MEMORIA HISTÓRICA
Un lugar digno para los represaliados de la fosa franquista de Pico Reja a la espera de unas pruebas de ADN que se eternizan

Ángel Rodríguez, de 87 años, deposita una de las cajas con restos en el osario-memorial.

Antonio Morente

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Ángel Rodríguez, de 87 años, ha podido depositar unos huesos de represaliados franquistas extraídos de Pico Reja, en Sevilla. Con toda seguridad no son los de su padre, porque da por hecho que tiraron sus restos ahí, en la mayor fosa común abierta en España y la más importante en Europa occidental desde la de Srebrenica en Bosnia Herzegovina tras la guerra de los Balcanes. Lo da por hecho, pero eso lo tiene que confirmar la genética. “Yo ya tengo hecho el ADN y estoy esperando”, cuenta. Pero la respuesta se está eternizando porque los resultados no llegan, y esa ha sido este lunes –en la inauguración del osario-memorial que al menos le da un sitio digno a las víctimas– la principal denuncia de familiares y asociaciones memorialistas: hay que acelerar el proceso porque, tal y como ha denunciado el propio Defensor del Pueblo Andaluz, el reloj corre para personas muy mayores que quieren irse sabiendo qué pasó con sus seres queridos.

Pico Reja destrozó todas las previsiones, al ocultarse en este rincón del cementerio de San Fernando hispalense 1.786 víctimas franquistas, más del doble de las que se esperaban. En total, e incluyendo los cuerpos de personas que no fueron represaliadas, los técnicos de Aranzadi encargados del proyecto han rescatado de este agujero más de 10.000 cadáveres, lo que complicó exponencialmente un trabajo que le ha arrancado a la tierra un millón y medio de huesos y que se convirtió en todo un reto científico. Clausurada en febrero tras tres años de excavaciones, ahora lo que tocaba era inaugurar el osario-memorial que se levanta en el mismo lugar de la fosa, “un lugar de dignidad”, como se ha insistido, en el que los restos descansan con su correspondiente identificación por si, el día de mañana, el ADN encuentra coincidencias. Llegado este caso, serán los familiares los que dispongan qué hacer.

Y han sido precisamente familiares de víctimas los que han depositado 40 cajas en los sobrios nichos de hormigón armado del memorial, una representación –el resto hasta superar las 1.100 se terminarán de colocar estos días– en la que había restos de mujeres, de un joven que nunca alcanzó la mayoría de edad y de los integrantes de la columna que llegó desde la cuenca minera de Huelva al día siguiente del golpe de Estado para salvar Sevilla del general golpista Queipo de Llano. Fueron traicionados a las puertas de la ciudad, en La Pañoleta. Miguel Guerrero confía en que uno de ellos sea su abuelo. “Honor y gloria a la Columna Minera”, grita puño en alto tras introducir una caja en el osario con unos restos que la acumulación de metales pesados ha permitido identificar como de aquel malogrado grupo.

En Pico Reja se han excavado arqueológicamente 2.685 metros cúbicos de tierra, un espacio con una superficie de 671 metros cuadrados en el que se bajó hasta los cuatro metros de profundidad. Aquí se baraja que pudieron arrojar los cuerpos de Blas Infante, considerado el padre de la patria andaluza, y de Horacio Hermoso, el último alcalde republicano, además de los de numerosos concejales, políticos de izquierda y sindicalistas. “Tenía que llegar este momento, porque había gente que se negaba a aceptar que aquí están nuestros muertos”, subraya el histórico memorialista de CGT Cecilio Gordillo.

Voces del colectivo y de familiares se han hecho oír en un acto que empezó donde se ubica otra de las fosas comunes del camposanto sevillano, la de Monumento, sobre el papel la más grande de todas ya que se calcula que puede haber hasta 2.600 represaliados. “Hay que poner en el banquillo de la historia a verdugos y cómplices”, clama la memorialista Paqui Maqueda, que carga contra el “gran monstruo responsable, el fascismo”, en el que abundan “los lobos vestidos de corderos”. “Sevilla es hoy un poco mejor y más justa”, apostilla Miguel Guerrero, que de paso subraya que con este trabajo no se reabren heridas, “porque una herida que no se ha cerrado no se puede reabrir”.

Rumbo a la colindante Pico Reja, los varios centenares de asistentes forman una comitiva plagada de banderas republicanas, con alguna también del PCE, una procesión para “despedir con dignidad a nuestros muertos”. “Hoy venimos a enterrar a los héroes del pueblo de Sevilla”, apunta Juan Morillo, a muchos de los que cayeron en San Julián, la Macarena o Triana combatiendo contra los sublevados “en barricadas hechas con mesitas de noche”. Llega entonces el momento de introducir las cajas en los nichos, y uno de los encargados es el secretario general del PSOE andaluz, Juan Espadas, que como alcalde de Sevilla –el actual regidor, Antonio Muñoz, no acudió al acto– asumió que “había que saldar esta deuda” y abrió esta fosa común que se ha transformado ahora en “un lugar de memoria y para honrar a las víctimas”.

Un osario-memorial, por cierto, que respeta las dimensiones triangulares de Pico Reja y que tiene en su centro un pequeño ciprés, apuntalado para ayudarle a crecer. Un espacio que “han levantado con sus manos los mismos que han sacado los huesos”, destaca Juantxo Agirre, de Aranzadi. Pero entre ramos de flores con cintas en las que se repiten expresiones como “nunca más” y “honor y gloria”, lo que más se repite es el reproche por la lentitud en la realización de las pruebas de ADN, de lo que se responsabiliza directamente a la Junta de Andalucía. El Gobierno andaluz ha prorrogado el convenio con la Universidad de Granada para estos menesteres, pero se le imputa falta de interés político por darle un impulso real. “Que nuestros mayores no se vayan sin tener noticias”, reclama María Luisa Hernández.

Se recita a León Felipe (“españoles:/ el llanto es nuestro/ y la tragedia también,/ como el agua y el trueno de las nubes./ Se ha muerto un pueblo/ pero no se ha muerto el hombre”) y se pide que la búsqueda de las víctimas sea una cuestión que asuman de verdad las administraciones, “esto no puede pasar a nuestros hijos y a nuestros nietos”. Las cajas se depositan en los nichos y no faltan las lágrimas, porque muchos sienten esos huesos como si fueran los de su gente, por mucho que falte el refrendo genético. La ceremonia sirve de catarsis, de desahogo. “A mi abuela le mataron a cuatro hermanos y al marido”, se oye en los corrillos.

El ceremonial se ha completado y el equipo de Aranzadi que ha trabajado tres años en Pico Reja se hace una foto de familia, que remata Anartz Ormaza, el arquitecto responsable del osario-memorial, dedicándoles un aurresku de honor en reconocimiento a su trabajo, que previamente han agradecido muchos familiares con abrazos y besos. Antes, el cantaor Manuel Gerena, un habitual en la reivindicación memorialista, se arranca con un martinete, “una copla que meto en todos mis conciertos”: “Entre la vida y la muerte hay un tiempo que se va, cada minuto merece vivirlo en la libertad”. “Viva la república”, lo termina, puño en alto.

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