No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.
Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com
La bandera azul certificará ciertos aspectos de los servicios e instalaciones, pero da la espalda a las necesidades de las personas con discapacidad que, nuevamente, nos tenemos que buscar la vida a expensas de terceros.
Estos días de verano les escribo desde la costa onubense. A orillas del Atlántico, respirando brisa marina a bocanadas y haciendo acopio de yodo para el invierno. ¿Les llega un poquito?
No se lleven a engaño. Todo lo que reluce no es oro.
En la playa donde me hallo ondea la bandera azul. No la veo, pero me la imagino agitada por el viento que sopla hoy. Este 2015 hay otras 576 playas y puertos españoles a los que se les ha concedido esta distinción. Pero la bandera azul parece otra moto que nos venden. Se supone que certifica la calidad medioambiental, atendiendo a cuatro áreas (calidad de las aguas de baño, educación e información ambiental, gestión y seguridad, servicios e instalaciones –ojo, servicios e instalaciones-), pero deben ser criterios muy laxos, porque en accesibilidad suspenden muchas. Desde luego la mía. A mí me cuesta un disgusto cada vez que quiero bajar sola a la playa. De hecho, no suelo hacerlo. No quiero ser ningún tipo de héroe. Simplemente quiero llegar al paseo marítimo sin que se me tripliquen los niveles de cortisol literalmente a cada paso.
En la playa desde donde les escribo las aceras miden menos de un metro como media. El espacio de parterres y setos es mucho más amplio que el que se nos deja a los peatones que discurrimos a veces en fila india. Aventurarme con mis hijas pequeñas hasta la playa es en muchos lugares del recorrido una odisea. Llevo a una niña de la mano a mi izquierda, caminando por lo que antaño fue el arriate de las flores, porque en estos lares somos muy floridos, que ahora han cubierto con cemento, pero sin quitar el bordillo.
Aquí lo ven en esta foto.
En la otra mano llevo a la otra niña que a veces he de soltar para que se adelante ya que ni por esas cabemos dos en la misma acera.
Antes cuando llevábamos carrito de bebé era un número de circo bajar a la playa. Alguien empujaba el carro por mí. Una iba sentada, sí, la otra caminaba por el arriate reconvertido en acera elevada, pero yo me tenía que bajar a la carretera porque la sillita de paseo ocupaba todo el espacio. ¿Se lo imaginan? Todo esto aderezado con coches aparcados en línea con sus correspondientes espejos retrovisores o subidos en las aceras. Por no citar los árboles plantados en medio del acerado. Justo lo que no debe hacerse.
Antes de acceder al paseo marítimo hay un cruce quasi mortal. Dado que las calles no terminan en ángulo recto, sino que las esquinas son biseladas, y no hay ningún tipo de señalización en el suelo perceptible al tacto, o bien te pasas varios metros y entras en la calle perpendicular a la que venías o te plantas en medio de la calzada sin haberte dado cuenta. Todo esto sin haber llegado aún al paseo marítimo al que se baja, por supuesto, por escaleras.
Les hablo como “dis”, pero esta situación la sufren también las personas mayores y quienes les cuidan, quienes les brindan un brazo sobre el que apoyarse para dar un paseo por la playa. Los accesos hasta la arena son inviables. Escaleras, ausencia de pasarelas. Pero la bandera azul que no falte.
El paseo marítimo es fantástico. Con bancos por todas partes, algunas fuentes… Lo único en contra es que para acceder a la playa solo existe una rampa, que se construyó hace muchos años para bajar las barcas. ¿Qué se pensaban?
Al comienzo de la playa, hay una rampa que conduce al paseo, pero esa no cuenta. Tiene una pendiente de vértigo. Dudo mucho que un retrón sobre silla de ruedas se aventure por ahí sin temor a elevar varios puntos su grado de discapacidad. Y aunque llegara intacto al paseo, no se me ocurre de qué forma podría plantar su silla en la arena –más escalones- y, después, meterse en el agua, ya que no hay pasarelas de madera.
No parece que la playa sea un entorno muy accesible para casi ningún retrón. ¿Cuál es su fórmula para disfrutar de las olas?
La bandera azul certificará ciertos aspectos de los servicios e instalaciones, pero da la espalda a las necesidades de las personas con discapacidad que, nuevamente, nos tenemos que buscar la vida a expensas de terceros –casi siempre familiares- para darnos ese ansiado baño de mar en vacaciones. ¿Azul para quién?
Sobre este blog
No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.
Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com