los tres líderes de Podemos, Monedero es, posiblemente, el menos político, el que tiene menos costra para batirse contra sus enemigos. Le cuesta aceptar que estar en política equivale a perder la intimidad, a ser perseguido en la calle o en los aviones, a no poder sentarse a comer en un restaurante.

En el caso de Hacienda hubo dos errores de bulto: no convocar una rueda de prensa inmediata, en 24 o 48 horas, y no dar una explicación exhaustiva que pudiera entender la gente, en el lenguaje de la gente. No sé de quién fue la idea de posponer tanto la comparecencia, pero es posible que fuera más del partido que de Monedero. Desde entonces, todo Podemos parece atrapado en una táctica defensiva, en una especie de mourinhismo político.

Parece que han perdido la magia en su relación con los medios, que es otra forma de relacionarse con los votantes e influir en el relato colectivo. Ahora los ven como enemigos, una jauría de plumillas y tertulianos a sueldo de los bancos dispuestos a despedazarlos. Podemos necesita asesores que le digan en privado lo que no desean escuchar en público. Esa pérdida de sintonía con el discurso que les aupó ha debido generar no pocas disputas internas.

Monedero es la primera víctima de esas querellas. Siempre le vi como un émulo de Alfonso Guerra, a quien critica con dureza en el libro, acusándole de ser un fraude intelectual. El paralelismo no es ideológico, sino de actitud. Cuando el PSOE se empezó a mudar a la derecha con Felipe González y la beautiful people, Guerra siguió en su sitio. En la crisis del despacho del hermano, González dijo aquello de dos por uno, con el que trataba de vender que la amistad inquebrantable de ambos seguía intacta.

La cara de Pablo Iglesias en el anuncio de la dimisión de Monedero de todos sus cargos, no permite el disimulo. Algo se ha roto entre los dos. De cómo superen el desamor dependerá parte del éxito del partido.

Podemos fue la sorpresa en las elecciones europeas de mayo de 2014. Desde ese momento ha comenzado a cabalgar en las encuestas, a liderar la intención de voto, a asustar al sistema, que ha atacado con toda la artillería a su alcance.

El principal error de Podemos ha sido creerse la encuestas, querer gobernar, cuando su papel va a ser, seguramente otro, el de regenerar la vida política de este país. Ya ha conseguido un gran cambio en el ambiente que respiramos sin tener un solo representante en las instituciones españolas. Si en noviembre, o cuando sea, obtiene 40, 50 u 80 escaños será una fuerza decisiva.

Monedero asegura en el libro que es el contacto con el poder lo que termina por corromper a los partidos de izquierda, que les hace copiar los mismos errores que critica. Sucede en las revoluciones, sucede en las democracias. A veces, la cercanía del poder, su tentación, produce confusiones similares.

No sé cómo administrará Podemos la dimisión de Monedero tan cerca de las elecciones. Andalucía no fue un resultado óptimo, pese a ser bueno. ¿Cómo romper la sensación de que el globo se ha deshinchado un poco? Queda mucho tiempo, pero para recuperar la ilusión no sirve el feo catenaccio de Mourinho ni copiar la estrategia de Ciudadanos. Podemos podrá vender, al menos, que en su partido sí se dimite. También podrá quitarse la sombra de Venezuela que pesaba sobre Monedero, también de forma injusta porque ha sido crítico con los errores del chavismo. Sin Monedero en primera línea será más fácil exhibir la etiqueta de socialdemócratas. Para los críticos de Podemos, también es un desafío, ¿qué van a hacer ahora? ¿A quién criticar? Son tiempos apasionantes. Y de cambio.

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