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El cocido y la venganza son los platos típicos de la política madrileña

Casado y Garrido se abrazan en un acto del PP en Madrid en julio de 2018.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Todos dicen que la campaña ha terminado después de la celebración del segundo debate. Ahora ya solo queda matar el tiempo calculando el número de veces que Albert Rivera utiliza la palabra 'Torra' en cada discurso. Escuchar a los politólogos hablar de ese tema del que nunca habíamos oído nada en campaña, los indecisos. Ver a Pablo Iglesias prometer una nueva remontada. Contemplar a Pablo Casado afirmar que el PP está más fuerte que nunca. Bendita rutina sin sustos ni debates que duran hasta medianoche.

Ángel Garrido tenía planes para este miércoles. Lo típico. Ir a la sede de Ciudadanos, no responder a las llamadas frenéticas que le llegaban de la sede del PP y anunciar que ha fichado por el partido de Rivera. El mismo partido del que había dicho: “Yo creo que hoy por hoy los españoles saben que apostar por Ciudadanos lamentablemente es no saber ni siquiera por qué se apuesta, porque puede ocurrir cualquier cosa”.

Su fuga no es como la de Neymar, pero Garrido fue hasta hace pocas fechas presidente de la Comunidad de Madrid y ahora era el número cuatro en la lista del PP para las elecciones europeas. Sueldazo y la típica patada hacia arriba –no en estatus, sino en el mapa, hacia Bruselas– para los altos cargos que el líder ya no quiere ver de cerca.

El hombre se bebió la cicuta electoral. Aceptó la patada. Quería presentarse a la reelección, pero Casado creía que era alguien con semblante muy serio o sin el carisma necesario. “Ese tipo de decepciones me duran minutos”, dijo muy pagado de sí mismo en una entrevista en ABC el 7 de abril. En el apartado de elogios al líder que lo había dejado tirado, no fue tacaño: “Casado está haciendo lo que tocaba: renovar sin renunciar a lo que es el PP”.

Los periodistas que cubren la información de la Comunidad le habían regalado unas coles de Bruselas y una taza. Qué campechanos son los periodistas.

Quizá la decepción le duró minutos, pero seguro que ver a quién había elegido Casado en su lugar debió de escocerle durante más tiempo. La premiada fue Isabel Díaz Ayuso, de 40 años, viceconsejera de Presidencia. En la lista de las elecciones de 2015, había ocupado el puesto 23º y se había centrado en tareas de comunicación política y redes sociales. Uno más de los rostros telegénicos por los que ha apostado Casado. Gente a la que se le da bien hablar en televisión.

Maravillosos atascos

En una especie de enrevesada justicia poética, mientras se conocía la huida de Garrido aún circulaban los titulares sobre la última excentricidad de Díaz Ayuso –la palabra más apropiada no es 'excentricidad', pero entiendan que esto no es un artículo de opinión–, esta vez sobre los atascos en Madrid por la noche, que no son tan graves, sino incluso una “seña de identidad” de la ciudad.

No era una reflexión sociológica. Pretendía justificar sus críticas a las medidas del Ayuntamiento de Manuela Carmena para limitar la circulación de coches en el centro. La ocurrencia se une a lo que dijo en público sobre contabilizar a los fetos en las ayudas a las familias numerosas. Lo que viene a ser antes de que nazcan. ¿Y si por una desgracia no nacen, hay que devolver las ayudas?, le preguntaron minutos después. No lo tenía claro, se lo tenía que pensar, porque, claro, no tiene sentido pensar en las consecuencias de las iniciativas antes de anunciarlas.

La telegenia y la inteligencia no son lo mismo.

Garrido se vio descabalgado por una persona de escasa experiencia, cuya única función evidente era hacer arrumacos a los votantes de Vox, es decir, a los votantes del PP que tienen planeado elegir la papeleta de Vox. No lo encajó muy bien y terminó acogiéndose al programa de protección de testigos de Ciudadanos.

La espantada está en la mejor tradición de la política madrileña. Íñigo Errejón dio un plantón similar a Iglesias con el agravante en este caso de que Podemos se quedó sin candidato a la presidencia de Madrid. En los últimos años de IU Madrid, es una tradición castigar el hígado de Alberto Garzón para oponerse a la confluencia con Podemos. Tomás Gómez quiso hacer el papel de gran adversario interno de Pedro Sánchez hasta que Ferraz lo destituyó por la vía más fulminante. El PSOE madrileño lleva años engordando la crónica de sucesos políticos. Altos cargos del Gobierno autonómico del PP han sido espiados por otros altos cargos.

La Comunidad de Madrid es el parque temático de las puñaladas políticas en la espalda de tus propios compañeros de partido.

La cercanía de la decisión de Ángel Garrido con las elecciones del domingo ha dejado en ridículo a Pablo Casado en el peor momento posible. Es otro ejemplo de que humillar a una persona en posición prominente en el partido puede tener consecuencias. A unos días de las elecciones generales, no conviene dar la imagen de que en esta difícil tesitura las rat... esos abnegados roedores han decidido abandonar el barco antes de que se hunda.

Tratándose de Casado, no es raro que el partido haya reaccionado con chulería. “Estamos hablando de salvar España en esta campaña, y no del número 13 de Ciudadanos”, han dicho fuentes del PP. Si deciden respetar los principios más sagrados de la política madrileña, ya deberían estar preparando la venganza.

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