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Homenaje en Francia al último español del campo de concentración de Buchenwald

Vicente García junto a la placa de la calle inaugurada en su honor

Carlos Hernández

Trélissac (Francia) —

Vicente García es, desde este fin de semana, una de las pocas personas que puede presumir de vivir en una calle que ha sido bautizada con su propio nombre. Méritos no le faltan: este asturiano huyó, siendo un niño, de España tras el triunfo de la sublevación franquista; en el país vecino se integró en la Resistencia contra los nazis; su trabajo como correo y espía le costó muy caro, fue detenido, torturado por la Gestapo y deportado al terrible campo de concentración de Buchenwald en el que pasó quince interminables meses; desde que fue liberado y hasta la actualidad se ha dedicado a recorrer los centros educativos franceses ofreciendo su testimonio a los más jóvenes para que conozcan, de primera mano, todo el horror que supuso y supone el fascismo. Por ese motivo, en la placa que ya identifica la calle en la que vive desde hace más de 50 años como “Camino de Vincent García”, se destaca no solo su pasado como Resistente y Deportado, sino también como “Transmisor de Memoria”. Esa es la razón por la que varios profesores se encontraban entre el público que quiso acompañar, en su día grande, al último superviviente español del campo de concentración de Buchenwald.

A sus 92 años, Vicente se prepara para el acto con la ilusión de un colegial. Pese al calor reinante en Trélissac, viste una chaqueta gris en la que luce multitud de condecoraciones; todas ellas otorgadas por las autoridades francesas. Junto al alcalde de esta localidad, situada en el suroeste de Francia, se dirige a la verja exterior de su casa donde le espera una pequeña multitud de vecinos, familiares y amigos. Sin apenas protocolo, ambos retiran la bandera francesa que cubre la placa y dan por inaugurada la calle… su calle:  “Han sido los propios habitantes del municipio los que pidieron al ayuntamiento que la bautizaran con mi nombre; yo no me he enterado de la iniciativa hasta hace muy poco tiempo”, aclara Vicente con humildad y agradecimiento.

Entre los asistentes destacan dos hombres de avanzada edad. Ambos fueron también miembros de la Resistencia durante la ocupación nazi de Francia. Lucien Cournil nos cuenta que se integró en ella con solo 14 años de edad para coordinar a un grupo de resistentes de Terrasson: “Yo nunca cogí una pistola. Mi trabajo era, fundamentalmente, de captación y formación de jóvenes para la lucha armada. También me dedicaba al reparto de propaganda clandestina. Un día que estábamos buzoneando octavillas, las milicias fascistas francesas de Pétain nos dispararon desde un coche…”, Lucien se levanta la pernera derecha del pantalón para mostrar una enorme cicatriz. “Me dieron aquí. Los compañeros me evacuaron y estuve a punto de perder la pierna”. Aún más terrible es la historia que nos relata su compañero Ralph Finkler. Él pertenecía a un grupo de la Resistencia formado, mayoritariamente, por republicanos. Un buen día, la policía colaboracionista francesa asaltó la casa en que se encontraba junto a tres guerrilleros españoles. Solo Ralph consiguió escapar con vida de aquella emboscada.

Los dos ancianos se emocionan recordando sus años de lucha y escuchando a Vicente narrar un capítulo que ellos, afortunadamente, no vivieron: el de la deportación. El asturiano llegó a Buchenwald en enero de 1944 tras pasar por las manos, y nunca mejor dicho, de la Gestapo: “Tuve miedo de que me mataran a palos. Me tumbaban en una mesa y me ataban los pies y las muñecas por debajo, para pegarme a gusto. Al volver a mi celda tenía toda la espalda morada y mis compañeros me la frotaban con agua para calmar el dolor”. En los quince meses que pasó en el campo de concentración vio caer a sus compañeros “como a moscas”. Si logró sobrevivir, según nos cuenta, fue porque tuvo la suerte de ser destinado a trabajar en la cocina: “Siendo cocineros podíamos echar un litro más de agua y luego servirnos una cucharada extra. Eso no impidió que perdiera 40 kilos de peso en el año y medio que pasé allí”.

No le han devuelto la nacionalidad española

Lucien no se explica por qué en España no reconocen y homenajean tanto a Vicente como al resto de españoles que pasaron por la Resistencia y/o acabaron en los campos de concentración nazis. Él, Ralph y el propio Vicente son considerados héroes en Francia: “Es un gran error que el país en el que nació no reconozca su figura”, nos dice. “No es solo reconocerle personalmente, es homenajear todo lo que representan personas como él que fueron deportados a lugares tan terribles como Buchenwald por defender la libertad”.

En este día tan feliz, el rostro del viejo luchador asturiano se entristece por primera vez al hablar de este tema: “Somos unos desconocidos en España, la gente no sabe ni que hemos existido. Le tenían que cambiar el nombre a la Ley de la Memoria Histórica y llamarla Ley del Olvido”. Vicente culpa a todos los gobiernos, sin excepción, de esta premeditada desmemoria, pero remarca la responsabilidad de la derecha española: “Si fuera gente como es debido condenarían los crímenes franquistas. Es lo mínimo que podían hacer y tampoco han querido dar ese paso”.

Aunque parezca sorprendente, este asturiano nacido en Pola de Siero ni siquiera tiene la nacionalidad española. La perdió por ser de familia republicana y escapar a Francia en febrero de 1939 para no caer en las garras de las tropas franquistas. Entonces solo tenía 14 años. Hoy, 78 años después, nadie le ha devuelto su condición de ciudadano español: “Si lo hubiera solicitado, me la habrían dado; pero ¿por qué tengo que pedirla yo? No pienso ponerme de rodillas para pedir algo que es mío. A mí me la quitaron, ¿no?, pues que me la devuelvan. Si me la ofrecen, claro que la aceptaré”. Sin embargo, apenas tiene esperanzas de que eso pueda llegar a ocurrir; en la recta final de su vida, Vicente se ha resignado a ser enterrado como Vincent. Al fin y al cabo es Francia la que le ha dado el nombre, la calle, las medallas y el reconocimiento que le ha negado su propia patria.

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