Con motivo del día de concienciación del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), las redes se han llenado de rostros, historias y confesiones. Personas que, sin tapujos, cuentan cómo es vivir con un cerebro que nunca descansa del todo. Y qué bien que así sea. La visibilización cuando nace de la experiencia real no solo informa: humaniza y educa.
Durante demasiado tiempo el TDAH ha sido un diagnóstico mal entendido, a menudo reducido al tópico del niño inquieto o del adulto despistado. Por eso resulta tan valioso que quienes lo viven en primera persona tomen la palabra y la pantalla. Sus vídeos, tan espontáneos como honestos, logran lo que no consiguen los manuales ni los informes: mostrarnos la cotidianeidad del esfuerzo invisible.
Porque el TDAH no desaparece con la edad ni se cura con disciplina. Acompaña siempre, aunque con los años se aprenda a convivir con él.
Por eso resultan tan valiosos esos vídeos en los que alguien, sin pretensiones de experto, relata su día a día: la dificultad de mantener la atención, la frustración ante la impulsividad, la batalla constante por adaptarse a un mundo que parece hecho para otro ritmo. Son testimonios sinceros que nos invitan a mirar con empatía y a entender que el TDAH no desaparece con los años: se aprende a vivir con él, con esfuerzo, con humor, y muchas veces, con cansancio.
Pero, como en toda causa noble, no tardan en aparecer los que pretenden vender milagros. Entre un vídeo y otro, surgen los profetas del método infalible, los gurús del cerebro flexible. No tardé en cruzarme con uno de esos vídeos que aseguraba que el TDAH podía “entrenarse”, como si el cerebro fuera un músculo perezoso al que bastara con ponerle pesas y buena voluntad. Bajo un envoltorio de tecnicismos y esperanza, se vendía una neuroterapia que pretendía “reeducar” las ondas cerebrales mediante entrenamiento. Suena prometedor, sí; pero el problema no es la promesa, sino la ilusión que crea, las expectativas que construye. Porque ese discurso transmite la peligrosa idea de que el TDAH puede curarse, y que quien no lo logra es porque no se esfuerza lo suficiente o no hace lo que debería.
Nada más lejos de la realidad. Hoy por hoy, la llamada terapia de neurofeedback continúa siendo motivo de debate entre los expertos. Algunos estudios apuntan a ciertos beneficios; otros señalan carencias metodológicas y piden más investigación. No hay consenso científico, y presentarla como un tratamiento definitivo es, cuanto menos, irresponsable.
Flaco favor hacen estos mensajes a la causa de la concienciación. Mientras muchos intentamos que se reconozcan las dificultades reales de vivir con este trastorno —en la escuela, en el trabajo, en la sociedad—, otros trivializan el problema y siembran la sospecha de que el TDAH es, en el fondo, una cuestión de voluntad.
Concienciar no es prometer curas imposibles, sino aprender a mirar distinto. Escuchar más. Creer más. Y entender que la comprensión también es una forma de ayuda.
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